29/01/2013 00:01 , por Héctor Brondo
Totoral: el cielo transparente que supo inspirar a Neruda
El poeta chileno fue huésped de esa casona entre 1955 y 1957. Se advierte su huella.
Mientras ella descubría en la pantalla de aquel cine a la intemperie que “la bella prisionera del villano tenía ojos de laguna y voz de cisne” (1), él se distraía con los giros del cielo transparente que, como un molino mudo, elaboraba estrellas sin cesar. El lienzo, donde el proyector alumbraba los sueños de celuloide gastado, tenía el color de la lluvia. Desde allí, los vaqueros perforaban a tiros la Luna de Villa del Totoral. Los chicos, ajenos a los retos de las cintas, correteaban entre las sillas plegables de madera, dispuestas en la cancha de básquet del Club Independiente.
Pablo Neruda y su amada Matilde Urrutia solían compartir, de vez en cuando, ese sencillo lance de gozo. En esa sala al aire libre, impregnada de maíz maduro, los enamorados atravesaban, con el alma en un hilo, los ciclones de violencia y la avalancha emplumada de los indios abriendo su abanico en la pradera .
El murmullo de las acequias solía colarse en las funciones por una esquina sin arbustos.
El más grande poeta del siglo XX (según Gabriel García Márquez) y la musa inspiradora de Cien sonetos de amor , pasaron un tiempo en esa aldea de mañanas doradas del norte cordobés, situada en la senda del Camino Real, a unos 80 kilómetros de la Capital provincial.
De 1955 a 1957, el escritor chileno fue, en reiteradas ocasiones, huésped de su amigo y camarada Rodolfo Aráoz Alfaro. El entonces secretario general del Partido Comunista para América Latina lo alojó en la casa que le legara su padre, Gregorio Aráoz Alfaro. Este médico y tisiólogo eminente, fundador de la pediatría argentina, bregó desde el gobierno de Hipólito Yrigoyen, por la creación del Ministerio de Salud de la Nación.
Neruda llegó a la patria chica del paisajista cordobés Octavio Pinto acompañado por su secretaria personal y ensayista Margarita Aguirre. La belleza e inteligencia de esta joven atravesaron como un flechazo de amor el corazón de su anfitrión, un materialista dialéctico y bon vivant afamado. Por ella, Rodolfo Aráoz Alfaro abandonó a Amelia Lamazou (su segunda esposa) y tomó distancia de su estudio de abogado de Cangallo 466, en la Capital Federal. De ahí en más, decidió repartir su domicilio entre el lujoso piso de avenida Quintana, en La Recoleta porteña, y la casona colonial y la estancia María Celina, en Villa del Totoral.
Con Margarita tuvo dos hijos y compartió una intensa pasión hasta el día de su muerte, en 1968. Un año antes de la muerte de su esposo, Margarita Aguirre publicó la primera biografía autorizada de Pablo Neruda. En varios pasajes del libro, la autora de El huésped (premio Emecé, 1958) evoca los días de su compatriota y maestro en suelo cordobés.
A pie y del brazo. Los sábados al atardecer, Pablo y Matilde solían ir a ver películas al Club Independiente, que funcionaba en el patio de la casona que perteneciera a Deodoro Roca, abogado de gran compromiso social y redactor del manifiesto liminar de la Reforma Universitaria de 1918.
Unos 700 metros separan la propiedad que ocupara la pareja, en las afueras del pueblo, de la que fuera sede social del “diablo” totoralense.
Los enamorados acostumbraban a recorrer ese trayecto a pie y del brazo. Disfrutaban de la pureza del aire y de las residencias señoriales que aún se asoman a la calle San Martín.
Villa Eloísa es uno de los primeros inmuebles imponentes que se destaca en el itinerario. La mansión, de más de un siglo, se levantó en el baldío de la que fuera, en tiempos remotos, la “Plaza de las Carretas”; allí llegaban los rodales a cargar y descargar en el molino.
Al frente se encuentra Villa Rosarito, construida en 1913 por el general Justo Sócrates Anaya, guerrero del Paraguay y de las campañas del desierto. El palacete (en San Martín 1536) estuvo cerrado casi 70 años. Fue restaurado en 2003 por Angelina Salas Crespo, su actual dueña. Hoy luce majestuoso. Los lugareños lo conocen como “la casa del fantasma”. Aseguran que está habitado por el espíritu de Rosarito Anaya. Unos dicen que a la joven la mató la tisis; otros, que murió de amor.
La lección del albañil. Un verano, Aráoz Alfaro contrató a Victorio Zedda, quintero y albañil, para que hiciera unas reparaciones en la galería del “Kremlin”, como bautizaron en el pueblo a la casa del dirigente comunista. Ese año, los veraneantes habían acordado que allí se realizaría la tradicional fiesta de apertura de la temporada estival. Neruda aprovechó la volada y le encargó al obrero la reforma del frontis de la casa, tal cual lo había dibujado.
La parsimonia de Zedda para preparar la mezcla y disponer los ladrillos sometió a una prueba de fuego a los nervios de los contratistas. Pensaron que el ritmo del trabajador los sentenciaría a desarrollar la verbena entre los materiales de construcción. Se equivocaron feo.
“Y al fin de semana, / las columnas, el arco, / hijos de cal, sabiduría y manos, / inauguraron la sencilla firmeza y la frescura. / ¡Ay, qué lección me dio con su trabajo el albañil tranquilo! / Así, el poeta chileno remata la Oda al albañil tranquilo , una de las tantas que escribiera bajo el cielo transparente de Villa del Totoral.
(1) “Oda a un cine de pueblo”, Pablo Neruda.
Parada obligada. La casona de Araóz Alfaro forma parte del circuito turístico “Casonas de los siglos XVIII y XIX”. Más información en Dirección de Turismo y Cultural, Presidente Perón esquina Roberto Noble, Villa del Totoral, (03524) 471856;turismototoral@yahoo.com.ar
Refugio de talentos de las letras y la luz
Antes que Pablo Neruda, la casa de Aráoz Alfaro
tuvo como huésped ilustre a Rafael Alberti.
El poeta andaluz llegó a Villa del Totoral a restañar las heridas en el alma que le provocaran la derrota en la Guerra Civil Española y el fusilamiento de su entrañable amigo Federico García Lorca.
Con su amada compañera de vida María Teresa León, transcurrió en esa aldea del norte cordobés casi cuatro años de su exilio.
Allí nació Aitana, su única hija y escribió Entre el clavel y la espada , libro de poemas que incluye La paloma.
Carlos Guastavino musicalizó esos versos memorables y Joan Manuel Serrat grabó la canción por primera vez, en 1969, bajo el título Se equivocó la paloma.
También en esa posta del Camino Real, entre mates y amaneceres, Claudio Santillán, totoralense de cuna, le reveló a Alberti los secretos mejor guardados de la talabartería.
El reducto del dirigente comunista albergó, además, al revolucionario muralista mejicano David Alfaro Siqueiros y al también genial pintor y escultor mallorquín Joan Miró.
El poeta español León Felipe, el novelista chileno José Donoso y los escritores argentinos Raúl González Tuñón y Ernesto Sábato fueron otros huéspedes de Aráoz Alfaro.
Los forjadores de leyendas imaginarias cuentan que Ernesto “Che” Guevara y Dolores Ibaturri, la “Pasionaria” que enfrentara al dictador Francisco Franco desde la clandestinidad, también descansaron en la casa más famosa del pueblo.
Nadie tiene pruebas incontrastables de esas supuestas visitas. Pero hace bien pensar que fueron verídicas, a apenas 80 kilómetros de la Capital.
Oda al albañil tranquilo
El albañil
dispuso
los ladrillos.
Mezcló la cal, trabajó
con arena.
Hombros redondos, cejas
sobre unos ojos
serios.
De un lado a otro iba
con
tranquilas manos
el albañil
moviendo
materiales.
Y al fin
de
la semana,
las columnas, el
arco,
hijos de cal, arena,
sabiduría y manos,
inauguraron
la sencilla firmeza
y la frescura.
Ay, qué lección
me dio con su trabajo
el albañil tranquilo !
Pablo Neruda
Metamorfosis del clavel - La Paloma
Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.
Por ir al norte, fue al sur.
Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.
Creyó que el mar era el cielo;
que la noche, la mañana.
Se equivocaba.
Que las estrellas, rocío;
que la calor, la nevada.
Se equivocaba.
Que tu falda era tu blusa;
que tu corazón, su casa.
Se equivocaba.
(Ella se durmió en la orilla.
Tú, en la cumbre de una rama.
Rafael Alberti