¿Por qué los gobiernos occidentales no se solidarizan con el pueblo palestino?
Rafael Narbona - Reacción http://insurgente.org/
Mientras Israel extermina a hombres, mujeres y niños en la Franja de Gaza, invocando su derecho a garantizar su seguridad, Estados Unidos y la UE contemplan la matanza con indiferencia, limitándose –en el mejor de los casos- a esbozar tímidas objeciones. Al margen de las cuestiones energéticas y geoestratégicas, nadie quiere proporcionar argumentos que permitan lanzar la temida acusación de antisemitismo. Los niños palestinos mueren carbonizados, mutilados o agujereados porque Israel quiere explotar los yacimientos de gas situados en las aguas territoriales de Gaza y porque existe una inequívoca voluntad de forzar una segunda Nakba o emigración forzosa, semejante a la de 1948, que expulsó de sus hogares a casi un millón de palestinos. No es una exageración hablar de genocidio o limpieza étnica. Israel sigue los pasos de Estados Unidos, que aplicó el mismo procedimiento con los pueblos nativos americanos. Los pueblos nativos americanos son en realidad las primeras naciones de un continente diezmado por el colonialismo europeo, pero en la actualidad sobreviven en reservas, sin la posibilidad de constituir un gobierno que refleje su identidad cultural. Sus derechos se extinguen en el humillante fidecomiso de sus propias tierras en calidad de gestores y administradores. Israel ni siquiera reconoce a los palestinos como pueblo, pues estima que solo son árabes, población hostil e incompatible con el proyecto de recuperar algún día las fronteras del Antiguo Testamento.
LA PASIVIDAD DE EUROPA Y ESTADOS UNIDOS ANTE LA SHOAH
La UE y Estados Unidos no quieren acusar a Israel de genocidio y crímenes de guerra, pues la Shoah se ha convertido en una imbatible coartada, que se explota con vergonzoso cinismo. Casi todos los pueblos ocupados por el Reich alemán durante la Segunda Guerra Mundial colaboraron en la deportación de sus ciudadanos de origen judío, sin ignorar su terrible destino. El infame gobierno de Vichy se plegó a las exigencias de los nazis con auténtico fervor antisemita, movilizando a miles de policías para deportar a 74.000 conciudadanos judíos. 42.000 acabaron en Auschwitz. Solo 811 regresaron a Francia. En cambio, cuando el 1 de octubre de 1943 Adolf Hitler ordenó la deportación de los judíos daneses, el movimiento de resistencia y un gran número de ciudadanos anónimos se movilizaron para trasladar a la neutral Suecia a 8.000 judíos. Gracias a esta audaz maniobra y a las gestiones diplomáticas de las autoridades, solo perdieron la vida 102 judíos daneses, de acuerdo con los datos del Yad Vashem. El antisemitismo es un viejo prejuicio cristiano que en los años 30 gozaba de excelente salud en Europa y Estados Unidos. Joseph Kennedy, William Randolph Hearst y Henry Ford -que sería condecorado por los nazis con la Gran Cruz de la Orden Suprema del Águila Alemana, la distinción más alta que podía recibir un extranjero- nunca ocultaron su odio hacia los judíos y aprovecharon su poder para influir en la opinión pública norteamericana, ensalzando las dictaduras de Hitler y Mussolini. Walt Disney se movió en la misma línea y el gobierno de Franklin Delano Roosevelt restó importancia a la Shoah, pese a conocer perfectamente lo que sucedía. No quería perder el voto judío, pero tampoco el de los evangélicos y los irlandeses católicos, notorios antisemitas.
Cuando en 1943, Jan Karski, representante del gobierno polaco en el exilio y testigo presencial de la matanza de judíos en el gueto de Varsovia y el campo de tránsito de Izbica, se entrevistó con Roosevelt para informarle del genocidio, el presidente le contestó con evasivas y desvió la conversación hacia la hípica, una de sus pasiones, preguntándole por las características de los caballos europeos. Ni siquiera se planteó bombardear las vías ferroviarias utilizadas por los nazis para deportar a millones de judíos. En esas fechas, los judíos norteamericanos sufrían discriminación laboral y se limitaba su acceso a colegios y universidades. Después del bombardeo de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, muchos jóvenes judíos se alistaron en las Fuerzas Armadas de Estados Unidos. Algunos ya habían luchado contra el fascismo en España como voluntarios de las Brigadas Internacionales. Los gentiles con un título universitario se convertían automáticamente en oficiales, pero ese criterio no se aplicaba con los judíos y, además, se les prohibía incorporarse a los servicios de inteligencia o la Fuerza Aérea, virulentamente antisemita. Si querían alistarse en los marines, les exigían una explicación. Si manifestaban que deseaban frenar el avance del fascismo, chocaban con un muro de incomprensión, pues los oficiales esperaban escuchar a los reclutas que su intención era “matar japos”. Aunque 550.000 judíos americanos lucharon en los campos de batalla europeos, soportaron el mismo desprecio que los afroamericanos, lo cual explica que años más tarde muchos judíos apoyaran la campaña por los derechos civiles encabezada por Martin Luther King.
La prensa estadounidense no mostró mucha preocupación por la suerte de los judíos europeos. Incluso The New York Times, cuyos dueños (Ochs y Sulzberger) eran de procedencia judía, relegó a la página doce el informe de la historiadora Déborah Lipstadt sobre la deportación de 400.000 judíos húngaros a Auschwitz II (Birkenau), donde les esperaban las cámaras de gas y los crematorios. Cuando se produjo el levantamiento del gueto de Varsovia, el diario habló de patriotas polacos y no de Resistencia judía. El New York Herald Tribune, elWashington Post y Los Angeles Times obraron del mismo modo. Solo en la primavera de 1944, la Fuerza Aérea accedió a bombardear el complejo industrial de Auschwitz III (Monowitz), pero el ataque no incluyó las cámaras de gas ni las vías de tren que transportaban a los seleccionados para recibir “tratamiento especial”. Esta vergonzosa maniobra insinúa que las vidas de los deportados se consideraban menos importantes que la destrucción de las fábricas de munición.
LA COMPLICIDAD DE EUROPA Y ESTADOS UNIDOS EN EL GENOCIDIO DE GAZA
La historia se repite con los palestinos, que en las últimas semanas están soportando en la Franja de Gaza un violento ataque militar del Tzahal. No se puede hablar de guerra, pues los palestinos carecen de un ejército regular y las milicias de Hamás poseen un arsenal ridículo, con escasa capacidad de infligir bajas. Sarah Woznick, enfermera norteamericana de Médicos Sin Fronteras, ha trabajado seis meses en la Franja de Gaza y acaba de abandonar el lugar, pues los ataques israelíes por tierra, mar y aire no discriminan entre civiles, personal sanitario y milicianos de Hamás. “No hemos podido desarrollar parte de nuestras labores médicas por falta de seguridad. […] Los palestinos sufren mucho, sobre todo los niños. Cada vez que había un ataque los niños se agarraban a las piernas de los padres, intentando protegerse. […] Aparte de los que mueren y los que resultan heridos, los niños de Gaza están sufriendo mucho psicológicamente. […] Un niño llegó con quemaduras en todo el cuerpo, con 100 pedazos de metralla incrustados”. Cuando le preguntan si los milicianos de Hamás se parapetan en los hospitales, según afirma el gobierno y la prensa israelíes para justificar sus bombardeos sobre escuelas y centros médicos, Woznick afirma que no conoce ningún caso ni ha escuchado ningún testimonio en ese sentido. Es un acto de cinismo afirmar que el Tzahal actúa con criterios selectivos, pues sus avisos para abandonar los edificios convertidos en blancos militares solo proporcionan a la población civil un ridículo margen de tiempo que no excede los cinco minutos. La Franja de Gaza está compuesta por 385 kilómetros cuadrados limitados al Mar Mediterráneo, Egipto –que ha recuperado su papel de aliado de Israel y Estados Unidos- y las fronteras israelíes. Apenas hay donde esconderse. “Te metas donde te metas te van a bombardear. Gaza es una ratonera, pero ¿adónde podemos ir?”, exclaman los palestinos.
El Consejo de Derechos Humanos de la ONU ha aprobado una resolución que condena a Israel por su ofensiva militar y ha creado una comisión para investigar los crímenes y las violaciones del derecho internacional. Solo se ha opuesto Estados Unidos, que ha calificado la resolución de “destructiva”, y 17 países –entre los que se encuentran Alemania, Francia, Reino Unido y España- se han abstenido. Israel ha ironizado sobre la resolución, afirmando que solo es “una farsa”. Navi Pially, Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, ha afirmado que hay indicios de crímenes de guerra en la Operación Margen Protector, que de momento le ha costado la vida a 735 palestinos y ha provocado graves heridas en casi 5.000. El 85% son civiles. Al menos, 175 eran niños y más de un centenar mujeres. Ya hay 110.000 desplazados que han huido de sus hogares y, según Save the Children, cada hora muere un niño palestino. Israel ha bombardeado once escuelas, un pozo de agua que abastecía a 1.500 personas, un hospital, una escuela de Naciones Unidas en Beit Janún y un almacén gestionado por la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos en Oriente Próximo (UNRWA). Navi Pially ha recordado que desde el 12 de junio Israel ha detenido a más de 1.200 palestinos en Cisjordania y Jerusalén Este, sin presentar cargos. Simplemente, ha realizado una detención administrativa que puede prolongarse indefinidamente, sin aportar pruebas incriminatorias. Estos hechos solo pueden calificarse de secuestro. Israel disfruta de una escandalosa impunidad. Solo eso explica que Tizpi Livni, Ministra de Justicia, haya declarado al diario Yediot Aharonot: “¡Venid a buscarme!”, burlándose de la orden –ya revocada- de un tribunal británico, exigiendo su detención para interrogarla por crímenes de guerra en la Franja de Gaza durante la Operación Plomo Fundido (2008-2009). En esa época, Livni –antigua agente del Mossad- ocupaba los cargos de primera viceministra y ministra de Asuntos Exteriores. Hasta ahora el Tzahal ha sufrido 35 bajas. Es un número insignificante que refleja la asimetría de los contendientes, pero que triplica la cifra de 10 caídos durante la Operación Plomo Fundido, cuando 1.400 palestinos perdieron la vida bajo el fuego israelí. El Presidente Barack Obama ha lamentado la muerte de civiles, pero ha defendido el derecho de Israel a protegerse. En un alarde de cinismo, ha aprobado una ayuda de 47 millones de dólares para reconstruir Gaza, mientras continúan fluyendo ingentes cantidades de dinero para mantener en funcionamiento la maquinaría militar israelí.
ISLAMOFOBIA Y EL RESURGIR DEL IMPERIALISMO NORTEAMERICANO
Uno de los crímenes del Tzahal que debería perdurar en la memoria colectiva es el asesinato de un joven palestino desarmado, que fue abatido y rematado ante las cámaras por francotiradores israelíes, mientras buscaba a sus familiares entre los escombros. ¿No es una triste repetición de los disparos del Hauptsturmführer SS Amon Göth desde el balcón de su residencia en el campo de concentración de Plaszow en la Polonia ocupada por la Alemania nazi? ¿Cómo es posible que los países occidentales toleren y no condenen esta masacre? Evidentemente no es tan solo por su subordinación a Estados Unidos ni por el miedo a ser acusados de antisemitas. No es solo por los yacimientos de gas en las aguas territoriales de Gaza, sino también por la profunda islamofobia que se ha propagado en el mundo desde el 11-S, un brutal atentado sin esclarecer que proporcionó la excusa perfecta a Estados Unidos para intervenir en Oriente Medio y proseguir sus planes para reordenar una zona de vital importancia en el suministro de combustibles fósiles. La islamofobia presupone que el Islam es una religión primitiva, irracional, cruel, racista, violenta y sexista. Los deleznables artículos de Michel Houellebecq, Oriana Fallaci y Antonio Elorza, mandarín del diario El País, han contribuido a fomentar esa visión, cuando lo cierto es que tanto en El Corán como en la Biblia hay frases igualmente inaceptables para la sensibilidad contemporánea, así como invitaciones a la compasión, el perdón y la tolerancia. Estados Unidos combatió el panarabismo de inspiración socialista en los años de la Guerra Fría y financió el fundamentalismo islámico, no menos dañino que el fundamentalismo cristiano, aliándose con Arabia Saudí, donde reina el wahabismo, una de las versiones más radicales del Islam. La desintegración de la Unión Soviética le dejó durante un tiempo sin el enemigo que justificaba sus desorbitados gastos militares, pero el 11-S restableció el clima de confrontación que sirve de coartada a su agresivo imperialismo. El Islam se ha convertido en el mejor comodín de la diplomacia norteamericana. Por un lado, se fomenta en la opinión pública el odio a los regímenes musulmanes, minimizando el impacto que causa la muerte de civiles palestinos, afganos o iraquíes en operaciones militares de la OTAN, Israel o Estados Unidos en solitario.
Por otro lado, se promueve la constitución de un califato islámico en Siria e Irak que prepararía la batalla final contra Irán, la llave que permitiría controlar las repúblicas caucásicas limítrofes con Rusia, estrechando el cerco contra el oso ruso, su principal rival. La prestigiosa politóloga iraní Nazanín Armanian no alberga dudas sobre las intenciones de Estados Unidos. En mayo de 2014 Armanian publicaba en su blog Punto y seguido el artículo “La ofensiva simultánea del intrépido Obama contra Rusia y China”, donde afirma: “Ni en sus mejores años de imperialista Washington se había atrevido a actuar como un suicida: mientras planea un enfrentamiento directo con Rusia en Ucrania, Barack Obama visita a sus aliados asiáticos ─Japón, Corea del Sur, Malasia y Filipinas─, en el marco de su política del Regreso a Asia, para contener el avance de China en el mundo. […] El Pentágono planea aumentar las operaciones de vigilancia cerca de China, desplegar cazabombarderos y usar misiles para destruir la infraestructura militar del enemigo y enviar un portaaviones al Estrecho de Taiwán. […] La línea roja autoimpuesta por Moscú de que consideraría “el ataque a los ciudadanos rusos en Ucrania como un ataque a la propia Rusia”, puede convertirse en una trampa mortal para Putin.
Es justo lo que busca Washington: involucrarle en una larga guerra de desgaste en Ucrania para así tumbar su economía, dañar su peso en las relaciones internacionales (ahora que se había convertido en mediadora de los conflictos como el de Irán y de Siria), parar el proceso de la mejora de sus relaciones con los Estados exsoviéticos, privar a la Vieja Europa de un sólido socio comercial (y venderle su excedente de gas de esquisto), obligarla a participar en las sanciones económicas contra Moscú e incluso entrar en guerra contra su proveedor de gas, y ¿cómo no? dar un nuevo protagonismo a la OTAN. El Pentágono va a desplegar más paracaidistas en Polonia, Estonia, Letonia y Lituania, enviará un buque de guerra al Mar Negro y en unos meses realizará la maniobra Operación Trident con Ucrania”. Armanian señala que Estados Unidos refuerza su estrategia política con atentados terroristas para desestabilizar a sus adversarios y cita la masacre de Odessa y el atentado en la estación de tren de Xinjiang, la región musulmana de China fronteriza con Afganistán y Pakistán. En ambos casos, los hechos coincidieron con la presencia en Ucrania de John Brennan, ex director de la CIA, y Joe Biden, vicepresidente de los Estados Unidos. No hay que estrujar mucho la imaginación para descubrir que Washington intenta forzar una intervención militar de Rusia.
El atentado en Xinjiang se produjo poco después de la gira de Obama por Asia. Esta vez se trataba de desestabilizar una región fronteriza con países controlados por Estados Unidos. Armanian también ha señalado que el secuestro y asesinato de tres jóvenes israelíes en la Cisjordania ocupada solo favorecía a los intereses israelíes y ha cuestionado la existencia de Al Qaeda y la misteriosa ejecución de Osama Bin Laden, al que llama “el Fantasma”. Me he permitido citar a Armanian con tanta extensión por su enorme calidad como analista y porque sus hipótesis sobre operaciones de bandera falsa y terrorismo financiado por Estados Unidos tal vez resultan más creíbles que mis especulaciones. Hace poco, alguien me recriminó que atribuyera al Mossad el secuestro y presunto asesinato de los tres jóvenes judíos en la Cisjordania ocupada, asegurándome que un judío jamás atentaría contra la vida de otro, olvidando que en el atentado contra el Hotel Rey David cometido por el Irgún el 22 de julio de 1946 murieron 17 judíos. En esas fechas, dirigía el Irgún Menájem Beguín, futuro Primer Ministro de Israel y Premio Nobel de la Paz.
EL ANTISEMITISMO COMO CORTINA DE HUMO
Mientras escribo este artículo habrán muerto más palestinos y tal vez algún soldado del Tzahal. Hace unos días, Marcos Ricardo Barnatán, judío sefardita nacido en Buenos Aires, visitó mi página en Facebook y calificó de repugnate mi artículo “¿Por qué el Estado de Israel asesina a niños palestinos?”. Buscando algunas de sus declaraciones, descubrí la siguiente perla: “¿España antisemita? Claro que sí: llevó aquí 45 años y he oído todos los eructos antisemitas que se pueda imaginar”. No sé si sufro alucinaciones visuales, pero en su foto de perfil posa con una pulsera con los colores de la bandera española y el escudo constitucional al fondo. Me cuesta trabajo entender esta paradoja, pero le remito a las conocidas palabras de Norman Finkelstein, judío norteamericano hijo de una superviviente de Auschwitz y Majdanek: “No existe nada más despreciable que usar el sufrimiento y el martirio de las víctimas del nazismo para intentar justificar la tortura, la brutalidad, la demolición de hogares que Israel comete diariamente contra los palestinos”. Dicho de otro modo: no hay excusas para justificar el martirio del pueblo palestino, que se produce por una mezcla de colonialismo, racismo e inconfesables intereses económicos y geoestratégicos. Para finalizar añadiré que los países occidentales no se solidarizan con el pueblo palestino porque los intelectuales, los artistas y los escritores hace mucho que renunciaron a cualquier forma de compromiso, más preocupados por los premios y homenajes que por el sufrimiento de sus semejantes. Al igual que los argelinos que luchaban contra Francia por su independencia, los palestinos solo disponen de su coraje para evitar su desaparición como pueblo. Indudablemente, todos somos culpables del genocidio que se está cometiendo ante nuestros ojos. Escribir un artículo no nos descarga de esa responsabilidad.
Mientras Israel extermina a hombres, mujeres y niños en la Franja de Gaza, invocando su derecho a garantizar su seguridad, Estados Unidos y la UE contemplan la matanza con indiferencia, limitándose –en el mejor de los casos- a esbozar tímidas objeciones. Al margen de las cuestiones energéticas y geoestratégicas, nadie quiere proporcionar argumentos que permitan lanzar la temida acusación de antisemitismo. Los niños palestinos mueren carbonizados, mutilados o agujereados porque Israel quiere explotar los yacimientos de gas situados en las aguas territoriales de Gaza y porque existe una inequívoca voluntad de forzar una segunda Nakba o emigración forzosa, semejante a la de 1948, que expulsó de sus hogares a casi un millón de palestinos. No es una exageración hablar de genocidio o limpieza étnica. Israel sigue los pasos de Estados Unidos, que aplicó el mismo procedimiento con los pueblos nativos americanos. Los pueblos nativos americanos son en realidad las primeras naciones de un continente diezmado por el colonialismo europeo, pero en la actualidad sobreviven en reservas, sin la posibilidad de constituir un gobierno que refleje su identidad cultural. Sus derechos se extinguen en el humillante fidecomiso de sus propias tierras en calidad de gestores y administradores. Israel ni siquiera reconoce a los palestinos como pueblo, pues estima que solo son árabes, población hostil e incompatible con el proyecto de recuperar algún día las fronteras del Antiguo Testamento.
LA PASIVIDAD DE EUROPA Y ESTADOS UNIDOS ANTE LA SHOAH
La UE y Estados Unidos no quieren acusar a Israel de genocidio y crímenes de guerra, pues la Shoah se ha convertido en una imbatible coartada, que se explota con vergonzoso cinismo. Casi todos los pueblos ocupados por el Reich alemán durante la Segunda Guerra Mundial colaboraron en la deportación de sus ciudadanos de origen judío, sin ignorar su terrible destino. El infame gobierno de Vichy se plegó a las exigencias de los nazis con auténtico fervor antisemita, movilizando a miles de policías para deportar a 74.000 conciudadanos judíos. 42.000 acabaron en Auschwitz. Solo 811 regresaron a Francia. En cambio, cuando el 1 de octubre de 1943 Adolf Hitler ordenó la deportación de los judíos daneses, el movimiento de resistencia y un gran número de ciudadanos anónimos se movilizaron para trasladar a la neutral Suecia a 8.000 judíos. Gracias a esta audaz maniobra y a las gestiones diplomáticas de las autoridades, solo perdieron la vida 102 judíos daneses, de acuerdo con los datos del Yad Vashem. El antisemitismo es un viejo prejuicio cristiano que en los años 30 gozaba de excelente salud en Europa y Estados Unidos. Joseph Kennedy, William Randolph Hearst y Henry Ford -que sería condecorado por los nazis con la Gran Cruz de la Orden Suprema del Águila Alemana, la distinción más alta que podía recibir un extranjero- nunca ocultaron su odio hacia los judíos y aprovecharon su poder para influir en la opinión pública norteamericana, ensalzando las dictaduras de Hitler y Mussolini. Walt Disney se movió en la misma línea y el gobierno de Franklin Delano Roosevelt restó importancia a la Shoah, pese a conocer perfectamente lo que sucedía. No quería perder el voto judío, pero tampoco el de los evangélicos y los irlandeses católicos, notorios antisemitas.
Cuando en 1943, Jan Karski, representante del gobierno polaco en el exilio y testigo presencial de la matanza de judíos en el gueto de Varsovia y el campo de tránsito de Izbica, se entrevistó con Roosevelt para informarle del genocidio, el presidente le contestó con evasivas y desvió la conversación hacia la hípica, una de sus pasiones, preguntándole por las características de los caballos europeos. Ni siquiera se planteó bombardear las vías ferroviarias utilizadas por los nazis para deportar a millones de judíos. En esas fechas, los judíos norteamericanos sufrían discriminación laboral y se limitaba su acceso a colegios y universidades. Después del bombardeo de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, muchos jóvenes judíos se alistaron en las Fuerzas Armadas de Estados Unidos. Algunos ya habían luchado contra el fascismo en España como voluntarios de las Brigadas Internacionales. Los gentiles con un título universitario se convertían automáticamente en oficiales, pero ese criterio no se aplicaba con los judíos y, además, se les prohibía incorporarse a los servicios de inteligencia o la Fuerza Aérea, virulentamente antisemita. Si querían alistarse en los marines, les exigían una explicación. Si manifestaban que deseaban frenar el avance del fascismo, chocaban con un muro de incomprensión, pues los oficiales esperaban escuchar a los reclutas que su intención era “matar japos”. Aunque 550.000 judíos americanos lucharon en los campos de batalla europeos, soportaron el mismo desprecio que los afroamericanos, lo cual explica que años más tarde muchos judíos apoyaran la campaña por los derechos civiles encabezada por Martin Luther King.
La prensa estadounidense no mostró mucha preocupación por la suerte de los judíos europeos. Incluso The New York Times, cuyos dueños (Ochs y Sulzberger) eran de procedencia judía, relegó a la página doce el informe de la historiadora Déborah Lipstadt sobre la deportación de 400.000 judíos húngaros a Auschwitz II (Birkenau), donde les esperaban las cámaras de gas y los crematorios. Cuando se produjo el levantamiento del gueto de Varsovia, el diario habló de patriotas polacos y no de Resistencia judía. El New York Herald Tribune, elWashington Post y Los Angeles Times obraron del mismo modo. Solo en la primavera de 1944, la Fuerza Aérea accedió a bombardear el complejo industrial de Auschwitz III (Monowitz), pero el ataque no incluyó las cámaras de gas ni las vías de tren que transportaban a los seleccionados para recibir “tratamiento especial”. Esta vergonzosa maniobra insinúa que las vidas de los deportados se consideraban menos importantes que la destrucción de las fábricas de munición.
LA COMPLICIDAD DE EUROPA Y ESTADOS UNIDOS EN EL GENOCIDIO DE GAZA
La historia se repite con los palestinos, que en las últimas semanas están soportando en la Franja de Gaza un violento ataque militar del Tzahal. No se puede hablar de guerra, pues los palestinos carecen de un ejército regular y las milicias de Hamás poseen un arsenal ridículo, con escasa capacidad de infligir bajas. Sarah Woznick, enfermera norteamericana de Médicos Sin Fronteras, ha trabajado seis meses en la Franja de Gaza y acaba de abandonar el lugar, pues los ataques israelíes por tierra, mar y aire no discriminan entre civiles, personal sanitario y milicianos de Hamás. “No hemos podido desarrollar parte de nuestras labores médicas por falta de seguridad. […] Los palestinos sufren mucho, sobre todo los niños. Cada vez que había un ataque los niños se agarraban a las piernas de los padres, intentando protegerse. […] Aparte de los que mueren y los que resultan heridos, los niños de Gaza están sufriendo mucho psicológicamente. […] Un niño llegó con quemaduras en todo el cuerpo, con 100 pedazos de metralla incrustados”. Cuando le preguntan si los milicianos de Hamás se parapetan en los hospitales, según afirma el gobierno y la prensa israelíes para justificar sus bombardeos sobre escuelas y centros médicos, Woznick afirma que no conoce ningún caso ni ha escuchado ningún testimonio en ese sentido. Es un acto de cinismo afirmar que el Tzahal actúa con criterios selectivos, pues sus avisos para abandonar los edificios convertidos en blancos militares solo proporcionan a la población civil un ridículo margen de tiempo que no excede los cinco minutos. La Franja de Gaza está compuesta por 385 kilómetros cuadrados limitados al Mar Mediterráneo, Egipto –que ha recuperado su papel de aliado de Israel y Estados Unidos- y las fronteras israelíes. Apenas hay donde esconderse. “Te metas donde te metas te van a bombardear. Gaza es una ratonera, pero ¿adónde podemos ir?”, exclaman los palestinos.
El Consejo de Derechos Humanos de la ONU ha aprobado una resolución que condena a Israel por su ofensiva militar y ha creado una comisión para investigar los crímenes y las violaciones del derecho internacional. Solo se ha opuesto Estados Unidos, que ha calificado la resolución de “destructiva”, y 17 países –entre los que se encuentran Alemania, Francia, Reino Unido y España- se han abstenido. Israel ha ironizado sobre la resolución, afirmando que solo es “una farsa”. Navi Pially, Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, ha afirmado que hay indicios de crímenes de guerra en la Operación Margen Protector, que de momento le ha costado la vida a 735 palestinos y ha provocado graves heridas en casi 5.000. El 85% son civiles. Al menos, 175 eran niños y más de un centenar mujeres. Ya hay 110.000 desplazados que han huido de sus hogares y, según Save the Children, cada hora muere un niño palestino. Israel ha bombardeado once escuelas, un pozo de agua que abastecía a 1.500 personas, un hospital, una escuela de Naciones Unidas en Beit Janún y un almacén gestionado por la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos en Oriente Próximo (UNRWA). Navi Pially ha recordado que desde el 12 de junio Israel ha detenido a más de 1.200 palestinos en Cisjordania y Jerusalén Este, sin presentar cargos. Simplemente, ha realizado una detención administrativa que puede prolongarse indefinidamente, sin aportar pruebas incriminatorias. Estos hechos solo pueden calificarse de secuestro. Israel disfruta de una escandalosa impunidad. Solo eso explica que Tizpi Livni, Ministra de Justicia, haya declarado al diario Yediot Aharonot: “¡Venid a buscarme!”, burlándose de la orden –ya revocada- de un tribunal británico, exigiendo su detención para interrogarla por crímenes de guerra en la Franja de Gaza durante la Operación Plomo Fundido (2008-2009). En esa época, Livni –antigua agente del Mossad- ocupaba los cargos de primera viceministra y ministra de Asuntos Exteriores. Hasta ahora el Tzahal ha sufrido 35 bajas. Es un número insignificante que refleja la asimetría de los contendientes, pero que triplica la cifra de 10 caídos durante la Operación Plomo Fundido, cuando 1.400 palestinos perdieron la vida bajo el fuego israelí. El Presidente Barack Obama ha lamentado la muerte de civiles, pero ha defendido el derecho de Israel a protegerse. En un alarde de cinismo, ha aprobado una ayuda de 47 millones de dólares para reconstruir Gaza, mientras continúan fluyendo ingentes cantidades de dinero para mantener en funcionamiento la maquinaría militar israelí.
ISLAMOFOBIA Y EL RESURGIR DEL IMPERIALISMO NORTEAMERICANO
Uno de los crímenes del Tzahal que debería perdurar en la memoria colectiva es el asesinato de un joven palestino desarmado, que fue abatido y rematado ante las cámaras por francotiradores israelíes, mientras buscaba a sus familiares entre los escombros. ¿No es una triste repetición de los disparos del Hauptsturmführer SS Amon Göth desde el balcón de su residencia en el campo de concentración de Plaszow en la Polonia ocupada por la Alemania nazi? ¿Cómo es posible que los países occidentales toleren y no condenen esta masacre? Evidentemente no es tan solo por su subordinación a Estados Unidos ni por el miedo a ser acusados de antisemitas. No es solo por los yacimientos de gas en las aguas territoriales de Gaza, sino también por la profunda islamofobia que se ha propagado en el mundo desde el 11-S, un brutal atentado sin esclarecer que proporcionó la excusa perfecta a Estados Unidos para intervenir en Oriente Medio y proseguir sus planes para reordenar una zona de vital importancia en el suministro de combustibles fósiles. La islamofobia presupone que el Islam es una religión primitiva, irracional, cruel, racista, violenta y sexista. Los deleznables artículos de Michel Houellebecq, Oriana Fallaci y Antonio Elorza, mandarín del diario El País, han contribuido a fomentar esa visión, cuando lo cierto es que tanto en El Corán como en la Biblia hay frases igualmente inaceptables para la sensibilidad contemporánea, así como invitaciones a la compasión, el perdón y la tolerancia. Estados Unidos combatió el panarabismo de inspiración socialista en los años de la Guerra Fría y financió el fundamentalismo islámico, no menos dañino que el fundamentalismo cristiano, aliándose con Arabia Saudí, donde reina el wahabismo, una de las versiones más radicales del Islam. La desintegración de la Unión Soviética le dejó durante un tiempo sin el enemigo que justificaba sus desorbitados gastos militares, pero el 11-S restableció el clima de confrontación que sirve de coartada a su agresivo imperialismo. El Islam se ha convertido en el mejor comodín de la diplomacia norteamericana. Por un lado, se fomenta en la opinión pública el odio a los regímenes musulmanes, minimizando el impacto que causa la muerte de civiles palestinos, afganos o iraquíes en operaciones militares de la OTAN, Israel o Estados Unidos en solitario.
Por otro lado, se promueve la constitución de un califato islámico en Siria e Irak que prepararía la batalla final contra Irán, la llave que permitiría controlar las repúblicas caucásicas limítrofes con Rusia, estrechando el cerco contra el oso ruso, su principal rival. La prestigiosa politóloga iraní Nazanín Armanian no alberga dudas sobre las intenciones de Estados Unidos. En mayo de 2014 Armanian publicaba en su blog Punto y seguido el artículo “La ofensiva simultánea del intrépido Obama contra Rusia y China”, donde afirma: “Ni en sus mejores años de imperialista Washington se había atrevido a actuar como un suicida: mientras planea un enfrentamiento directo con Rusia en Ucrania, Barack Obama visita a sus aliados asiáticos ─Japón, Corea del Sur, Malasia y Filipinas─, en el marco de su política del Regreso a Asia, para contener el avance de China en el mundo. […] El Pentágono planea aumentar las operaciones de vigilancia cerca de China, desplegar cazabombarderos y usar misiles para destruir la infraestructura militar del enemigo y enviar un portaaviones al Estrecho de Taiwán. […] La línea roja autoimpuesta por Moscú de que consideraría “el ataque a los ciudadanos rusos en Ucrania como un ataque a la propia Rusia”, puede convertirse en una trampa mortal para Putin.
Es justo lo que busca Washington: involucrarle en una larga guerra de desgaste en Ucrania para así tumbar su economía, dañar su peso en las relaciones internacionales (ahora que se había convertido en mediadora de los conflictos como el de Irán y de Siria), parar el proceso de la mejora de sus relaciones con los Estados exsoviéticos, privar a la Vieja Europa de un sólido socio comercial (y venderle su excedente de gas de esquisto), obligarla a participar en las sanciones económicas contra Moscú e incluso entrar en guerra contra su proveedor de gas, y ¿cómo no? dar un nuevo protagonismo a la OTAN. El Pentágono va a desplegar más paracaidistas en Polonia, Estonia, Letonia y Lituania, enviará un buque de guerra al Mar Negro y en unos meses realizará la maniobra Operación Trident con Ucrania”. Armanian señala que Estados Unidos refuerza su estrategia política con atentados terroristas para desestabilizar a sus adversarios y cita la masacre de Odessa y el atentado en la estación de tren de Xinjiang, la región musulmana de China fronteriza con Afganistán y Pakistán. En ambos casos, los hechos coincidieron con la presencia en Ucrania de John Brennan, ex director de la CIA, y Joe Biden, vicepresidente de los Estados Unidos. No hay que estrujar mucho la imaginación para descubrir que Washington intenta forzar una intervención militar de Rusia.
El atentado en Xinjiang se produjo poco después de la gira de Obama por Asia. Esta vez se trataba de desestabilizar una región fronteriza con países controlados por Estados Unidos. Armanian también ha señalado que el secuestro y asesinato de tres jóvenes israelíes en la Cisjordania ocupada solo favorecía a los intereses israelíes y ha cuestionado la existencia de Al Qaeda y la misteriosa ejecución de Osama Bin Laden, al que llama “el Fantasma”. Me he permitido citar a Armanian con tanta extensión por su enorme calidad como analista y porque sus hipótesis sobre operaciones de bandera falsa y terrorismo financiado por Estados Unidos tal vez resultan más creíbles que mis especulaciones. Hace poco, alguien me recriminó que atribuyera al Mossad el secuestro y presunto asesinato de los tres jóvenes judíos en la Cisjordania ocupada, asegurándome que un judío jamás atentaría contra la vida de otro, olvidando que en el atentado contra el Hotel Rey David cometido por el Irgún el 22 de julio de 1946 murieron 17 judíos. En esas fechas, dirigía el Irgún Menájem Beguín, futuro Primer Ministro de Israel y Premio Nobel de la Paz.
EL ANTISEMITISMO COMO CORTINA DE HUMO
Mientras escribo este artículo habrán muerto más palestinos y tal vez algún soldado del Tzahal. Hace unos días, Marcos Ricardo Barnatán, judío sefardita nacido en Buenos Aires, visitó mi página en Facebook y calificó de repugnate mi artículo “¿Por qué el Estado de Israel asesina a niños palestinos?”. Buscando algunas de sus declaraciones, descubrí la siguiente perla: “¿España antisemita? Claro que sí: llevó aquí 45 años y he oído todos los eructos antisemitas que se pueda imaginar”. No sé si sufro alucinaciones visuales, pero en su foto de perfil posa con una pulsera con los colores de la bandera española y el escudo constitucional al fondo. Me cuesta trabajo entender esta paradoja, pero le remito a las conocidas palabras de Norman Finkelstein, judío norteamericano hijo de una superviviente de Auschwitz y Majdanek: “No existe nada más despreciable que usar el sufrimiento y el martirio de las víctimas del nazismo para intentar justificar la tortura, la brutalidad, la demolición de hogares que Israel comete diariamente contra los palestinos”. Dicho de otro modo: no hay excusas para justificar el martirio del pueblo palestino, que se produce por una mezcla de colonialismo, racismo e inconfesables intereses económicos y geoestratégicos. Para finalizar añadiré que los países occidentales no se solidarizan con el pueblo palestino porque los intelectuales, los artistas y los escritores hace mucho que renunciaron a cualquier forma de compromiso, más preocupados por los premios y homenajes que por el sufrimiento de sus semejantes. Al igual que los argelinos que luchaban contra Francia por su independencia, los palestinos solo disponen de su coraje para evitar su desaparición como pueblo. Indudablemente, todos somos culpables del genocidio que se está cometiendo ante nuestros ojos. Escribir un artículo no nos descarga de esa responsabilidad.
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