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sábado, 26 de abril de 2014

Aquí Paul Auster




Paul Auster: “Nos guste o no el marxismo, el hecho es que dio esperanzas”
POR BÁRBARA ALVAREZ PLÁ

Su relación con la literatura empezó pronto. A los 9 años, comenzó a leer gracias a la enorme biblioteca que tenía su tío y a los 12 ya escribía, “aunque lo hacía porque me divertía, no porque quisiera ser escritor, de eso no me di cuenta hasta los 25”, afirma. Así describe el escritor estadounidense Paul Auster su acercamiento al mundo de las letras. En el medio, una agitada vida: trabajó en un barco petrolero, vivió en París, donde fue traductor y cuidador de una granja y después volvió a la Gran Manzana para instalarse en Brooklyn, de donde no se movió más. Desde entonces, este “cronista de Nueva York”, como le llaman algunos, le ha regalado al mundo novelas en las que la autobiografía y la ficción van configurando laberintos e historias que se cruzan como La trilogía de Nueva York, Sunset Park, La invención de la soledad,La ciudad de cristal, El libro de las ilusiones o Diario de invierno.

Estas son sólo algunas de las obras del prolífico Auster, ganador del Premio Príncipe de Asturias de la Letras en 2006. La última de ellas,Aquí y ahora (Mondadori), es una recopilación de las cartas que, durante tres años, se envió con el escritor sudafricano John M. Coetzee, premiado con el Nobel en 2006, y es también el motivo por el que ambos están estos días en Buenos Aires. Mañana seguirán en la Feria del Libro sus conversaciones epistolares, ahora, en voz alta. Dos años de reflexiones de ida y vuelta sobre el deporte, la crisis global, el racismo y la escritura, entre muchos otros temas. “Son las conversaciones que tendríamos si pudiéramos cenar juntos una vez al mes”, afirma el autor, “cosa que se hace imposible viviendo uno en Australia y otro en Nueva York”.

En la Universidad de San Martín , Clarín conversó con el escritor, cuyas obras provienen, según él afirma, “de un profundo nihilismo, la desesperación por el futuro del mundo y ciertos aspectos del ser humano”. Auster, que esperaba sentado con la mirada perdida hacia adentro y un cigarrillo en la mano, habló sobre su relación con la literatura y con el mundo, y sobre todo, le pegó duro a su país en el que, dice, “al menos un 30% de la población no puede aceptar que una persona negra haya llegado a presidente”.

–¿Cuáles fueron los cambios más importantes en los Estados Unidos en la última década?


–Lo que vivimos ahora se generó en la época de dos criminales que deberían estar en la cárcel: George Bush y Dick Cheney, y van a hacer falta más de 30 años para revertirlo, si es que se puede. Le han hecho demasiado daño a la idea de “Norteamérica”. Luego llegó Obama, y ese es uno de los grandes momentos de nuestra historia, pero la reacción de los conservadores ha sido tan furiosa que prácticamente lo han destruido. No creo que alguien que no sea estadounidense pueda llegar a comprender lo que es el racismo en mi país. Es algo miserable.

-¿Y hacia dónde va ahora?


–No está mejorando. El ala conservadora ha destruido el sistema electoral, ya no hay límite de fondos para apoyar a un candidato, con la propaganda sólo mienten y destruyen al otro. Tenemos grandes problemas pero no estamos encarándolos, así que el país se está derrumbando literalmente: puentes, carreteras, desastres ecológicos... la brecha entre los pobres y los ricos es la mayor en los últimos cien años. Al menos un 30% de los chicos estadounidenses viven bajo el umbral de la pobreza, y ahora también les sacaron los vales de comida. Lo cierto es que están matando gente, si le sacas la comida y el sistema de salud a los pobres, van a morir, y está pasando, y no les importa.

–Pero esa derechización está ocurriendo en todo el mundo, mire Europa...

–Sí, pero en los Estados Unidos además hay armas: hay al menos un tiroteo masivo al día y la Asociación del Rifle es cada vez más fuerte. Para los republicanos, la palabra “libertad” significa que uno debe poder llevar un arma a donde quiera, o darle 25 millones de dólares a un candidato para que gane las elecciones.

–En una de las cartas de “Aquí y ahora” Coetzee dice que tanto la crisis como las protestas pasarán y todo volverá a ser lo mismo, que al final, nunca cambia nada. ¿Estás de acuerdo?


–No, la lucha tiene que continuar, lo que pasa es que para ver si sirve hay que mirar a lo grande. En los últimos cien años, por ejemplo, cada cambio conseguido –la abolición de la esclavitud, el voto femenino, por ejemplo– es consecuencia de la lucha de miles de personas que dejaron la vida en el intento y no llegaron a ver los resultados. Pero cada tanto, las siguientes generaciones toman algo y alguna cosa cambia para mejor. Por eso no debemos dejar de pelear.

–Pero los jóvenes que protestaban, como los de Occupy Wall Street, los indignados españoles, ya no están...



–Ese es otro problema. En su momento, los jóvenes tomaron la calle para decirles a sus padres: “el mundo no funciona, lo hicieron todo mal, tenemos que cambiar el modo en que vivimos”, pero tras las protestas espontáneas se volvieron a su casas deprimidos. ¿Por qué? Porque no tienen detrás una filosofía ni una organización política, saben que hay que cambiar pero no saben cómo ni hacia qué, viven en una sociedad que está rota. Con el final de la Guerra Fría y la muerte del marxismo como idea alternativa quedamos indefensos, porque no hay ninguna teoría que discuta con el capitalismo. Nos guste el marxismo o no, el hecho es que le dio a la gente esperanza. Pensaban: “cuando venga la revolución estaremos bien”. ¿Qué esperanza hay ahora? Son problemas globales y habría que tomar decisiones políticas, pero nadie lo hace. Vivimos un momento de gran confusión, pero no significa que vaya a durar siempre, nada lo hace.

El Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) fue el escenario del encuentro que mantuvo  el escritor norteamericano Paul Auster con más de 400 seguidores argentinos. Invitado por la Feria del Libro.

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