La
construcción del mal argentino
En la prensa
internacional se impone una nueva construcción discursiva sobre la realidad
argentina: consiste en tratarla antropológica, psicológica y filosóficamente
como si estuviera afectada de un mal radical. Ese mal consistiría en una
repetición maldita, un “eterno retorno de lo mismo”, una compulsión
irrefrenable en los argentinos, que siempre los llevará, aun cuando las
“apariencias” se empeñen en mostrar lo contrario, al mismo sitio de siempre,
incluso obteniendo en cada repetición un resultado siempre más terrible. Se
trata de una fórmula que se extiende por todos los medios de manera insistente,
donde se presenta un intento de diagnóstico sobre el destino fatal de
Argentina. Suele comenzar con la célebre expresión de Ortega: “argentinos a las
cosas”, sabia invocación que indudablemente los argentinos no supieron
corresponder y culmina a veces con algún escritor argentino, reconocido por
dichos medios, que legitima y autoriza el diagnóstico fatal: País tiovivo, dice
el argentino a modo de ilustración, o sea país carrusel, país calesita, en el
cual no somos otra cosa que “muñequitos repintados”, que damos vueltas y
vueltas mientras nos engañamos con el “relato” de unas transformaciones nunca
logradas. Obviamente el nombre de este mal que aqueja a la nación y del cual
los argentinos son responsables porque disfrutan insanamente con ello tiene un
nombre: peronismo. Según estos medios, y sus escritores dilectos, hay una
suerte de colapso en las conciencias de los militantes, de los movimientos
sociales, de las agrupaciones de derechos humanos y de los intelectuales que, o
bien por intereses personales o por confusión mental o por las dos cosas a la
vez, no despiertan de la ensoñación que sin embargo toda la prensa
internacional y local esclarece. Por supuesto que en esta estrategia retórica
no se habla de otros países que también, por oscuras razones, insisten en
perseverar en su ser. Más bien es como si en las otras naciones hubiera, de un
día a otro, metamorfosis espectaculares, que en su constante cambio vuelven a
sus ficciones políticas un lugar de permanentes modificaciones, fuera de toda
repetición o inercia histórica. Es Argentina la diagnosticada, y es ella la que
debe dar cuenta de su malsano afán por el eterno retorno, siendo cierto que son
muchos los argentinos que se “satisfacen” con esta versión de sí mismos. Tal
vez encontrando en ello una versión singular de sí mismos. Pero lo importante a
destacar, en esta política mediática que nos asigna al modo de una esencia
inmutable un destino de repetición y sufrimiento voluntario, es lo que encubre
en su enunciación:
1) Este diagnóstico, una vez más, encubre la historia política y
social de los antagonismos que atravesaron a la Argentina en relación
con el país que se desea construir. Si, como los medios enuncian, se trata de
un ser capturado en una calesita siniestra, ¿por qué existieron el ‘55, la
resistencia, los ‘70 y los distintos enfrentamientos que el kirchnerismo generó
en su puja por una versión distinta del país? Si se tratara, como los distintos
medios insisten, de una fatalidad antropológica o social-psicológica, ¿por qué
no funciona de un modo automático como ocurre con toda repetición verdadera?
¿Por qué han sido siempre necesarias la represión, el golpe, las acciones
destituyentes, las desestabilizaciones incesantes? Estas preguntas obvias
deshacen de inmediato la idea de un lugar homogéneo abocado compulsivamente a
la repetición.
2) La teoría de un país fascinado por su propia repetición
conjugada en distintos estilos según los medios internacionales (y también,
insistamos, locales) incluye de un modo implícito un llamado a un amo que por
fin cure a la Argentina
del circuito enfermo. ¿Cómo imaginan los prestigiosos intelectuales de los
diarios neoliberales que tiene que ser este nuevo amo que curará a la Argentina de lo que
comenzó con Perón, Evita y continúa en el kirchnerismo? ¿Con qué métodos y
procedimientos llevará a cabo este exorcismo benéfico?
3) Por último, esta construcción ideológica mediática apunta a una
cuestión crucial: si en Argentina nunca pasa nada distinto y sólo es un vano
espejismo lo conseguido en estos últimos diez años, entonces ya no vale la pena
intentar nada ni insistir en radicalizar las transformaciones logradas. Lo que
estos diagnósticos sobre nuestra supuesta esencia repetitiva intentan es el
desarme crítico de los proyectos transformadores es un llamado a la dimisión
formulada en estos términos: no intentes nada, no luches por nada, no insistas
ni vuelvas sobre tus legados históricos; cualquier cosa que te parezca nueva o
distinta, tarde o temprano, se revelará como un ensueño que no impedirá el mal
argentino de la eterna reiteración.
Ahora que después de diez años surgen límites, impases,
rectificaciones de un proyecto, que no inventó los antagonismos, pero que los
intentó asumir y esclarecer, es crucial atender a esta nueva construcción
mediática de la realidad argentina que promueve ceder ante nuestros mejores
deseos.
* Psicoanalista y escritor. Consejero cultural de la embajada
argentina en España.
De : CONTRATAPA - Página12
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