No recuerdo haber visto fumar a mi Padre alguna vez.
Sì pasaba largos minutos luego del almuerzo ò cena, una mano sosteniendo el rostro y la otra dibujando el mantel con las diminutas cascaritas del pan. No tengo en mi memoria, el ruido de sus pasos, su andar, a pesar de que era un hombre alto y macizo, era leve, casi imperceptible. Su atalaya , su madriguera; era el fondo de casa. Allì habìa siempre un galpòn con trastos viejos, que èl iba amontonando, creo con la escusa de internarse allì de tanto en tanto, para acomodar, reparar, trasladar, ese patrimonio que cuidaba como un tesoro. De su mundo de chapas, al huerto. Los maizales, estrictos y coronados, en un amplio terreno, que al llegar el tiempo de cosecha, se transformaba en mi campo de batalla. El espadachín negro, con su espada de madera tallada con propias manos, salìa a pelear las chalas, dejando el campo sembrado de cadáveres secos. Mas allà las primorosas lechugas, los rabanitos, las cebollas de verdeo…Y la cerca de alambre que separaba el fondo del patio del vecino, donde mi padre compartìa largas charlas con Don Garcìa. Acà se juntaban las ramas de los àrboles, se entrecruzaban paraísos y acacias, como un cielo neutral, donde dormían las gallinas. Se refugiaban de las comadrejas. El peor enemigo que jamàs le conocì a mi Padre. Digamos el ùnico.
Mi Padre tenìa el nombre de un dìa festivo: Domingo. Pero lo que màs recuerdo, eran los dìas de semana, al regreso del trabajo. Cerca de las dos, el sol en lo màs alto, subìan la cuesta, por la calle de tierra, los trabajadores. En grupos de dos, o tres, caminaban a paso firme pero tranquilos, dialogando, saludando a las mujeres que esperaban a sus maridos en la puerta, o a los chiquillos, que corrìamos cuando divisabamos las figuras queridas allà abajo, en la otra cuadra. Esos pasos, sì los recuerdo. Como guardo en mi memoria, el recorrer las calles de tierra de mi pueblo, el el carro del panadero. Una vueltita, unas cuadras, en el pescante. Un criollito caliente aùn, y volver, para estar en el portal, presente cuando subìan los trabajadores. ¡ Hola don Silvio ¡! Adiòs Don Montenegro ¡!
Mi Padre me pasaba como una contraseña, el botellón de leche, que les daban a la salida. El no se ufanaba de ser hincha de Boca. Pero seguìa los partidos en la portátil, apoyada en la tapia, mientras regaba las hortalizas. Yo salì hincha de River. Nunca discutìamos esas cosas. Como tampoco de polìtica, cuando ya era yo un muchacho.
Jamàs podìan llevar a mi padre a las iglesias. Ni para los casamientos. Tampoco a los bailes del club. Muy de vez en cuando, lo acompañaba a alguna carrera cuadrera, a un partido de fútbol en la canchita del Barrio de las Latas. Sì al club, de la esquina de casa. Jugaba ajedrez, como los mejores. Y unas partidas de barajas, que incluìa la presencia de mis tìos maternos. Eran como fiestitas para mì, verlos juntos. Todos lo querìan a mi viejo. Recuerdo los asados de dìas festivos, bajo la parra. Mi Madre y mi Padre siempre fueron anfitriones. El patio era como una jaula grande poblada de jilgueros bulliciosos y hambrientos.
Creo haberlo visto llorar, alguna vez, por no poder pagar a tiempo la deuda del almacenero. Tenìa dos trabajos. En el hospital para enfermos pulmonares, de peluquero; y compartìa con su amigo Franco, por las tardes, una peluquerìa en el pueblo contiguo. Con el tiempo, al jubilarse, se instalò en casa. Yo le pintè un cartelito que pusimos en la verja de entrada : Peluquerìa y…Peluserìa.
Un par de años antes de morir, interesado en mi filosofía budista, compartió con nosotros esos diálogos de vida a vida, en reuniones que se hacían en su casa.
Padre, escuchaba. Hombre ya de 84 años. Asentìa con la cabeza, y una diligente sonrisa, las plabras de aliento. Siempre le pedíamos que cerrara la reunión como anfitrión... Entonces, se paraba, y dirigìa breves palabras de agradecimiento, que todos atesoràbamos como una ofrenda de humildad y ternura.
Una vez se cayò en el baño, una mañana, y lo trasladaron al hospital. Un accidente cerebro vascular. Quieto, con los ojos mirando al techo estaba postrado ese dìa en una cama pequeña. Mi cuñado es mèdico, màs que un hijo para él, y preparò un cóctel de vitaminas y medicamentos en la sonda que colgaba justo frente a su rostro y transfundìa a su brazo izquierdo. Me sentè en frente. Volteò levemente la cabeza, mirò mis ojos, y con el seño fruncido, enojado, subiò la vista a la bolsa de la sonda. Me mirò… còmo explicarlo…!!
¡ Ya està ¡! ¡ No jodan con eso ¡! - Algo asì sentì –
Le retiraron la sonda, y falleciò a los dos ò tres dìas.
Tranquilo. Intacto. Viril.
Ese es el ùltimo recuerdo que tengo de mi Padre. Sus ojos de miel, una chispa vital de despedida conciente y clara. Viril, dije.
Mi Padre fue un Hombre de pocas palabras.
Ante la muerte, tuvo prisa. Dirìa, no preparò ningùn equipaje. Hay un verso de Machado que ahora voy a transcribir que detalla ese momento : Al cabo nada os debo / Me debeis cuanto he escrito/ A mi trabajo acudo/ Con mi dinero pago/ El traje que me cubre/ La mansión que habito / El pan que me alimenta y el lecho en donde yago / Y cuando llegue el dìa / De mi ùltimo viaje / Y estè al partir la nave/ Que nunca ha de tornar / Me encontrareis a bordo / Ligero de equipaje / Casi desnudo / Como los hijos de la mar.
ALBUM FAMILIAR:
Padre y visnieto
Hermosos recuerdos;...somos un eslabon mas,...dieron lo mejor,integros,toda una actitud ante la vida;...brindemos por ellos,nos dejaron lo mejor;salud Manuela,salud Domingo,...somos chauchones,...siempre nos acompañan.
ResponderBorrarAmigo; Las sirenas están prestas, la mar cándida y cómplice... y tu barca ?
ResponderBorrarEstás calafateando sueños... o tapando agujeros ?
...mejorrrr no hablarrr de ciertas cosassssss,....peroooooo noooooo,...saltando....sasasaltando en picada a la mexicana,....un fujitivo se entrena,....pero nooooooooo
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