La llaga en el dedo - 1
No es el dedo en la llaga.
El hombre visitaba al médico y se quejaba : Me duele todo doctor. Me toco aquí y me duele, me toco acá y me duele. Donde me toco me duele. Es la llaga en el dedo.
Esta introducción voy a utilizar para postear una serie de artículos que deben llamarnos la atención y hacernos reflexionar. Es importante debatirlos, llevándolos al plano del diálogo con colegas, familiares, camaradas. Esta vez nos conmueve la redacción del periodista nacido en Córdoba, Argentina en el año 1954 (en 1976 se exilió en Suecia, donde se graduó en la Facultad de Periodismo de
la Universidad
de Estocolmo - http://www.waltergoobar.com.ar)
La publicación es del 26 de Mayo pasado, de Infonews - http://www.infonews.com
Muertes en el celular
Cada kilo de coltán que se
extrae para la fabricación de teléfonos móviles, GPS, armas teledirigidas,
satélites artificiales, les cuesta la vida a dos niños africanos. Son datos
terroríficos.
No menos de cinco millones
de civiles murieron en el Congo a lo largo de la guerra que ya lleva más de una
década. Murieron por el coltán, pero ni ellos lo sabían. El coltán es un
mineral raro, y su nombre designa la mezcla de dos minerales estratégicos
llamados columbita y tantalita. Poco o nada valía el coltán, hasta que se
descubrió que –por su conductividad– era imprescindible para la fabricación de
teléfonos celulares, playstations, computadoras, GPS y misiles; y entonces pasó
a ser más caro que el oro. Hoy mueren dos niños africanos por cada kilo de
coltán que se extrae para la fabricación de estos productos de la sociedad de
consumo.
El 80% de las reservas
conocidas de coltán están en las arenas del Congo, un país pobrísimo, pero que
para su desgracia es riquísimo en minerales, y ese regalo de la naturaleza se
sigue convirtiendo en maldición de la historia.
El Congo huele a sangre,
enfrentamiento entre etnias, pobreza, esclavitud y sobre todo a dinero. La
antigua colonia belga tiene tanta riqueza que con su explotación debería nadar
en la abundancia, sin embargo lo que le sobran son guerras. En su territorio
alberga en grandes cantidades cobre, cobalto, estaño, uranio, oro y diamantes,
casiterita, wolframita y sobre todo coltán.
Mientras el planeta se
horroriza ante las atrocidades de la guerra civil en Siria, en África se libra
otro antiguo y olvidado conflicto que parece interminable ante el silencio
cómplice de los medios de comunicación y las trasnacionales involucradas en la
producción de celulares y otros elementos de alta tecnología que requieren
coltán. Sólo baja de intensidad de vez en cuando y vuelve a la barbarie cada
vez que un fabricante de playstations retrasa la salida de su nuevo modelo
aduciendo la falta de ese mineral.
Es la guerra del Congo o del coltán, como la llaman algunos, porque si bien el coltán no fue la razón primera de su estallido, sí lo es de su continuidad. Porque estos minerales de sangre son la riqueza del Congo y a la vez su condena.
Es la guerra del Congo o del coltán, como la llaman algunos, porque si bien el coltán no fue la razón primera de su estallido, sí lo es de su continuidad. Porque estos minerales de sangre son la riqueza del Congo y a la vez su condena.
Las grandes víctimas de
toda esta guerra económica que se está desarrollando en el tercer país más
grande de África son, sin duda, los civiles. Cifras impresionantes que nadie
sabe por qué, sólo ahora han saltado a la primera plana de los periódicos. Más
de cinco millones de personas han sido masacradas desde 1998 en Congo, y desde
el Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas (Acnur)
confirman que actualmente hay 1.350.000 desplazados en el interior del país.
Las mujeres y niñas son sistemáticamente violadas y empleadas como arma de
guerra. Los niños no se salvan de la barbarie: unos son obligados a trabajar en
las minas de coltán a mucha profundidad porque son los únicos que caben en
ellas; miles de ellos mueren sepultados, de hambre y de agotamiento. Se calcula
que por cada kilo de coltán extraído mueren dos niños. Otros son reconvertidos
en niños y niñas soldados; llegó a haber más de treinta mil reclutados y quedan
entre tres y siete mil como carne de cañón, según datos de Amnistía
Internacional. Los enfrentamientos actuales han puesto de nuevo en marcha este
macabro sistema que se lleva a niños de sus aldeas para participar en la
guerra. Los que intentan escapar son torturados ante sus compañeros para que
sirvan de ejemplo. Hambre, desnutrición, sida, malaria o tuberculosis se suman
a una situación alarmante. Por ejemplo, semanas después de que la Corte Penal
Internacional condenara al comandante rebelde Thomas Lubanga a 14 años de
prisión por reclutar niños soldados, Human Rights Watch cifraba en 149
“kadogos” (así se les conoce en la jerga militar) los secuestrados para luchar
junto al grupo M23, liderado en la sombra por BoscoTerminator Ntaganda,
lugarteniente de Lubanga que tiene orden de captura por el mismo tribunal.
Todo comenzó cuando los
tutsis de la vecina Ruanda recuperaron el poder tras el genocidio de 1994 que
cometieron los hutus. Estos últimos se refugiaron en el vecino Congo temiendo
la represalia tutsi.
Agentes encubiertos de
Ruanda como Terminator Ntaganda o Laurent Nkunda, ahora en situación de
semilibertad en Kigali, fueron enviados junto a sus tropas a masacrar a los
hutus que habían cruzado la frontera. Con esa táctica, Ruanda alejó la guerra
de su territorio y justificó una ocupación militar en las zonas minerales que
el Gobierno congoleño, a 2.000 kilómetros en la lejana Kinshasa, es
incapaz de controlar. Ahora la
Ruanda del presidente Paul Kagame, también acusado de
genocidio en aquellas operaciones de castigo, le ha dado la luz verde a
Terminator Ntaganda, que también fue niño soldado.
Gracias a esa constante
inestabilidad, el gobierno del Congo ni puede explotar las minas ni mucho menos
cobrar impuestos. Y sus vecinos necesitan la guerra para mantener un coltán
barato, sin impuestos gubernamentales, gestionado por milicias fácilmente
sobornables, como el M23 de Ntaganda, que factura miles de euros semanales en
contrabando al mando de una brutal milicia armada con lanzacohetes y fusiles kalashnikov.
Hay muchos analistas que
apuntan que son las multinacionales, con la complicidad de las potencias
internacionales, las que han azuzado el conflicto. De hecho, Naciones Unidas
hizo una investigación y las conclusiones fueron que se trataba de una guerra
dirigida por “ejércitos de empresas” para hacerse con los metales de la zona,
acusando directamente a Anglo-América, De Beers, Standard Chartered Bank y cien
corporaciones más.
En el último decenio, las
grandes transnacionales Nokia, Ericson, Siemens, Sony, Bayer, Intel, Hitachi,
IBM y muchas otras han obtenido el material de esa zona para lo cual se han
formado una serie de empresas (la mayoría fantasmas) asociadas entre los grandes
capitales, los gobiernos locales y las fuerzas militares rebeldes para la
extracción del coltán y de otros minerales como el cobre, el oro y los
diamantes industriales.
Entre las más nombradas
aparecen la Barrick Gold
Corporation, de Canadá, la
American Mineral Fields (en la que George Bush padre tenía
intereses) y la sudafricana Anglo-American Corporation. El coltán extraído
tiene como destino los Estados Unidos, Alemania, Bélgica y Kazajstán, aunque al
tráfico y elaboración están vinculadas decenas de compañías. La filial de la
alemana Bayer, Starck, es la productora del 50% del tantalio en polvo a nivel
mundial.
Todas negaron estar
involucradas en la guerra, mientras que sus gobiernos presionaban a la ONU para que dejaran de
acusarlas. En el informe de la ONU
se exponen un número de empresas europeas que han tenido mucho que ver con el
mantenimiento económico de los rebeldes ruandeses para facilitar su comercio de
coltán. Ahí aparecen las empresas belgas Sogecom Sprl, Sogem Unicore, o la
alemana Masungiro GmbH, las actividades del suizo Chris Huber o la
joint-venture holandesa y americana, Eagle Wins Resources. En un circuito que
va desde la explotación minera hasta los fabricantes de tecnología como indica
esta figura.
Pero ahí no queda todo.
Este problema ha abierto, a su vez, un conflicto entre estadounidenses y
europeos por el control del coltán. Este enfrentamiento tiene un tercer
oponente: China, que firmó el contrato del siglo con el Congo en septiembre de
2007 para explotar durante 30 años los recursos naturales del país africano con
un esquema de reparto de dividendos donde China se quedará con el 68% y el 32%
restante irá a parar a los congoleños. Los minerales de sangre salen por la
frontera hacia Ruanda por carretera o por aire, a la vista de todos, dejando
los bolsillos llenos a los corruptos funcionarios congoleños. Desde Goma, vía
Kigali, viaja a las zonas fabriles de Shanghai, donde el Gobierno chino no se
molesta en preguntar de dónde viene. Y de ahí a nuestros celulares, laptops y
tablets.
Quien controle el coltán
controla nuestra vida.
Como en el siglo XXI, toda
nuestra tecnología depende de que haya un niño allí dando martillazos a una
piedra y a un pedazo de tierra que se le viene encima.
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