Jesús García Blanca.
“Hay que mantener encendida en el alma la llama de este dolor de humanidad, y ser fiel.
Si esta determinación permanece, será inquebrantable.
Podrán hacer la guerra, pero han de saber que son asesinos”
Ernesto Sabato
Los asesinos no tienen rostro, no tienen nombre. O tienen siempre el mismo rostro y el mismo nombre. Bush, Obama… Sargón. ¿Qué más da?
Mi posición es también siempre la misma:
Lo que preparan las huestes del Imperio contra Siria no es una guerra, sino una masacre; y ello con independencia de que los sirios mantengan una firme voluntad de enfrentarse con el infierno.
No hacen falta complicados razonamientos ni erudición leguleya para darse cuenta de que una masacre no puede ser “legítima”, ni “legal”, ni “necesaria”, ni “justificada” ni nada que se le parezca; tan solo puede ser conveniente.
Los que nos oponemos a esa masacre haríamos muy mal en establecer objetivos y calcular posibilidades de exito. Procuremos tan solo -en palabras de Leon Gieco- “que la reseca muerte no nos encuentre vacíos y sólos sin haber hecho lo suficiente”.
La guerra es permanente. Lo de Siria es un episodio -terrible para los miles o decenas de miles de seres humanos que van a ser asesinados- pero episodio al fin de una guerra mucho más compleja que incluye campos de batalla, estrategias y armas de destrucción masiva de muy diversa catadura: extorsión económica a gran escala, conspiración mediática, hambre, pobreza, miseria, enfermedades provocadas o creadas, exploración, embargo de derechos humanos o destrucción de la naturaleza.
Las cínicamente llamadas “intervenciones” no son guerras, son actos de terrorismo, golpes de estado, robos con violencia, genocidios… y desvían la atención de la verdadera guerra: la guerra que está aquí, en nuestras calles, en las calles de Madrid y de todo el Reino; en las calles de Europa y del corazón del Imperio; en las calles de Fez, Meknes, Temara, Salé-Rabat, Alejandría, Tanta y Kafir esh Sheir; en las calles de Yemen, Jordania, Palestina, Mauritania, Sudán, Argelia, Libia, Siria, Líbano… en nuestras calles.
Por eso digo sí a la guerra… global. Sí a la lucha por recuperar nuestra humanidad, que no es la civilización destructiva construida a la medida de unos pocos poderosos, sino nuestra capacidad de pensar, de sentir y de crear enraizada en la naturaleza, en lo espontáneo, en lo viviente.
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