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sábado, 3 de mayo de 2014

La Leyenda continúa


Nomás por gusto

Este sábado José Tomás vuelve a torear en México cuatro años después de la cornada mortal a la que sobrevivió en Aguascalientes



Stairway to Heaven by Led Zeppelin on Grooveshark En tanto escuchamos a otra leyenda

  José Tomás tiene 38 años y es el torero vivo más celebre. Cada vez que torea es un acontecimiento. Porque es un matador excepcional que se juega la vida como ninguno. Porque es tan reservado que ha convertido su figura en un enigma. Porque sus actuaciones son cada vez más espaciadas. La última fue en 2012 en Nimes. Cortó once orejas y un rabo, una proeza que pasada a la medida universal de conocimiento (o sea: el fútbol) sería como meter siete tantos y dar tres o cuatro pases de gol en un mismo partido. La temporada de 2013 se la perdió entera por una lesión en el pie derecho.(...)


Como hace siempre, José Tomás ha puesto la condición de que no se retransmita la corrida a través de ningún medio ni en ninguna modalidad técnica ni en cualquier aparato “conocido o por conocer”, estipula el formato de acreditación de prensa adelantándose con celo a la innovación tecnológica.

En el mundo de José Tomás, un torero heterodoxo que no reza ni besa escapularios antes de salir a la arena, el cumplimiento de sus normas es un credo.


http://cultura.elpais.com/cultura/2014/05/03/actualidad/1399089615_453726.html



Ante este acontecimiento, les propongo leer el artículo que relata " la primera muerte del torero" :




En la enfermería de la plaza de toros de Aguascalientes, 12 personas atestiguan la muerte de José Tomás. Es 24 de abril de 2010, casi a las siete de la tarde.

Su cuerpo lleva minutos expulsando borbotones de sangre. Hay sangre en las paredes y en los muebles. Salpicó la puerta y chorreó en el pasillo. Hay sangre en las camisas y los pantalones. Los zapatos chapotean desesperados en los charcos del rojo brillante que tiene la sangre cuando recién sale de las arterias. Se impregnan de ella brazos y rostros que tratan de parar la hemorragia metiendo las manos por el boquete que el toroNavegante, quinto de la tarde, acaba de abrir en el muslo izquierdo del torero.

Como llave de agua abierta”, explica el subalterno Alejandro Prado, quien, frente al toro, soltó el capote y fue el primero que a mano limpia quiso taparle la fuga sobre la carne viva y no dejar que falleciera ahí, en la arena. “Tranquilos, tranquilos”, les dijo el de Galapagar mientras lo levantaban del ruedo.

José Tomás ya casi no tiene sangre. El monitor no registra presión arterial. El corazón late, pero el combustible está por debajo del mínimo. Toda la sangre del torero se puede recoger entre el ruedo, el callejón, el acceso a la enfermería y la cama quirúrgica en la que yace boca arriba, pálido.

Ya son 13 personas. Acaba de entrar el sacerdote. Lleva estola y aceite. Trajo los santos óleos. No se acerca porque no hay espacio y porque los que pelean por la vida de José Tomás Román Martín lo miran con recelo.

Los gritos se confunden con las instrucciones.

Don José estalla en llanto: “¡Se está muriendo mi hijo!”, y se va.

Andrés, el hermano, se queda goteando de sudor propio y sangre que no le es ajena.

El jefe de los servicios médicos, el doctor Carlos Hernández Sánchez, corre y reza en voz alta, sometido por la angustia.


Treinta y siete horas después de la cornada preguntaron a josé tomás cómo se encontraba. “de puta madre”, respondió el ascético espada

El matador Fernando Ochoa, compadre del impasible diestro, quien bajó desde el tendido donde presenciaba la corrida, carga la bolsa de suero y la aprieta fuerte para que entre en contra de la fuga sanguínea.

Desde su barrera, el cardiólogo Juan Carlos Ramírez Ruvalcaba marca su celular y ofrece ayuda. Se la aceptan, pero a la voz de ya.

No hay oxígeno. No han llegado las bolsas de sangre A negativo.

Villalobos y Martínez son dos anestesiólogos que no pueden anestesiar. Lo impide el estado de choque en que se encuentra el paciente.

Conchita y Javier, los enfermeros, y el médico general González Careaga necesitan más manos para colocar las cuatro, cinco mangueras de catéter que exige la emergencia.

Dos médicos están sobre él taponándole a mano el borbotón del muslo. Otro está enfrente mordiéndole las vísceras con pinzas –¡faltan pinzas!– para despejar el camino de la urgente cirugía. La hemorragia no se detiene.

Urge cortarle el traje de luces, pero no encuentran las tijeras. Fernando Ochoa sale corriendo y se topa a El Kiki, amigo de la infancia y heroico escudero del moribundo Quijote. El Kiki entrega las tijeras que sirven para retocar los capotes y muletas cuando se deshilan. Con esas regresa Fernando a la vera de su amigo y cortan a tajos la taleguilla.

Un corte de mayor trascendencia sucede a centímetros de distancia. El líder del grupo, el doctor José Alfredo Ruiz Romero, abre con bisturí 30 centímetros de pierna.

En medio del infierno disfrazado de clínica, los dos hombres que deben mantener la cabeza fría están cumpliendo con su tarea.

Uno es José Tomás, que se halla consciente. Sin cuerpo pero con alma,desprendiéndose de la vida como cuando en el ruedo los pitones parecen imantar su cintura, solo tensa los músculos del rostro y sin alzar la voz confiesa a su entrañable Ochoa: “Me duele mucho la pierna”. Y le aprieta la mano cuando siente las punzadas. José Tomás, máscara de oxígeno sobre un rostro que va volviéndose amarillo, lleva 25 minutos aguantando.

El otro es el doctor Ruiz Romero. No le ha asustado tanta sangre. Había visto más apenas tres años antes, el 15 de febrero de 2007. En aquel “Jueves Negro” de Aguascalientes, un enfrentamiento entre policías y narcotraficantes cambió el rostro de la que solía ser modelo de ciudad pacífica mexicana: cuatro oficiales murieron y otros cuatro resultaron heridos.

Uno de ellos llegó al quirófano del doctor Ruiz Romero, cirujano cardiovascular de hospital de sangre. Un sicario le había disparado con una Cuerno de Chivo. La bala le atravesó el tórax, destrozó el riñón derecho y salió por un enorme orificio en la espalda que seguía vomitando pedazos de hígado.

El policía murió. José Tomás, no.

Tras casi una hora y media de intervención, lograron estabilizarlo, anestesiarlo y trasladarlo dormido en una ambulancia que, a petición de los especialistas, avanzó con precaución y a moderada velocidad por las calles que ya había cerrado la policía para que el convoy no se detuviera. Seguía sangrando en la ruta. Mucho músculo destruido, mucho tejido blando soltando todo.

En ese momento, los doctores supieron que el ídolo “la había brincado”, como se llama en mexicano al fino arte de dar a la muerte el pase del desdén y evitar su fatal embestida.

En el hospital Miguel Hidalgo fueron tres horas adicionales de quirófano, menos trepidantes; y a firmar con su nombre de civiles, no el de superhéroes, un documento que habla de una ruptura de la arteria femoral profunda, en su nacimiento de la arteria femoral común.

Mientras se quitaban las batas y los guantes, el cardiólogo Ramírez Ruvalcaba preguntó a su colega Ruiz Romero, el líder del milagro:

–¿Llegaste a pensar que se iba a morir?

–Las mismas veces que tú.

Por un cuerpo humano de la altura, el peso y la edad de José Tomás Román Martín circulan entre 4,8 y 5 litros de sangre. Cada paquete globular lleva de 240 a 260 mililitros, dependiendo de la calidad de la sangre del donador. Esa tarde-noche fue transfundido al torero el contenido de 18 paquetes globulares. Esto es, entre 4,32 y 4,68 litros. Por tanto, ahora entre el 86,4% y el 97,5% de la sangre de José Tomás es mexicana.

–¿Cómo estás? –preguntaron al ascético espada al entrar al área de terapia intensiva del hospital Hidalgo de Aguascalientes, 37 horas tras la cornada.

De puta madre –que en ibérico quiere decir “de maravilla”.

José Tomás mueve la pierna para demostrarlo y sonríe burlándose de la muerte. Debe de ser por su sangre mexicana.

José volvió a torear. Pero ¿y Navegante?
Continua la historia de la búsqueda de Navegante....

http://elpais.com/elpais/2014/04/29/eps/1398770282_430929.html

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