Fotomontaje: Danieladrián
http://www.pagina12.com.ar Por Eduardo Febbro Desde París
Corrupción, lavado de dinero y las internas más feroces
Un informe elaborado por tres cardenales lo
terminó de convencer de que era imposible limpiar el Vaticano, donde hasta la Cosa Nostra guarda sus
fondos. La abdicación como manera de sacudir el tablero en la Iglesia.
Desde
París
Los expertos vaticanistas alegan que el papa Benedicto XVI decidió
renunciar en marzo del año pasado, después de regresar de su viaje a México y a
Cuba. En ese entonces, el Papa que encarna lo que el especialista y
universitario francés Philippe Portier llama “una continuidad pesada” con su predecesor,
Juan Pablo II, descubrió la primera parte de un informe elaborado por los
cardenales Julián Herranz, Jozef Tomko y Salvatore De Giorgi. Allí estaban
resumidos los abismos nada espirituales en los que había caído la Iglesia : corrupción,
finanzas oscuras, guerras fratricidas por el poder, robo masivo de documentos
secretos, pugna entre facciones y lavado de dinero. El resumen final era la
“resistencia en la curia al cambio y muchos obstáculos a las acciones pedidas
por el Papa para promover la transparencia”.
El Vaticano era un nido de hienas enardecidas, un pugilato sin
límites ni moral alguna donde la curia hambrienta de poder fomentaba
delaciones, traiciones, zancadillas, lavado de dinero, operaciones de
Inteligencia para mantener sus prerrogativas y privilegios al frente de las
instituciones religiosas y financieras. Muy lejos del cielo y muy cerca de los
pecados terrestres. Bajo el mandato de Benedicto XVI, el Vaticano fue uno de
los Estados más oscuros del planeta. Josef Ratzinger tuvo el mérito de destapar
el inmenso agujero negro de los curas pedófilos, pero no el de modernizar la Iglesia y dar vuelta la
página del legado de asuntos turbios que dejó su predecesor, Juan Pablo II.
Ese primer informe de los tres cardenales desembocó, en agosto del
año pasado, en el nombramiento del suizo René Brülhart, un especialista en
lavado de dinero que dirigió durante ocho años la Financial Intelligence
Unit (FIU) du Liechtenstein, o sea, la agencia nacional encargada de analizar
las operaciones financieras sospechosas. Brülhart tenía como misión poner al
Banco del Vaticano en sintonía con las normas europeas dictadas por el GAFI, el
grupo de acción financiera. Desde luego, no pudo hacerlo. El pasado turbio le
cerró el paso.
Benedicto XVI fue, como lo señala Philippe Portier, un continuador
de la obra de Juan Pablo II: “Desde 1981 siguió el reino de su predecesor
acompañando varios textos importantes que él mismo redactó a veces, como la Condena de las teologías
de la liberación de los años 1984-1986, el Evangelium Vitae de 1995, a propósito de la
doctrina de la Iglesia
sobre temas de la vida, o Splendor Veritas, un texto fundamental redactado a
cuatro manos con Wojtyla”. Estos dos textos citados por el experto francés son
un compendio práctico de la visión reaccionaria de la Iglesia sobre las
cuestiones políticas, sociales y científicas del mundo moderno.
La segunda parte del informe de los tres cardenales le fue
presentada al Papa en diciembre. Desde entonces, la renuncia se planteó de
forma irrevocable. En pleno marasmo y con un montón de pasillos que conducían
al infierno, la curia romana actuó como lo haría cualquier Estado. Buscó
imponer una verdad oficial con métodos modernos. Para ello contrató al
periodista norteamericano Greg Burke, miembro del Opus Dei y ex miembro de la
agencia Reuters, la revista Time y la cadena Fox. Burke tenía por misión
mejorar la deteriorada imagen de la
Iglesia. “Mi idea es aportar claridad”, dijo Burke al asumir
el puesto. Demasiado tarde. Nada hay de claro en la cima de la Iglesia Católica.
La divulgación de los documentos secretos del Vaticano orquestada
por el mayordomo del papa, Paolo Gabriele, y muchas otras manos invisibles fue
una operación sabiamente montada cuyos resortes siguen siendo misteriosos:
operación contra el poderoso secretario de Estado, Tarcisio Bertone,
conspiración para empujar a Benedicto XVI a la renuncia y poner a un italiano
en su lugar, o intento de frenar la purga interna en curso y la avalancha de
secretos, los vatileaks sumergieron la tarea limpiadora de Burke. Un infierno
de paredes pintadas con ángeles no es fácil de rediseñar.
Benedicto XVI se hizo aplastar por las contradicciones que él
mismo suscitó. Estas son tales que, una vez que hizo pública su renuncia, los
tradicionalistas de la
Fraternidad de San Pío X fundada por monseñor Lefebvre
saludaron la figura del Papa. No es para menos: una de las primeras misiones
que emprendió Ratzinger consistió en suprimir las sanciones canónicas adoptadas
contra los partidarios fascistoides y ultrarreaccionarios de monseñor Lefebvre
y, por consiguiente, legitimizar en el seno de la Iglesia esa corriente
retrógrada que, de Pinochet a Videla, supo apoyar a casi todas las dictaduras
de ultraderecha del mundo.
Philippe Portier señala al respecto que el Papa “se dejó
sobrepasar por la opacidad que se instaló bajo su reino”. Y la primera de ellas
no es doctrinal, sino financiera. El Vaticano es un tenebroso gestor de dinero
y muchas de las querellas que se destaparon en el último año tienen que ver con
las finanzas, las cuentas maquilladas y las operaciones ilícitas. Esta es la
herencia financiera que dejó Juan Pablo II y que para muchos especialistas
explica la crisis actual. El Instituto para las Obras de Religión, es decir el
banco del Vaticano, fundado en 1942 por Pío XII, funciona con una oscuridad
tormentosa. En enero, a pedido del organismo europeo de lucha contra el
blanqueo de dinero, Moneyval, el Banco de Italia bloqueó el uso de las cartas
de crédito dentro del Vaticano debido a la falta de transparencia y a las
fallas manifiestas en el control de lavado de dinero. En 2011, los cinco
millones de turistas que visitaron la Santa Sede dejaron 93,5 millones de euros en las
cajas del Vaticano, ahora deberán pagar al contado. El IOR gestiona más de
33.000 cuentas por las que circulan más de seis mil millones de euros. Su
opacidad es tal que no figura en la “lista blanca” de los Estados que
participan en el combate contra las transacciones ilícitas.
En septiembre de 2009, Ratzinger nombró al banquero Ettore Gotti
Tedeschi al frente del Banco del Vaticano. Cercano al Opus Dei, representante
del Banco de Santander en Italia desde 1992, Gotti Tedeschi participó en la
preparación de la encíclica social y económica Caritas in veritate, publicada
por el Papa en julio. La encíclica exige más justicia social y plantea reglas
más transparentes para el sistema financiero mundial. Tedeschi tuvo como
objetivo ordenar las turbias aguas de las finanzas vaticanas. Las cuentas de la Santa Sede son un
laberinto de corrupción y lavado de dinero cuyos orígenes más conocidos se
remontan a finales de los años ’80, cuando la Justicia italiana emitió
una orden de detención contra el arzobispo norteamericano Paul Marcinkus, el
llamado “banquero de Dios”, presidente del Instituto para las Obras de la Religión y máximo
responsable de las inversiones vaticanas de la época.
Marcinkus era un adepto a los paraísos fiscales y muy amigo de las
mafias. Juan Pablo II usó el argumento de la soberanía territorial para evitar
la detención y salvarlo de la cárcel. No extraña, le debía mucho, ya que en los
años ’70 y ’80 Marcinkus había utilizado el Banco del Vaticano para financiar
secretamente al hijo predilecto de Juan Pablo II, el sindicato polaco
Solidaridad, algo que Wojtyla no olvidó jamás. Marcinkus terminó sus días
jugando al golf en Arizona y en el medio quedó un gigantesco agujero negro de
pérdidas (3,5 mil millones de dólares), inversiones mafiosas y también varios
cadáveres.
El 18 de junio de 1982 apareció un cadáver ahorcado en el puente
londinense de Blackfriars. El cuerpo pertenecía a Roberto Calvi, presidente del
Banco Ambrosiano y principal socio del IOR. Su aparente suicidio corrió el
telón de una inmensa trama de corrupción que incluía, además del Banco
Ambrosiano, la logia masónica Propaganda 2 (más conocida como P-2), dirigida
por Licio Gelli, y el mismo Banco del Vaticano dirigido por Marcinkus. Gelli se
refugió un tiempo en la
Argentina , donde ya había operado en los tiempos del general
Lanusse mediante un operativo llamado “Gianoglio” para facilitar el retorno de
Perón.
A Gotti Tedeschi se le encomendó una misión casi imposible y sólo
permaneció tres años al frente del Instituto para las Obras de Religión. Fue
despedido de forma fulminante en 2012 por supuestas “irregularidades en su
gestión”. Entre otras irregularidades, la fiscalía de Roma descubrió un giro
sospechoso de 30 millones de dólares entre el Banco del Vaticano y el Credito
Artigiano. La transferencia se hizo desde una cuenta abierta en el Credito
Artigiano pero bloqueada por la
Justicia a causa de su falta de transferencia. Tedeschi salió
del banco pocas horas después de que se detuviera al mayordomo del Papa y justo
cuando el Vaticano estaba siendo investigado por supuesta violación de las
normas contra el blanqueo de capitales. En realidad, su expulsión constituye
otro episodio de la guerra entre facciones. En cuanto se hizo cargo del puesto,
Tedeschi empezó a elaborar un informe secreto donde consignó lo que fue
descubriendo: cuentas cifradas donde se escondía dinero sucio de “políticos,
intermediarios, constructores y altos funcionarios del Estado”. Hasta Matteo
Messina Denaro, el nuevo jefe de la Cosa Nostra , tenía su dinero en el IOR. Allí
empezó el infortunio de Tedeschi. Quienes conocen bien el Vaticano alegan que
el banquero amigo del Papa fue víctima de un complot armado por consejeros del
banco con el respaldo del secretario de Estado, monseñor Bertone, un enemigo
personal de Tedeschi y responsable de la comisión cardenalicia que vigila el
funcionamiento del banco. Su destitución vino acompañada por la difusión de un
“documento” que lo vinculaba con la fuga de documentos robados al Papa.
Más que las querellas teológicas, es el dinero y las sucias
cuentas del Banco del Vaticano lo que parecen componer la trama de la inédita
renuncia del Papa. Un nido de cuervos pedófilos, complotistas reaccionarios y
ladrones, sedientos de poder, impunes y capaces de todo con tal de defender su
facción, la jerarquía católica ha dejado una imagen terrible de su proceso de
descomposición moral. Nada muy distinto al mundo en el que vivimos: corrupción,
capitalismo suicida, protección de los privilegiados, circuitos de poder que se
autoalimentan y protegen, el Vaticano no es más que un reflejo puntual de la
propia decadencia del sistema.
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