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sábado, 4 de octubre de 2014

De damas, putas, cocineras y pollos 

(carta abierta de Carlo Frabetti a Santiago Alba Rico)

La versión anterior de Santiago: 
http://dondemaduraellimonero.blogspot.com.ar/search/label/Santiago%20Alba%20Rico
Querido Santi:

Lo de que hay que ser revolucionario a nivel económico, reformista a nivel institucional y conservador a nivel antropológico (que al parecer es tu consigna política de los últimos tiempos), me recuerda el chiste del conde que soñaba con una esposa que fuera una dama en los salones, una cocinera en la cocina y una puta en la cama, y al final se casó con una mujer que era una puta en los salones, una dama en la cocina y una cocinera en la cama. Y me lo recuerda por dos razones: la primera, porque no creo que una persona pueda compartimentar su mente y sus funciones ni de acuerdo con el ideal femenino del conde ni de acuerdo con tu ideal político (una “fusión de contrarios” solo posible en los sueños y en los chistes); y la segunda, porque no tengo muy claro ni lo de la cocinera en la cama ni lo del conservador a nivel antropológico.

Puedo imaginarme a una mujer comportándose en la cocina como una estirada dama que no está dispuesta a que se le caigan los anillos -de poder- y que llama al mayordomo para cascar un huevo; puedo imaginarme a una mujer (aunque no a la misma de antes) arrimándose procazmente a los invitados en los salones de su palacio condal; pero ¿cómo se comporta en la cama una cocinera? Análogamente, tengo bastante claro lo que es un revolucionario a nivel económico y lo que es un reformista a nivel institucional (y cuán poco compatibles son); pero ¿qué es un conservador a nivel antropológico? Si nos mantenemos en el estrato más profundo de la antropología, el que linda con la biología, la respuesta es obvia: el conservadurismo antropológico consistiría en ceñirse a las demandas naturales de nuestro organismo; así, el derecho a la alimentación tendría que contemplar, ante todo, nuestra necesidad de ingerir unos 50 gramos de proteínas y unas 2.000 kilocalorías diarias; y el derecho a una vivienda digna no podría ignorar el hecho de que, como animales homeotermos, tenemos que resguardarnos de las inclemencias del tiempo y mantener nuestra temperatura corporal entre 36º y 37º centígrados; por no hablar de la necesidad de cuidar de las crías durante muchos años… Hasta aquí, nada que objetar; pero a poco que nos alejemos de lo estrictamente biológico, la cosa se complica.

Aparte del consabido tabú del incesto, las constantes antropológicas más arraigadas y universales son el patriarcado, el especismo y la religión. En una palabra, el sometimiento: sometimiento de las mujeres a los hombres, sometimiento de las demás especies a la especie humana, sometimiento de todas y todos a una supuesta superespecie divina. E inmediatamente después y como consecuencia de estas servidumbres primordiales, sometimiento de una clase social a otra. De modo que ser conservador a nivel antropológico, si no estamos hablando de mero -y obvio- conservadurismo biológico, es ser conservador a secas, y el adjetivo sobra. No parece que haya una manera específicamente antropológica de ser conservador, del mismo modo que no hay una manera específicamente culinaria de retozar en la cama (¿o es que me he perdido algo por ser vegetariano?).

Pero tras leer tu grotesco artículo La alegría de pedir perdón a un pollo, creo que entiendo un poco mejor lo que vienes diciendo de un tiempo a esta parte (espero que, dado tu buen conocimiento del italiano, el adjetivo no te moleste más de lo necesario; como seguramente sabrás, viene de “grottesco”, relativo a la gruta, de modo que, en este contexto, podemos entenderlo en el sentido de “troglodítico”, en consonancia con tu conservadurismo antropológico). Y ahora también entiendo mejor tus preocupantes comentarios sobre Libia, Siria o Ucrania.

Tu artículo empieza diciendo: “Comer o no comer es la cuestión central de la vida humana en su dimensión animal, pero también en su anclaje antropológico y cultural. La necesidad de alimentarse y la violencia sobre la que se asienta la reproducción biológica se ve acompañada, corregida, expiada y dignificada por toda una serie de prácticas y ceremonias destinadas a convertir el hambre en un vínculo social. El hambre es violencia y saciarla mata. Comemos para no morirnos pero comiendo introducimos la muerte y nos deslizamos hacia ella como pedaleando; y no hay mucha diferencia entre comerse una manzana a mordiscos -con los dientes afilados y las mandíbulas apretadas- o un cordero clavado en un espetón”.

Ante tales argumentos, podría decir que si, contra toda evidencia, crees que matar es la única manera de saciar el hambre y no ves la diferencia entre comerse una manzana y comerse a un cordero (observa el uso militante de la “a” de acusativo, que los especistas niegan a los animales no humanos para mejor cosificarlos), es comprensible que tampoco veas la diferencia entre un golpe fascista apoyado por la OTAN y una rebelión popular. También podría decir, una vez más, que un filósofo que no conoce a fondo las matemáticas, la física y la biología es, en el mejor de los casos, un charlatán de feria. Pero sería injusto y demagógico, porque me consta que eres uno de los pocos filósofos que se interesan por la ciencia (yo mismo te pasé algún libro de física en su día) y sabes perfectamente que la manzana carece de sistema nervioso (y por ende de sensibilidad y conciencia), mientras que el cordero tiene un cerebro parecido al nuestro y casi idéntico al de un votante del PP o del PSOE, a quien ni tú ni yo nos comeríamos salvo en caso de extrema necesidad. Sería injusto y a la vez un tanto exculpatorio, porque el hecho de que puedas ver con toda claridad la diferencia entre tener cerebro y no tenerlo, te hace especialmente responsable de tus declaraciones.

Podría dedicar varias páginas más a comentar tu artículo pollesco (sin prefijo elíptico, que conste), y tal vez lo haga en otra ocasión, pues es una reveladora muestra de cierto especismo vergonzante en el que cabría ver el anuncio de un cambio de paradigma moral; pero de momento solo añadiré que me parece muy significativo que lo remates trayendo a colación (nunca mejor dicho) a G. K. Chesterton, escritor al que ambos admiramos. Aunque no de la misma manera, me temo. Porque yo no puedo dejar de pensar en el maestro de la paradoja como una patética paradoja viviente: un racionalista dogmático, un acérrimo defensor del orden (sin duda recordarás su debate con Bernard Shaw) guloso e incontinente, convertido por su apetito desordenado en un paquidermo de ciento cuarenta kilos. Una paradoja viviente y también una advertencia, pues puede que Chesterton lleve a extremos de caricatura una contradicción consustancial a todos los escritores, a la que aludí en mi artículoRelaciones y relatos. Te recuerdo los párrafos finales, pues aunque entonces me refería a tu artículo Libia, el caos y nosotros, creo que mis consideraciones de entonces son aplicables, mutatis mutandis, a tu reciente homenaje al pollo frito:

Los escritores vivimos, por definición, en las fronteras de la realidad, que limita al norte con la imaginación y al sur con el deseo. Y, como las fronteras son difusas, a veces las cruzamos sin darnos cuenta. Creo que, en su último artículo, Santiago Alba incurre en aquello en lo que todos los escritores incurrimos a veces: la simplificación “narrativa” de una realidad muy compleja que solo puede ser relatada linealmente a costa de mutilarla.

Inciso: Tal vez la tricotomía que últimamente propones remita a esta otra: revolucionario en lo filosófico, reformista en lo político y conservador en lo narrativo (que es la primera o segunda expresión de lo antropológico). Una tricotomía igualmente imposible, pues el pensamiento, la acción y el relato son inseparables: van inevitablemente juntos y revueltos, se determinan mutuamente. Fin del inciso. Sigue la autocita:

En el citado artículo, junto a verdades como puños, hay medias verdades, omisiones flagrantes y relativizaciones (relatar es también relativizar) equívocas; y el conjunto es, incluso formalmente, impropio del autor. Como lo conozco bien y desde hace mucho tiempo, lo achaco a los riesgos del oficio antes aludidos y a lo resbaladizo del terreno que estamos pisando, en el que yo mismo he patinado más de una vez.

No hace mucho dije, refiriéndome a Santiago Alba y a Iñaki Errazkin, que no siempre estoy de acuerdo con lo que dicen pero sí con lo que son, y quiero reafirmarme en ello. Estoy en profundo desacuerdo con el último artículo de Santiago; pero puedo dar fe de su honradez intelectual y creo que es esa misma honradez la que lo ha llevado a expresar opiniones que sabía que le acarrearían duros ataques. Ojalá quienes, aunque no siempre coincidamos en lo que decimos, tenemos claro quién es el enemigo común, podamos debatir con calma en estos momentos tan confusos como difíciles y seamos capaces de discernir, más allá de los relatos, las relaciones verdaderas.

Desgraciadamente, lo veo cada vez más complicado; pero habrá que seguir intentándolo.




Fuente

http://insurgente.org/

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