...Y cuando llegue el día del último viaje/ Y esté al partir la nave que nunca ha de tornar/ Me encontrareis a bordo ligero de equipaje/ Casi desnudo, como los hijos de la mar - Antonio Machado
Vistas a la página totales
martes, 29 de abril de 2014
No me olvides
http://www.publico.es
Noemí Gianotti de Molfino fue una madre de desaparecidos argentina. La asesinaron en 1980 en un hotel de Madrid . La razón:intentó salvar a sus hijos trasladándose a Europa, sola, y llegando hasta la Comisión Europea con intención de transmitir y concienciar del genocidio que se estaba cometiendo en su país.
Su hija Marcela había sido secuestrada y nadie conocía su paradero. Otro de los Molfino, Miguel Ángel, había sido torturado y encarcelado poco tiempo antes, y otra hija, Alejandra, había tenido que abandonar el país debido a su militancia en el sindicato de maestros.
Cuando Noemí llegó a España en busca de ayuda, nunca volvió a salir. Fue asesinada en Madrid, como parte de una operación propagandística de la dictadura para desacreditar las denuncias de los argentinos. La secuestraron y la llevaron en secreto a un hotel de la Calle Tutor, donde, tres días más tarde, una empleada encontró su cadáver.
Su muerte, a día de hoy, continúa impune, a pesar de que en la habitación de hotel donde apareció el cuerpo se encontraron huellas dactilares que permanecen sin cotejar. La familia de Noemí quiere saber la verdad y la justicia argentina investiga su caso.
El periodista Danilo Albin, en colaboración con el director vasco Karlos Trijueque, ha elaborado el documental No me olvides, que trata la historia de Noemí Gianotti y la familia Molfino, un reportaje de investigación sobre su asesinato en el que se cuenta que las huellas de los asesinos fueron archivadas por la justicia española y que el gobierno de Estados Unidos estaba al tanto del caso.
Noticia relacionada:
http://www.publico.es/516707/videla-mato-en-madrid-y-espana-oculto-las-pruebas
El Borbón y el dictador
sábado, 26 de abril de 2014
Aquí Paul Auster
Paul Auster: “Nos guste o no el marxismo, el hecho es que dio esperanzas”
POR BÁRBARA ALVAREZ PLÁ
Su relación con la literatura empezó pronto. A los 9 años, comenzó a leer gracias a la enorme biblioteca que tenía su tío y a los 12 ya escribía, “aunque lo hacía porque me divertía, no porque quisiera ser escritor, de eso no me di cuenta hasta los 25”, afirma. Así describe el escritor estadounidense Paul Auster su acercamiento al mundo de las letras. En el medio, una agitada vida: trabajó en un barco petrolero, vivió en París, donde fue traductor y cuidador de una granja y después volvió a la Gran Manzana para instalarse en Brooklyn, de donde no se movió más. Desde entonces, este “cronista de Nueva York”, como le llaman algunos, le ha regalado al mundo novelas en las que la autobiografía y la ficción van configurando laberintos e historias que se cruzan como La trilogía de Nueva York, Sunset Park, La invención de la soledad,La ciudad de cristal, El libro de las ilusiones o Diario de invierno.
Estas son sólo algunas de las obras del prolífico Auster, ganador del Premio Príncipe de Asturias de la Letras en 2006. La última de ellas,Aquí y ahora (Mondadori), es una recopilación de las cartas que, durante tres años, se envió con el escritor sudafricano John M. Coetzee, premiado con el Nobel en 2006, y es también el motivo por el que ambos están estos días en Buenos Aires. Mañana seguirán en la Feria del Libro sus conversaciones epistolares, ahora, en voz alta. Dos años de reflexiones de ida y vuelta sobre el deporte, la crisis global, el racismo y la escritura, entre muchos otros temas. “Son las conversaciones que tendríamos si pudiéramos cenar juntos una vez al mes”, afirma el autor, “cosa que se hace imposible viviendo uno en Australia y otro en Nueva York”.
En la Universidad de San Martín , Clarín conversó con el escritor, cuyas obras provienen, según él afirma, “de un profundo nihilismo, la desesperación por el futuro del mundo y ciertos aspectos del ser humano”. Auster, que esperaba sentado con la mirada perdida hacia adentro y un cigarrillo en la mano, habló sobre su relación con la literatura y con el mundo, y sobre todo, le pegó duro a su país en el que, dice, “al menos un 30% de la población no puede aceptar que una persona negra haya llegado a presidente”.
–¿Cuáles fueron los cambios más importantes en los Estados Unidos en la última década?
–Lo que vivimos ahora se generó en la época de dos criminales que deberían estar en la cárcel: George Bush y Dick Cheney, y van a hacer falta más de 30 años para revertirlo, si es que se puede. Le han hecho demasiado daño a la idea de “Norteamérica”. Luego llegó Obama, y ese es uno de los grandes momentos de nuestra historia, pero la reacción de los conservadores ha sido tan furiosa que prácticamente lo han destruido. No creo que alguien que no sea estadounidense pueda llegar a comprender lo que es el racismo en mi país. Es algo miserable.
-¿Y hacia dónde va ahora?
–No está mejorando. El ala conservadora ha destruido el sistema electoral, ya no hay límite de fondos para apoyar a un candidato, con la propaganda sólo mienten y destruyen al otro. Tenemos grandes problemas pero no estamos encarándolos, así que el país se está derrumbando literalmente: puentes, carreteras, desastres ecológicos... la brecha entre los pobres y los ricos es la mayor en los últimos cien años. Al menos un 30% de los chicos estadounidenses viven bajo el umbral de la pobreza, y ahora también les sacaron los vales de comida. Lo cierto es que están matando gente, si le sacas la comida y el sistema de salud a los pobres, van a morir, y está pasando, y no les importa.
–Pero esa derechización está ocurriendo en todo el mundo, mire Europa...
–Sí, pero en los Estados Unidos además hay armas: hay al menos un tiroteo masivo al día y la Asociación del Rifle es cada vez más fuerte. Para los republicanos, la palabra “libertad” significa que uno debe poder llevar un arma a donde quiera, o darle 25 millones de dólares a un candidato para que gane las elecciones.
–En una de las cartas de “Aquí y ahora” Coetzee dice que tanto la crisis como las protestas pasarán y todo volverá a ser lo mismo, que al final, nunca cambia nada. ¿Estás de acuerdo?
–No, la lucha tiene que continuar, lo que pasa es que para ver si sirve hay que mirar a lo grande. En los últimos cien años, por ejemplo, cada cambio conseguido –la abolición de la esclavitud, el voto femenino, por ejemplo– es consecuencia de la lucha de miles de personas que dejaron la vida en el intento y no llegaron a ver los resultados. Pero cada tanto, las siguientes generaciones toman algo y alguna cosa cambia para mejor. Por eso no debemos dejar de pelear.
–Pero los jóvenes que protestaban, como los de Occupy Wall Street, los indignados españoles, ya no están...
–Ese es otro problema. En su momento, los jóvenes tomaron la calle para decirles a sus padres: “el mundo no funciona, lo hicieron todo mal, tenemos que cambiar el modo en que vivimos”, pero tras las protestas espontáneas se volvieron a su casas deprimidos. ¿Por qué? Porque no tienen detrás una filosofía ni una organización política, saben que hay que cambiar pero no saben cómo ni hacia qué, viven en una sociedad que está rota. Con el final de la Guerra Fría y la muerte del marxismo como idea alternativa quedamos indefensos, porque no hay ninguna teoría que discuta con el capitalismo. Nos guste el marxismo o no, el hecho es que le dio a la gente esperanza. Pensaban: “cuando venga la revolución estaremos bien”. ¿Qué esperanza hay ahora? Son problemas globales y habría que tomar decisiones políticas, pero nadie lo hace. Vivimos un momento de gran confusión, pero no significa que vaya a durar siempre, nada lo hace.
Estas son sólo algunas de las obras del prolífico Auster, ganador del Premio Príncipe de Asturias de la Letras en 2006. La última de ellas,Aquí y ahora (Mondadori), es una recopilación de las cartas que, durante tres años, se envió con el escritor sudafricano John M. Coetzee, premiado con el Nobel en 2006, y es también el motivo por el que ambos están estos días en Buenos Aires. Mañana seguirán en la Feria del Libro sus conversaciones epistolares, ahora, en voz alta. Dos años de reflexiones de ida y vuelta sobre el deporte, la crisis global, el racismo y la escritura, entre muchos otros temas. “Son las conversaciones que tendríamos si pudiéramos cenar juntos una vez al mes”, afirma el autor, “cosa que se hace imposible viviendo uno en Australia y otro en Nueva York”.
En la Universidad de San Martín , Clarín conversó con el escritor, cuyas obras provienen, según él afirma, “de un profundo nihilismo, la desesperación por el futuro del mundo y ciertos aspectos del ser humano”. Auster, que esperaba sentado con la mirada perdida hacia adentro y un cigarrillo en la mano, habló sobre su relación con la literatura y con el mundo, y sobre todo, le pegó duro a su país en el que, dice, “al menos un 30% de la población no puede aceptar que una persona negra haya llegado a presidente”.
–¿Cuáles fueron los cambios más importantes en los Estados Unidos en la última década?
–Lo que vivimos ahora se generó en la época de dos criminales que deberían estar en la cárcel: George Bush y Dick Cheney, y van a hacer falta más de 30 años para revertirlo, si es que se puede. Le han hecho demasiado daño a la idea de “Norteamérica”. Luego llegó Obama, y ese es uno de los grandes momentos de nuestra historia, pero la reacción de los conservadores ha sido tan furiosa que prácticamente lo han destruido. No creo que alguien que no sea estadounidense pueda llegar a comprender lo que es el racismo en mi país. Es algo miserable.
-¿Y hacia dónde va ahora?
–No está mejorando. El ala conservadora ha destruido el sistema electoral, ya no hay límite de fondos para apoyar a un candidato, con la propaganda sólo mienten y destruyen al otro. Tenemos grandes problemas pero no estamos encarándolos, así que el país se está derrumbando literalmente: puentes, carreteras, desastres ecológicos... la brecha entre los pobres y los ricos es la mayor en los últimos cien años. Al menos un 30% de los chicos estadounidenses viven bajo el umbral de la pobreza, y ahora también les sacaron los vales de comida. Lo cierto es que están matando gente, si le sacas la comida y el sistema de salud a los pobres, van a morir, y está pasando, y no les importa.
–Pero esa derechización está ocurriendo en todo el mundo, mire Europa...
–Sí, pero en los Estados Unidos además hay armas: hay al menos un tiroteo masivo al día y la Asociación del Rifle es cada vez más fuerte. Para los republicanos, la palabra “libertad” significa que uno debe poder llevar un arma a donde quiera, o darle 25 millones de dólares a un candidato para que gane las elecciones.
–En una de las cartas de “Aquí y ahora” Coetzee dice que tanto la crisis como las protestas pasarán y todo volverá a ser lo mismo, que al final, nunca cambia nada. ¿Estás de acuerdo?
–No, la lucha tiene que continuar, lo que pasa es que para ver si sirve hay que mirar a lo grande. En los últimos cien años, por ejemplo, cada cambio conseguido –la abolición de la esclavitud, el voto femenino, por ejemplo– es consecuencia de la lucha de miles de personas que dejaron la vida en el intento y no llegaron a ver los resultados. Pero cada tanto, las siguientes generaciones toman algo y alguna cosa cambia para mejor. Por eso no debemos dejar de pelear.
–Pero los jóvenes que protestaban, como los de Occupy Wall Street, los indignados españoles, ya no están...
–Ese es otro problema. En su momento, los jóvenes tomaron la calle para decirles a sus padres: “el mundo no funciona, lo hicieron todo mal, tenemos que cambiar el modo en que vivimos”, pero tras las protestas espontáneas se volvieron a su casas deprimidos. ¿Por qué? Porque no tienen detrás una filosofía ni una organización política, saben que hay que cambiar pero no saben cómo ni hacia qué, viven en una sociedad que está rota. Con el final de la Guerra Fría y la muerte del marxismo como idea alternativa quedamos indefensos, porque no hay ninguna teoría que discuta con el capitalismo. Nos guste el marxismo o no, el hecho es que le dio a la gente esperanza. Pensaban: “cuando venga la revolución estaremos bien”. ¿Qué esperanza hay ahora? Son problemas globales y habría que tomar decisiones políticas, pero nadie lo hace. Vivimos un momento de gran confusión, pero no significa que vaya a durar siempre, nada lo hace.
El Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) fue el escenario del encuentro que mantuvo el escritor norteamericano Paul Auster con más de 400 seguidores argentinos. Invitado por la Feria del Libro.
viernes, 25 de abril de 2014
Samba de una nota sola y Guido Argentini
http://www.opiomgallery.com/artistes/oeuvresphotographe/24/guido-argentini
domingo, 20 de abril de 2014
García Márquez y Jorge Masetti
“En la morgue me darán unos tajos y luego viajaré en un carro negro hasta el cementerio. Me echarán algunas paladas de tierra y no veré más. Comenzaré a secarme a medida que las maderas se irán poniendo húmedas. Y entonces vendrán los gusanos, caerá mi boca y se tragarán mi lengua. Y ya no podré gritar. Poco a poco, dejaré de ser. No sentiré en mi pecho ninguna opresión ni me zumbarán los oídos ni me dolerán las piernas rígidas. Quizá un par de buenos bichos glotones se entretenga en mis sesos y se indigeste con mis últimos pensamientos… Habrá llegado el momento de la tranquilidad. Estaré vacío. Vacío. Y por último no estaré. Me habré confundido con la tierra. Y cuando renazca en flor o en grano o llegue a lo alto de una rama, no temeré al hombre que me cercene, porque no seré yo. Seré flor o trigo o rama…”
Jorge Masetti
Crónica de Juan Marrero Periodista cubano, vicepresidente de la Unión de Periodistas de Cuba:
Pinchar para leer completo: cubadebate
Candice Swanepoel me regaló su gato
Por Redacción VOS
La modelo Candice Swanepoel , uno de los bellos ángeles de Victoria's Secret, revolucionó recientemente las redes sociales al compartir en su cuenta oficial de Instagram una foto que la muestra desnuda y con un gato entre las piernas.
La modelo Candice Swanepoel , uno de los bellos ángeles de Victoria's Secret, revolucionó recientemente las redes sociales al compartir en su cuenta oficial de Instagram una foto que la muestra desnuda y con un gato entre las piernas.
sábado, 19 de abril de 2014
No hago otra cosa...
Categoria
Animación
Dirigido Por:
Oleg Oleg Kuzovkov, Cenas Denis Chervyatso v Marina Nefedov
Escrito por :
Oleg Kuzovkov
http://vk.com/mashaimedvedtv
Animación
Dirigido Por:
Oleg Oleg Kuzovkov, Cenas Denis Chervyatso v Marina Nefedov
Escrito por :
Oleg Kuzovkov
http://vk.com/mashaimedvedtv
viernes, 18 de abril de 2014
Druscilla Penny (recargado)
Estos días...
Sin Ernesto Laclau ; sin Gabriel García Márquez ; sin sol y con una lluvia tenue casi invisible. Con noticias de otros mundos ; con otros mundos nuevos ; y otoño, y aquella canción que empecé a tararear a la mañana temprano ...
Y las fotografías que subo al blog...
Es complicado explicar estas cosas
Abrazar la Pachamama...
Encontrar vida en Marte ...
Fotogafías Danieladrián
Sin Ernesto Laclau ; sin Gabriel García Márquez ; sin sol y con una lluvia tenue casi invisible. Con noticias de otros mundos ; con otros mundos nuevos ; y otoño, y aquella canción que empecé a tararear a la mañana temprano ...
Y las fotografías que subo al blog...
Es complicado explicar estas cosas
Abrazar la Pachamama...
Encontrar vida en Marte ...
Fotogafías Danieladrián
sábado, 12 de abril de 2014
Borges y el budismo
J o r g e L u i s B o r g e s S i e t e n o c h e s
Cuatro
EL BUDISMO
SEÑORAS, SEÑORES:
El tema de hoy será el budismo. No entraré en esa larga historia que empezó hace dos mil
quinientos años en Benares, cuando un príncipe de Nepal —Siddharta o Gautama—, que había
llegado a ser el Buddha, hizo girar la rueda de la ley, proclamó las cuatro nobles verdades y el
óctuple sendero. Hablaré de lo esencial de esa religión, la más difundida del mundo. Los elementos
del budismo se han conservado desde el siglo quinto antes de Cristo: es decir, desde la época de
Heráclito, de Pitágoras, de Zenón, hasta nuestro tiempo, cuando el doctor Suzuki la expone en el
Japón. Los elementos son los mismos. La religión ahora está incrustada de mitología, de
astronomía, de extrañas creencias, de magia, pero ya que el tema es complejo, me limitaré a lo que
tienen en común las diversas sectas. Éstas pueden corresponder al Hinayana o el pequeño vehículo.
Consideremos ante todo la longevidad del budismo.
Esa longevidad puede explicarse por razones históricas, pero tales razones son fortuitas o,
mejor dicho, son discutibles, falibles. Creo que hay dos causas fundamentales. La primera es la
tolerancia del budismo. Esa extraña tolerancia no corresponde, como en el caso de otras religiones,
a distintas épocas: el budismo siempre fue tolerante.
No ha recurrido nunca al hierro o al fuego, nunca ha pensado que el hierro o el fuego fueran
persuasivos. Cuando Asoka, emperador de la India, se hizo budista, no trató de imponer a nadie su
nueva religión. Un buen budista puede ser luterano, o metodista, o presbiteriano, o calvinista, o
sintoísta, o taoísta, o católico, puede ser prosélito del Islam o de la religión judía, con toda libertad.
En cambio, no le está permitido a un cristiano, a un judío, a un musulmán, ser budista.
La tolerancia del budismo no es una debilidad, sino que pertenece a su índole misma. El
budismo fue, ante todo, lo que podemos llamar una yoga. ¿Qué es la palabra yoga? Es la misma
palabra que usamos cuando decimos yugo y que tiene su origen en el latín yugu. Un yugo, una
disciplina que el hombre se impone. Luego, si comprendemos lo que el Buddha predicó en aquel
primer sermón del Parque de las Gacelas de Benares hace dos mil quinientos años, habremos
comprendido el budismo. Salvo que no se trata de comprender, se trata de sentirlo de un modo
hondo, de sentirlo en cuerpo y alma; salvo, también, que el budismo no admite la realidad del
cuerpo ni del alma. Trataré de exponerlo.
Además, hay otra razón. El budismo exige mucho de nuestra fe. Es natural, ya que toda
religión es un acto de fe. Así como la patria es un acto de fe. ¿Qué es, me he preguntado muchas
veces, ser argentino? Ser argentinoes sentir que somos argentinos. ¿Qué es ser budista? Ser budista
es, no comprender, porque eso puede cumplirse en pocos minutos, sentir las cuatro nobles verdades
y el óctuple camino. No entraremos en los vericuetos del óctuple camino, pues esa cifra obedece al
hábito hindú de dividir y subdividir, pero sí en las cuatro nobles verdades.
Hay, además, la leyenda del Buddha. Podemos descreer de esa leyenda. Tengo un amigo
japonés, budista zen, con el cual he mantenido largas y amistosas discusiones. Yo le decía que creía
en la verdad histórica del Buddha. Creía, y creo, que hace dos mil quinientos años hubo un príncipe
del Nepal llamado Siddharta o Gautama que llegó a ser el Buddha, es decir, el Despierto, el Lúcido
—a diferencia de nosotros que estamos dormidos o que estamos soñando ese largo sueño que es la
vida—. Recuerdo una frase de Joyce: “La historia es una pesadilla de la que quiero despertarme.”
Pues bien, Siddharta, a la edad de treinta años, llegó a despertarse y a ser el Buddha. J o r g e L u i s B o r g e s S i e t e n o c h e s
29
Con aquel amigo que era budista (yo no estoy seguro de ser cristiano y estoy seguro de no
ser budista) yo discutía y le decía: “¿Por qué no creer en el príncipe Siddharta, que nació en
Kapilovastu quinientos años antes de la era cristiana?” Él me respondía: “Porque no tiene ninguna
importancia; lo importante es creer en la Doctrina”. Agregó, creo que con más ingenio que verdad,
que creer en la existencia histórica del Buddha o interesarse en ella sería algo así como confundir el
estudio de las matemáticas con la biografía de Pitágoras o Newton. Uno de los temas de meditación
que tienen los monjes en los monasterios de la China y el Japón, es dudar de la existencia del
Buddha. Es una de las dudas que deben imponerse para llegar a la verdad.
Las otras religiones exigen mucho de nuestra credulidad. Si somos cristianos, debemos creer
que una de las tres personas de la Divinidad condescendió a ser hombre y fue crucificado en Judea.
Si somos musulmanes tenemos que creer que no hay otro dios que Dios y que Muhammad es su
apóstol. Podemos ser buenos budistas y negar que el Buddha existió. O, mejor dicho, podemos
pensar, debemos pensar que no es importante nuestra creencia en lo histórico : lo importante es
creer en la Doctrina. Sin embargo, la leyenda del Buddha es tan hermosa que no podemos dejar de
referirla.
Los franceses se han dedicado con especial atención al estudio de la leyenda del Buddha. Su
argumento es éste: la biografía del Buddha es lo que le ocurrió a un solo hombre en un breve
período del tiempo. Puede haber sido de este modo o de tal otro. En cambio, la leyenda del Buddha
ha iluminado y sigue iluminando a millones de hombres. La leyenda es la que ha inspirado tantas
hermosas pinturas, esculturas y poemas. El budismo, además de ser una religión, es una mitología,
una cosmología, un sistema metafísico, o, mejor dicho, una serie de sistemas metafísicos, que no se
entienden y que discuten entre sí.
La leyenda del Buddha es iluminativa y su creencia no se impone. En el Japón se insiste en
la no historicidad del Buddha. Pero sí en la Doctrina. La leyenda empieza en el cielo. En el cielo
hay alguien que durante siglos y siglos, podemos decir literalmente, durante un número infinito de
siglos, ha ido perfeccionándose hasta comprender que en la próxima encarnación será el Buddha.
Elige el continente en que ha de nacer. Según la cosmogonía budista el mundo está dividido
en cuatro continentes triangulares y en el centro hay una montaña de oro: el monte Meru. Nacerá en
el que corresponde a la India. Elige el siglo en que nacerá; elige la casta, elige la madre. Ahora, la
parte terrenal de la leyenda. Hay una reina.. Maya. Maya significa ilusión. La reina tiene un sueño
que corre el albur de parecemos extravagante pero no lo es para los hindúes.
Casada con el rey Suddhodana, soñó que un elefante blanco de seis colmillos, que erraba en
las montañas del oro, entró en su costado izquierdo sin causarle dolor. Se despierta; el rey convoca
a sus astrólogos y éstos le explican que la reina dará a luz un hijo que podrá ser el emperador del
mundo o que podrá ser el Buddha, el Despierto, el Lúcido, el ser destinado a salvar a todos los
hombres. Previsiblemente, el rey elige el primer destino: quiere que su hijo sea el emperador del
mundo.
Volvamos al detalle del elefante blanco de seis colmillos. Oldemberg hace notar que el
elefante de la India es animal doméstico y cotidiano. El color blanco es siempre símbolo de
inocencia. ¿Por qué seis colmillos? Tenemos que recordar (habrá que recurrir a la historia alguna
vez) que el número seis, que para nosotros es arbitrario y de algún modo incómodo (ya que
preferimos el tres o el siete), no lo es en la India, donde se cree que hay seis dimensiones en el
espacio: arriba, abajo, atrás, adelante, derecha, izquierda. Un elefante blanco de seis colmillos no es
extravagante para los hindúes.
El rey convoca a los magos y la reina da a luz sin dolor. Una higuera inclina sus ramas para
ayudarla. El hijo nace de pie y al nacer da cuatro pasos: al Norte, al Sur, al Este y al Oeste, y dice
con voz de león: “Soy el incomparable; éste será mi último nacimiento”. Los hindúes creen en un
número infinito de nacimientos anteriores. El príncipe crece, es el mejor arquero, es el mejor jinete,
el mejor nadador, el mejor atleta, el mejor calígrafo, confuta a todos los doctores (aquí podemos
pensar en Cristo y los doctores). A los dieciséis años se casa. J o r g e L u i s B o r g e s S i e t e n o c h e s
30
El padre sabe —los astrólogos se lo han dicho— que su hijo corre el peligro de ser el
Buddha, el hombre que salva a todos los demás si conoce cuatro hechos que son: la vejez, la
enfermedad, la muerte y el ascetismo. Recluye a su hijo en un palacio, le suministra un harén, no
diré la cifra de mujeres porque corresponde a una exageración hindú evidente. Pero, por qué no
decirlo: eran ochenta y cuatro mil.
El principe vive una vida feliz; ignora que hay sufrimiento en el mundo, ya que le ocultan la
vejez, la enfermedad y la muerte. El día predestinado sale en su carroza por una de las cuatro
puertas del palacio rectangular. Digamos, por la puerta del Norte. Recorre un trecho y ve un ser
distinto de todos los que ha visto. Está encorvado, arrugado, no tiene pelo. Apenas puede caminar,
apoyándose en un bastón. Pregunta quién es ese hombre, si es que es un hombre. El cochero le
contesta que es un anciano y que todos seremos ese hombre si seguimos viviendo.
El príncipe vuelve al palacio, perturbado. Al cabo de seis días vuelve a salir por la puerta del
Sur. Ve en una zanja a un hombre aún más extraño, con la blancura de la lepra y el rostro
demacrado. Pregunta quién es ese hombre, si es que es un hombre. Es un enfermo, le contesta el
cochero; todos seremos ese hombre si seguimos viviendo.
El príncipe, ya muy inquieto, vuelve al palacio. Seis días más tarde sale nuevamente y ve a un
hombre que parece dormido, pero cuyo color no es el de esta vida. A ese hombre lo llevan otros.
Pregunta quién es. El cochero le dice que es un muerto y que todos seremos ese muerto si vivimos
lo suficiente.
El príncipe está desolado. Tres horribles verdades le han sido reveladas: la verdad de la
vejez, la verdad de la enfermedad, la verdad de la muerte. Sale una cuarta vez. Ve a un hombre casi
desnudo, cuyo rostro está lleno de serenidad. Pregunta quién es. Le dicen que es un asceta, un
hombre que ha renunciado a todo y que ha logrado la beatitud.
El príncipe resuelve abandonar todo; él, que ha llevado una vida tan rica. El budismo cree
que el ascetismo puede convenir, pero después de haber probado la vida. No se cree que nadie deba
empezar negándose nada. Hay que apurar la vida hasta las heces y luego desengañarse de ella; pero
no sin conocimiento de ella.
El príncipe resuelve ser el Buddha. En ese momento le traen una noticia: su mujer,
Jasodhara, ha dado a luz un hijo. Exclama: “Un vínculo ha sido forjado.” Es el hijo que lo ata a la
vida. Por eso le dan el nombre de Vínculo. Siddharta está en su harén, mira a esas mujeres que son
jóvenes y bellas y las ve ancianas horribles, leprosas. Va al aposento de su mujer. Está durmiendo.
Tiene al niño en los brazos. Está por besarla, pero comprende que si la besa no podrá desprenderse
de ella, y se va.
Busca maestros. Aquí tenemos una parte de la biografía que puede no ser legendaria. ¿Por
qué mostrarlo discípulo de maestros que después abandonará? Los maestros le enseñan el
ascetismo, que él ejerce durante mucho tiempo. Al final está tirado en medio del campo, su cuerpo
está inmóvil y los dioses que lo ven desde los treinta y tres cielos, piensan que ha muerto. Uno de
ellos, el más sabio, dice: “No, no ha muerto; será el Buddha”. El príncipe se despierta, corre a un
arroyo que está cerca, toma un poco de alimento y se sienta bajo la higuera sagrada: el árbol de la
ley, podríamos decir.
Sigue un entreacto mágico, que tiene su correspondencia con los Evangelios: es la lucha con
el demonio. El demonio se llama Mará. Ya hemos visto esa palabra night-mare, demonio de la
noche. El demonio siente que domina el mundo pero que ahora corre peligro y sale de su palacio. Se
han roto las cuerdas de sus instrumentos de música, el agua se ha secado en las cisternas. Apresta
sus ejércitos, monta en el elefante que tiene no sé cuántas millas de altura, multiplica sus brazos,
multiplica sus armas y ataca al príncipe. El príncipe está sentado al atardecer bajo el árbol del
conocimiento, ese árbol que ha nacido al mismo tiempo que él.
El demonio y sus huestes de tigres, leones, camellos, elefantes y guerreros monstruosos le
arrojan flechas. Cuando llegan a él, son flores. Le arrojan montañas de* fuego, que forman un dosel
sobre su cabeza. El príncipe medita inmóvil, con los brazos cruzados. Quizá no sepa que lo están J o r g e L u i s B o r g e s S i e t e n o c h e s
31
atacando. Piensa en la vida; está llegando al nirvana, a la salvación. Antes de la caída del sol, el
demonio ha sido derrotado. Sigue una larga noche de meditación; al cabo de esa noche, Siddharta
ya no es Siddharta. Es el Buddha: ha llegado al nirvana.
Resuelve predicar la ley. Se levanta, ya se ha salvado, quiere salvar a los demás. Predica su
primer sermón en el Parque de las Gacelas de Benares. Luego otro sermón, el del fuego, en el que
dice que todo está ardiendo: almas, cuerpos, cosas están en fuego. Más o menos por aquella fecha,
Heráclito de Éfeso decía que todo es fuego.
Su ley no es la del ascetismo, ya que para el Buddha el ascetismo es un error. El hombre no
debe abandonarse a la vida carnal porque la vida carnal es baja, innoble, bochornosa y dolorosa;
tampoco al ascetismo, que también es innoble y doloroso. Predica una vía media —para seguir la
terminología teológica—, ya ha alcanzado el nirvana y vive cuarenta y tantos años, que dedica a la
prédica. Podría haber sido inmortal pero elige el momento de su muerte, cuando ya tiene muchos
discípulos.
Muere en casa de un herrero. Sus discípulos lo rodean. Están desesperados. ¿Qué van a hacer
sin él? Les dice que él no existe, que es un hombre como ellos, tan irreal y tan mortal como ellos,
pero que les deja su Ley. Aquí tenemos una gran diferencia con Cristo. Creo que Jesús les dice a sus
discípulos que si dos están reunidos, él será el tercero. En cambio, el Buddha les dice: les dejo mi
Ley.
Es decir, ha puesto en movimiento la rueda de la ley en el primer sermón. Luego vendrá la
historia del budismo. Son muchos los hechos: el lamaísmo, el budismo mágico, el Mahayana o gran
vehículo, que sigue al Hinayana o pequeño vehículo, el budismo zen del Japón.
Yo tengo para mí que si hay dos budismos que se parecen, que son casi idénticos, son el que
predicó el Buddha y lo que se enseña ahora en la China y el Japón, el budismo zen. Lo demás son
incrustaciones mitológicas, fábulas. Algunas de esas fábulas son interesantes. Se sabe que el
Buddha podía ejercer milagros, pero al igual que a Jesucristo, le desagradaban los milagros, le
desagradaba ejercerlos. Le parecía una ostentación vulgar. Hay una historia que contaré: la del bol
de sándalo.
Un mercader, en una ciudad de la India, hace tallar un pedazo de sándalo en forma de bol. Lo
pone en lo alto de una serie de cañas de bambú, una especie de altísimo palo enjabonado. Dice que
dará el bol de sándalo a quien pueda alcanzarlo. Hay maestros heréticos que lo intentan en vano.
Quieren sobornar al mercader para que diga que lo han alcanzado. El mercader se niega y llega un
discípulo menor del Buddha. Su nombre no se menciona, fuera de ese episodio. El discípulo se
eleva por el aire, vuela seis veces alrededor del bol, lo recoge y se lo entrega al mercader. Cuando el
Buddha oye la historia lo hace expulsar de la orden, por haber realizado algo tan baladí. Pero
también el Buddha hizo milagros. Por ejemplo éste, un milagro de cortesía. El Buddha tiene que
atravesar un desierto a la hora del mediodía. Los dioses, desde sus treinta y tres cielos, le arrojan
una sombrilla cada uno.
El Buddha, que no quiere desairar a ninguno de los dioses, se multiplica en treinta y tres
Buddhas, de modo que cada uno de los dioses ve, desde arriba, un Buddha protegido por la
sombrilla que le ha arrojado.
Entre los hechos del Buddha hay uno iluminativo: la parábola de la flecha. Un hombre ha
sido herido en batalla y no quiere que le saquen la flecha. Antes quiere saber el nombre del arquero,
a qué casta pertenecía, el material de la flecha, en qué lugar estaba el arquero, qué longitud tiene la
flecha. Mientras están discutiendo estas cuestiones, se muere. “En cambio —dice el Buddha—, yo
enseño a arrancar la flecha.” ¿Qué es la flecha? Es el universo. La flecha es la idea del yo, de todo
lo que llevamos clavado. El Buddha dice que no debemos perder tiempo en cuestiones inútiles. Por
ejemplo: ¿es finito o infinito el universo? ¿El Buddha vivirá después del nirvana o no? Todo eso es
inútil, lo importante es que nos arranquemos la flecha. Se trata de un exorcismo, de una ley de
salvación. J o r g e L u i s B o r g e s S i e t e n o c h e s
32
Dice el Buddha: “Así como el vasto océano tiene un solo sabor, el sabor de la sal, el sabor
de la ley es el sabor de la salvación”. La ley que él enseña es vasta como el mar pero tiene un solo
sabor: el sabor de la salvación. Desde luego, los continuadores se han perdido (o han encontrado tal
vez mucho) en disquisiciones metafísicas. El fin del budismo no es ése. Un budista puede profesar
cualquier religión, siempre que siga esa ley. Lo que importa es la salvación y las cuatro nobles
verdades: el sufrimiento, el origen del sufrimiento, la curación del sufrimiento y el medio para
llegar a la curación. Al final está el nirvana.
El orden de las verdades no importa. Se ha dicho que corresponden a una antigua tradición
médica en que se trata del mal, del diagnóstico, del tratamiento y de la cura. La cura, en este caso,
es el nirvana.
Ahora llegamos a lo difícil. A lo que nuestras mentes occidentales tienden a rechazar. La
transmigración, que para nosotros es un concepto ante todo poético. Lo que transmigra no es el
alma, porque el budismo niega la existencia del alma, sino el karma, que es una suerte de organismo
mental, que transmigra infinitas veces. En el Occidente esa idea está vinculada a varios pensadores,
sobre todo a Pitágoras. Pitágoras reconoció el escudo con el que se había batido en la guerra de
Troya, cuando él tenía otro nombre. En el décimo libro de La República de Platón está el sueño de
Er. Ese soldado ve las almas que antes de beber en el río del Olvido, eligen su destino. Agamenón
elige ser un águila, Orfeo un cisne y Ulises —que alguna vez se llamó Nadie— elige ser el más
modesto y el más desconocido de los hombres.
Hay un pasaje de Empédocles de Agrigento que recuerda sus vidas anteriores: “Yo fui
doncella, yo fui una rama, yo fui un ciervo y fui un mudo pez que surge del mar.” César atribuye
esa doctrina a los druidas. El poeta celta Taliesi dice que no hay una forma en el universo que no
haya sido la suya: “He sido un jefe en la batalla, he sido una espada en la mano, he sido un puente
que atraviesa sesenta ríos, estuve hechizado en la espuma del agua, he sido una estrella, he sido una
luz, he sido un árbol, he sido una palabra en un libro, he sido un libro en el principio.*’ Hay un
poema de Darío, tal vez el más hermoso de los suyos, que empieza así: “Yo fui un soldado que
durmió en el lecho / de Cleopatra la reina...”
La transmigración ha sido un gran tema de la literatura. La encontramos, también, entre los
místicos. Plotino dice que pasar de una vida a otra es como dormir en distintos lechos y en distintas
habitaciones. Creo que todos hemos tenido alguna vez la sensación de haber vivido un momento
parecido en vidas anteriores. En un hermoso poema de Dante Gabriel Rosetti, “Sudden light”, se lee
“I have been here befare”, “Yo estuve aquí”. Se dirige a una mujer que ha poseído o que va a
poseer y le dice: “Tú ya has sido mía y has sido mía un número infinito de veces y seguirás siendo
mía infinitamente.” Esto nos lleva a la doctrina de los ciclos, que está tan cerca del budismo, y que
San Agustín refutó en La Ciudad de Dios.
Porque a los estoicos y a los pitagóricos les había llegado la noticia de la doctrina hindú: que
el universo consta de un número infinito de ciclos que se miden por calpas. La calpa trasciende la
imaginación de los hombres. Imaginemos una pared de hierro. Tiene dieciséis millas de alto y cada
seiscientos años un ángel la roza. La roza con una tela finísima de Benares. Cuando la tela haya
gastado la muralla que tiene dieciséis millas de alto, habrá pasado el primer día de una de las calpas
y los dioses también duran lo que duran las calpas y después mueren.
La historia del universo está dividida en ciclos y en esos ciclos hay largos eclipses en los que
no hay nada o en los que sólo quedan las palabras del Veda. Esas palabras son arquetipos que sirven
para crear las cosas. La divinidad Brahma muere también y renace. Hay un momento bastante
patético en el que Brahma se encuentra en su palacio. Ha renacido después de una de esas calpas,
después de uno de esos eclipses. Recorre las habitaciones, que están vacías. Piensa en otros dioses.
Los otros dioses surgen a su mandato; y creen que el Brahma los ha creado porque estaban ahí
antes.
Detengámonos en esta visión de la historia del universo. En el budismo no hay un Dios; o
puede haber un Dios pero no es lo esencial. Lo esencial es que creamos que nuestro destino ha sido J o r g e L u i s B o r g e s S i e t e n o c h e s
33
prefijado por nuestro karma o karman. Si me ha tocado nacer en Buenos Aires en 1899, si me ha
tocado ser ciego, si me ha tocado estar pronunciando esta noche esta conferencia ante ustedes, todo
esto es obra de mi vida anterior. No hay un solo hecho de mi vida que no haya sido prefijado por mi
vida anterior. Eso es lo que se llama el karma. El karma, ya lo he dicho, viene a ser una estructura
mental, una finísima estructura mental.
Estamos tejiendo y entretejiendo en cada momento de nuestra vida. Es que tejen, no sólo
nuestras voliciones, nuestros actos, nuestros semisueños, nuestro dormir, nuestra semivigilia:
perpetuamente estamos tejiendo esa cosa. Cuando morimos, nace otro ser que hereda nuestro
karma.
Deussen, discípulo de Schopenhauer, que quiso tanto al budismo, cuenta que se encontró en
la India con un mendigo ciego y se compadeció de él. El mendigo le dijo: “Si yo he nacido ciego,
ello se debe a las culpas cometidas en mi vida anterior; es justo que yo sea ciego”. La gente acepta
el dolor. Gandhi se opone a la fundación de hospitales diciendo que los hospitales y las obras de
beneficencia simplemente atrasan el pago de una deuda, que no hay que ayudar a los demás: si los
demás sufren deben sufrir puesto que es una culpa que tienen que pagar y si yo los ayudo estoy
demorando que paguen esa deuda.
El karma es una ley cruel, pero tiene una curiosa consecuencia matemática: si mi vida actual
está determinada por mi vida anterior, esa vida anterior estuvo determinada por otra; y ésa, por otra,
y así sin fin. Es decir: la letra z estuvo determinada por la y, la y por la x, la x por la y, la v por la w,
salvo que ese alfabeto tiene fin pero no tiene principio. Los budistas y los hindúes, en general, creen
en un infinito actual; creen que para llegar a este momento ha pasado ya un tiempo infinito, y al
decir infinito no quiero decir indefinido, innumerable, quiero decir estrictamente infinito.
De los seis destinos que están permitidos a los hombres (alguien puede ser un demonio, puede
ser una planta, puede ser un animal), el más difícil es el de ser hombre, y debemos aprovecharlo
para salvarnos.
El Buddha imagina en el fondo del mar una tortuga y una ajorca que flota. Cada seiscientos
años, la tortuga saca la cabeza y sería muy raro que la cabeza calzara en la ajorca. Pues bien, dice el
Buddha, “tan raro como el hecho de que suceda eso con la tortuga y la ajorca es el hecho de que
seamos hombres. Debemos aprovechar el ser hombres para llegar al nirvana”.
¿Cuál es la causa del sufrimiento, la causa de la vida, ya que negamos el concepto de un
Dios, ya que no hay un dios personal que cree el universo? Ese concepto es lo que Buddha llama la
zen. La palabra zen puede parecernos extraña, pero vamos a compararla con otras palabras que
conocemos.
Pensemos por ejemplo en la Voluntad de Schopenhauer. Schopenhauer concibe Die Welt ais
Wille una Borstellung, El mundo como voluntad y representación. Hay una voluntad que se encarna
en cada uno de nosotros y produce esa representación que es el mundo. Eso lo encontramos en otros
filósofos con un nombre distinto. Bergson habla del élan vital, del ímpetu vital; Bernard Shaw, de
the life force, la fuerza vital, que es lo mismo. Pero hay una diferencia: para Bergson y para Shaw el
élan vital son fuerzas que deben imponerse, debemos seguir soñando el mundo, creando el mundo.
Para Schopenhauer, para el sombrío Schopenhauer, y para el Buddha, el mundo es un sueño,
debemos dejar de soñarlo y podemos llegar a ello mediante largos ejercicios. Tenemos al principio
el sufrimiento, que viene a ser la zen. Y la zen produce la vida y la vida es, forzosamente, desdicha;
ya que ¿qué es vivir? Vivir es nacer, envejecer, enfermarse, morir, además de otros males, entre
ellos uno muy patético, que para el Buddha es uno de los más patéticos: no estar con quienes
queremos.
Tenemos que renunciar a la pasión. El suicidio no sirve porque es acto apasionado. El
hombre que se suicida está siempre en el mundo de los sueños. Debemos llegar a comprender que el
mundo es una aparición, un sueño, que la vida es sueño. Pero eso debemos sentirlo profundamente,
llegar a ello a través de los ejercicios de meditación. En los monasterios budistas uno de los
ejercicios es éste: el neófito tiene que vivir cada momento de su vida viviéndolo plenamente. Debe J o r g e L u i s B o r g e s S i e t e n o c h e s
34
pensar: “ahora es el mediodía, ahora estoy atravesando el patio, ahora me encontraré con el
superior”, y al mismo tiempo debe pensar que el mediodía, el patio y el superior son irreales, son
tan irreales como él y como sus pensamientos. Porque el budismo niega el yo.
Una de las desilusiones capitales es la del yo. El budismo concuerda así con Hume, con
Schopenhauer y con nuestro Macedonio Fernández. No hay un sujeto, lo que hay es una serie de
estados mentales. Si digo “yo pienso”, estoy incurriendo en un error, porque supongo un sujeto
constante y luego una obra de ese sujeto, que es el pensamiento. No es así. Habría que decir, apunta
Hume, no “yo pienso”, sino “se piensa”, como se dice “llueve”. Al decir llueve, no pensamos que la
lluvia ejerce una acción; no, está sucediendo algo. De igual modo, como se dice hace calor, hace
frío, llueve, debemos decir: se piensa, se sufre, y evitar el sujeto.
En los monasterios budistas los neófitos son sometidos a una disciplina muy dura. Pueden
abandonar el monasterio en el momento que quieran. Ni siquiera —me dice María Kodama— se
anotan los nombres. El neófito entra en el monasterio y lo someten a trabajos muy duros. Duerme y
al cabo de un cuarto de hora lo despiertan; tiene que lavar, tiene que barrer; si se duerme lo castigan
físicamente. Así, tiene que pensar todo el tiempo, no en sus culpas, sino en la irrealidad de todo.
Tiene que hacer un continuo ejercicio de irrealidad.
Llegamos ahora al budismo zen y a Bodhidharma. Bodhidharma fue el primer misionero, en
el siglo sexto. Bodhidharma se traslada de la India a la China y se encuentra con un emperador que
había fomentado el budismo y le enumera monasterios y santuarios y le informa del número de
neófitos budistas. Bodhidharma le dice: “Todo eso pertenece al mundo de la ilusión; los
monasterios y los monjes son tan irreales como tú y como yo.” Después se va a meditar y se sienta
contra una pared.
La doctrina llega al Japón y se ramifica en diversas sectas. La más famosa es la zen. En la zen
se ha descubierto un procedimiento para llegar a la iluminación. Sólo sirve después de años de
meditación. Se llega bruscamente; no se trata de una serie de silogismos. Uno debe intuir de pronto
la verdad. El procedimiento se llama satori y consiste en un hecho brusco, que está más allá de la
lógica.
Nosotros pensamos siempre en términos de sujeto, objeto, causa, efecto, lógico, ilógico, algo
y su contrario; tenemos que rebasar esas categorías. Según los doctores de la zen, llegar a la verdad
por una intuición brusca, mediante una respuesta ilógica. El neófito pregunta al maestro qué es el
Buddha. El maestro le responde: “El ciprés es el huerto.” Una contestación del todo ilógica que
puede despertar la verdad. El neófito pregunta por qué Bodhidharma vino del Oeste. El maestro
puede responder: “Tres libras de lino.” Estas palabras no encierran un sentido alegórico; son una
respuesta disparatada para despertar, de pronto, la intuición. Puede ser un golpe, también. El
discípulo puede preguntar algo y el maestro puede contestar con un golpe. Hay una historia —desde
luego tiene que ser legendaria— sobre Bodhidharma.
A Bodhidharma lo acompañaba un discípulo que le hacía preguntas y Bodhidharma nunca
contestaba. El discípulo trataba de meditar y al cabo de un tiempo se cortó el brazo izquierdo y se
presentó ante el maestro como una prueba de que quería ser su discípulo. Como una prueba de su
intención se mutiló deliberadamente. El maestro, sin fijarse en el hecho, que al fin de todo era un
hecho físico, un hecho ilusorio, le dijo: “¿Qué quieres?” El discípulo le respondió: “He estado
buscando mi mente durante mucho tiempo y no la he encontrado.” El maestro resumió: “No la has
encontrado porque no existe.” En ese momento el discípulo comprendió la verdad, comprendió que
no existe el yo, comprendió que todo es irreal. Aquí tenemos, más o menos, lo esencial del budismo
zen.
Es muy difícil exponer una religión, sobre todo una religión que uno no profesa. Creo que lo
importante no es que vivamos el budismo como un juego de leyendas, sino como una disciplina;
una disciplina que está a nuestro alcance y que no exige de nosotros el ascetismo. Tampoco nos
permite abandonarnos a las licencias de la vida carnal. Lo que nos pide es la meditación, una
meditación que no tiene que ser sobre nuestras culpas, sobre nuestra vida pasada. J o r g e L u i s B o r g e s S i e t e n o c h e s
35
Uno de los temas de meditación del budismo zen es pensar que nuestra vida pasada fue
ilusoria. Si yo fuera un monje budista pensaría en este momento que he empezado a vivir ahora, que
toda la vida anterior de Borges fue un sueño, que toda la historia universal fue un sueño. Mediante
ejercicios de orden intelectual nos iremos liberando de la zen. Una vez que comprendamos que el
yo no existe, no pensaremos que el yo puede ser feliz o que nuestro deber es hacerlo feliz.
Llegaremos a un estado de calma. Eso no quiere decir que el nirvana equivalga a la sensación del
pensamiento y una prueba de ello estaría en la leyenda del Buddha. El Buddha, bajo la higuera
sagrada, llega al nirvana, y, sin embargo, sigue viviendo y predicando la ley durante muchos años.
¿Qué significa llegar al nirvana? Simplemente, que nuestros actos ya no arrojan sombras.
Mientras estamos en este mundo estamos sujetos al karma. Cada uno de nuestros actos entreteje esa
estructura mental que se llama karma. Cuando hemos llegado al nirvana nuestros actos ya no
proyectan sombra, estamos libres. San Agustín dijo que cuando estamos salvados no tenemos por
qué pensar en el mal o en el bien. Seguiremos obrando el bien, sin pensar en ello.
¿Qué es el nirvana? Buena parte de la atención que ha suscitado el budismo en el Occidente
se debe a esta hermosa palabra. Parece imposible que la palabra nirvana no encierre algo precioso.
¿Qué es el nirvana, literalmente? Es extinción, apagamiento. Se ha conjeturado que cuando alguien
alcanza el nirvana, se apaga. Pero cuando muere, hay gran nirvana, y entonces, la extinción.
Contrariamente, un orientalista austríaco hace notar que el Buddha usaba la física de su época, y la
idea de la extinción no era entonces la misma que ahora: porque se pensaba que una llama, al
apagarse, no desaparecía. Se pensaba que la llama seguía viviendo, que perduraba en otro estado, y
decir nirvana no significaba forzosamente la extinción. Puede significar que seguimos de otro
modo. De un modo inconcebible para nosotros. En general, las metáforas de los místicos son
metáforas nunciales, pero las de los budistas son distintas. Cuando se habla del nirvana no se habla
del vino del nirvana o de la rosa del nirvana o del abrazo del nirvana. Se lo compara, más bien, con
una isla. Con una isla firme en medio de las tormentas. Se lo compara con una alta torre; puede
comparárselo con un jardín, también. Es algo que existe por su cuenta, más allá de nosotros. Lo que
he dicho hoy es fragmentario. Hubiera sido absurdo que yo expusiera una doctrina a la cual he
dedicado tantos años —y de la que he entendido poco, realmente— con ánimo de mostrar una pieza
de museo. Para mí el budismo no es una pieza de museo: es un camino de salvación. No para mi,
pero para millones de hombres. Es la religión más difundida del mundo y creo haberla tratado con
todo respeto, al exponerla esta noche.
Gentileza: Insurgente.org-http://insurgente.org/index.php/mas-noticias/cultura/item/10505-siete-noches-de-jorge-luis-borges
Para descargar el libro gratis en pdf
Hagan clic en el siguiente enlace: http://biblio3.url.edu.gt/Libros/borges/Siete_noches.pdf
Cuatro
EL BUDISMO
SEÑORAS, SEÑORES:
El tema de hoy será el budismo. No entraré en esa larga historia que empezó hace dos mil
quinientos años en Benares, cuando un príncipe de Nepal —Siddharta o Gautama—, que había
llegado a ser el Buddha, hizo girar la rueda de la ley, proclamó las cuatro nobles verdades y el
óctuple sendero. Hablaré de lo esencial de esa religión, la más difundida del mundo. Los elementos
del budismo se han conservado desde el siglo quinto antes de Cristo: es decir, desde la época de
Heráclito, de Pitágoras, de Zenón, hasta nuestro tiempo, cuando el doctor Suzuki la expone en el
Japón. Los elementos son los mismos. La religión ahora está incrustada de mitología, de
astronomía, de extrañas creencias, de magia, pero ya que el tema es complejo, me limitaré a lo que
tienen en común las diversas sectas. Éstas pueden corresponder al Hinayana o el pequeño vehículo.
Consideremos ante todo la longevidad del budismo.
Esa longevidad puede explicarse por razones históricas, pero tales razones son fortuitas o,
mejor dicho, son discutibles, falibles. Creo que hay dos causas fundamentales. La primera es la
tolerancia del budismo. Esa extraña tolerancia no corresponde, como en el caso de otras religiones,
a distintas épocas: el budismo siempre fue tolerante.
No ha recurrido nunca al hierro o al fuego, nunca ha pensado que el hierro o el fuego fueran
persuasivos. Cuando Asoka, emperador de la India, se hizo budista, no trató de imponer a nadie su
nueva religión. Un buen budista puede ser luterano, o metodista, o presbiteriano, o calvinista, o
sintoísta, o taoísta, o católico, puede ser prosélito del Islam o de la religión judía, con toda libertad.
En cambio, no le está permitido a un cristiano, a un judío, a un musulmán, ser budista.
La tolerancia del budismo no es una debilidad, sino que pertenece a su índole misma. El
budismo fue, ante todo, lo que podemos llamar una yoga. ¿Qué es la palabra yoga? Es la misma
palabra que usamos cuando decimos yugo y que tiene su origen en el latín yugu. Un yugo, una
disciplina que el hombre se impone. Luego, si comprendemos lo que el Buddha predicó en aquel
primer sermón del Parque de las Gacelas de Benares hace dos mil quinientos años, habremos
comprendido el budismo. Salvo que no se trata de comprender, se trata de sentirlo de un modo
hondo, de sentirlo en cuerpo y alma; salvo, también, que el budismo no admite la realidad del
cuerpo ni del alma. Trataré de exponerlo.
Además, hay otra razón. El budismo exige mucho de nuestra fe. Es natural, ya que toda
religión es un acto de fe. Así como la patria es un acto de fe. ¿Qué es, me he preguntado muchas
veces, ser argentino? Ser argentinoes sentir que somos argentinos. ¿Qué es ser budista? Ser budista
es, no comprender, porque eso puede cumplirse en pocos minutos, sentir las cuatro nobles verdades
y el óctuple camino. No entraremos en los vericuetos del óctuple camino, pues esa cifra obedece al
hábito hindú de dividir y subdividir, pero sí en las cuatro nobles verdades.
Hay, además, la leyenda del Buddha. Podemos descreer de esa leyenda. Tengo un amigo
japonés, budista zen, con el cual he mantenido largas y amistosas discusiones. Yo le decía que creía
en la verdad histórica del Buddha. Creía, y creo, que hace dos mil quinientos años hubo un príncipe
del Nepal llamado Siddharta o Gautama que llegó a ser el Buddha, es decir, el Despierto, el Lúcido
—a diferencia de nosotros que estamos dormidos o que estamos soñando ese largo sueño que es la
vida—. Recuerdo una frase de Joyce: “La historia es una pesadilla de la que quiero despertarme.”
Pues bien, Siddharta, a la edad de treinta años, llegó a despertarse y a ser el Buddha. J o r g e L u i s B o r g e s S i e t e n o c h e s
29
Con aquel amigo que era budista (yo no estoy seguro de ser cristiano y estoy seguro de no
ser budista) yo discutía y le decía: “¿Por qué no creer en el príncipe Siddharta, que nació en
Kapilovastu quinientos años antes de la era cristiana?” Él me respondía: “Porque no tiene ninguna
importancia; lo importante es creer en la Doctrina”. Agregó, creo que con más ingenio que verdad,
que creer en la existencia histórica del Buddha o interesarse en ella sería algo así como confundir el
estudio de las matemáticas con la biografía de Pitágoras o Newton. Uno de los temas de meditación
que tienen los monjes en los monasterios de la China y el Japón, es dudar de la existencia del
Buddha. Es una de las dudas que deben imponerse para llegar a la verdad.
Las otras religiones exigen mucho de nuestra credulidad. Si somos cristianos, debemos creer
que una de las tres personas de la Divinidad condescendió a ser hombre y fue crucificado en Judea.
Si somos musulmanes tenemos que creer que no hay otro dios que Dios y que Muhammad es su
apóstol. Podemos ser buenos budistas y negar que el Buddha existió. O, mejor dicho, podemos
pensar, debemos pensar que no es importante nuestra creencia en lo histórico : lo importante es
creer en la Doctrina. Sin embargo, la leyenda del Buddha es tan hermosa que no podemos dejar de
referirla.
Los franceses se han dedicado con especial atención al estudio de la leyenda del Buddha. Su
argumento es éste: la biografía del Buddha es lo que le ocurrió a un solo hombre en un breve
período del tiempo. Puede haber sido de este modo o de tal otro. En cambio, la leyenda del Buddha
ha iluminado y sigue iluminando a millones de hombres. La leyenda es la que ha inspirado tantas
hermosas pinturas, esculturas y poemas. El budismo, además de ser una religión, es una mitología,
una cosmología, un sistema metafísico, o, mejor dicho, una serie de sistemas metafísicos, que no se
entienden y que discuten entre sí.
La leyenda del Buddha es iluminativa y su creencia no se impone. En el Japón se insiste en
la no historicidad del Buddha. Pero sí en la Doctrina. La leyenda empieza en el cielo. En el cielo
hay alguien que durante siglos y siglos, podemos decir literalmente, durante un número infinito de
siglos, ha ido perfeccionándose hasta comprender que en la próxima encarnación será el Buddha.
Elige el continente en que ha de nacer. Según la cosmogonía budista el mundo está dividido
en cuatro continentes triangulares y en el centro hay una montaña de oro: el monte Meru. Nacerá en
el que corresponde a la India. Elige el siglo en que nacerá; elige la casta, elige la madre. Ahora, la
parte terrenal de la leyenda. Hay una reina.. Maya. Maya significa ilusión. La reina tiene un sueño
que corre el albur de parecemos extravagante pero no lo es para los hindúes.
Casada con el rey Suddhodana, soñó que un elefante blanco de seis colmillos, que erraba en
las montañas del oro, entró en su costado izquierdo sin causarle dolor. Se despierta; el rey convoca
a sus astrólogos y éstos le explican que la reina dará a luz un hijo que podrá ser el emperador del
mundo o que podrá ser el Buddha, el Despierto, el Lúcido, el ser destinado a salvar a todos los
hombres. Previsiblemente, el rey elige el primer destino: quiere que su hijo sea el emperador del
mundo.
Volvamos al detalle del elefante blanco de seis colmillos. Oldemberg hace notar que el
elefante de la India es animal doméstico y cotidiano. El color blanco es siempre símbolo de
inocencia. ¿Por qué seis colmillos? Tenemos que recordar (habrá que recurrir a la historia alguna
vez) que el número seis, que para nosotros es arbitrario y de algún modo incómodo (ya que
preferimos el tres o el siete), no lo es en la India, donde se cree que hay seis dimensiones en el
espacio: arriba, abajo, atrás, adelante, derecha, izquierda. Un elefante blanco de seis colmillos no es
extravagante para los hindúes.
El rey convoca a los magos y la reina da a luz sin dolor. Una higuera inclina sus ramas para
ayudarla. El hijo nace de pie y al nacer da cuatro pasos: al Norte, al Sur, al Este y al Oeste, y dice
con voz de león: “Soy el incomparable; éste será mi último nacimiento”. Los hindúes creen en un
número infinito de nacimientos anteriores. El príncipe crece, es el mejor arquero, es el mejor jinete,
el mejor nadador, el mejor atleta, el mejor calígrafo, confuta a todos los doctores (aquí podemos
pensar en Cristo y los doctores). A los dieciséis años se casa. J o r g e L u i s B o r g e s S i e t e n o c h e s
30
El padre sabe —los astrólogos se lo han dicho— que su hijo corre el peligro de ser el
Buddha, el hombre que salva a todos los demás si conoce cuatro hechos que son: la vejez, la
enfermedad, la muerte y el ascetismo. Recluye a su hijo en un palacio, le suministra un harén, no
diré la cifra de mujeres porque corresponde a una exageración hindú evidente. Pero, por qué no
decirlo: eran ochenta y cuatro mil.
El principe vive una vida feliz; ignora que hay sufrimiento en el mundo, ya que le ocultan la
vejez, la enfermedad y la muerte. El día predestinado sale en su carroza por una de las cuatro
puertas del palacio rectangular. Digamos, por la puerta del Norte. Recorre un trecho y ve un ser
distinto de todos los que ha visto. Está encorvado, arrugado, no tiene pelo. Apenas puede caminar,
apoyándose en un bastón. Pregunta quién es ese hombre, si es que es un hombre. El cochero le
contesta que es un anciano y que todos seremos ese hombre si seguimos viviendo.
El príncipe vuelve al palacio, perturbado. Al cabo de seis días vuelve a salir por la puerta del
Sur. Ve en una zanja a un hombre aún más extraño, con la blancura de la lepra y el rostro
demacrado. Pregunta quién es ese hombre, si es que es un hombre. Es un enfermo, le contesta el
cochero; todos seremos ese hombre si seguimos viviendo.
El príncipe, ya muy inquieto, vuelve al palacio. Seis días más tarde sale nuevamente y ve a un
hombre que parece dormido, pero cuyo color no es el de esta vida. A ese hombre lo llevan otros.
Pregunta quién es. El cochero le dice que es un muerto y que todos seremos ese muerto si vivimos
lo suficiente.
El príncipe está desolado. Tres horribles verdades le han sido reveladas: la verdad de la
vejez, la verdad de la enfermedad, la verdad de la muerte. Sale una cuarta vez. Ve a un hombre casi
desnudo, cuyo rostro está lleno de serenidad. Pregunta quién es. Le dicen que es un asceta, un
hombre que ha renunciado a todo y que ha logrado la beatitud.
El príncipe resuelve abandonar todo; él, que ha llevado una vida tan rica. El budismo cree
que el ascetismo puede convenir, pero después de haber probado la vida. No se cree que nadie deba
empezar negándose nada. Hay que apurar la vida hasta las heces y luego desengañarse de ella; pero
no sin conocimiento de ella.
El príncipe resuelve ser el Buddha. En ese momento le traen una noticia: su mujer,
Jasodhara, ha dado a luz un hijo. Exclama: “Un vínculo ha sido forjado.” Es el hijo que lo ata a la
vida. Por eso le dan el nombre de Vínculo. Siddharta está en su harén, mira a esas mujeres que son
jóvenes y bellas y las ve ancianas horribles, leprosas. Va al aposento de su mujer. Está durmiendo.
Tiene al niño en los brazos. Está por besarla, pero comprende que si la besa no podrá desprenderse
de ella, y se va.
Busca maestros. Aquí tenemos una parte de la biografía que puede no ser legendaria. ¿Por
qué mostrarlo discípulo de maestros que después abandonará? Los maestros le enseñan el
ascetismo, que él ejerce durante mucho tiempo. Al final está tirado en medio del campo, su cuerpo
está inmóvil y los dioses que lo ven desde los treinta y tres cielos, piensan que ha muerto. Uno de
ellos, el más sabio, dice: “No, no ha muerto; será el Buddha”. El príncipe se despierta, corre a un
arroyo que está cerca, toma un poco de alimento y se sienta bajo la higuera sagrada: el árbol de la
ley, podríamos decir.
Sigue un entreacto mágico, que tiene su correspondencia con los Evangelios: es la lucha con
el demonio. El demonio se llama Mará. Ya hemos visto esa palabra night-mare, demonio de la
noche. El demonio siente que domina el mundo pero que ahora corre peligro y sale de su palacio. Se
han roto las cuerdas de sus instrumentos de música, el agua se ha secado en las cisternas. Apresta
sus ejércitos, monta en el elefante que tiene no sé cuántas millas de altura, multiplica sus brazos,
multiplica sus armas y ataca al príncipe. El príncipe está sentado al atardecer bajo el árbol del
conocimiento, ese árbol que ha nacido al mismo tiempo que él.
El demonio y sus huestes de tigres, leones, camellos, elefantes y guerreros monstruosos le
arrojan flechas. Cuando llegan a él, son flores. Le arrojan montañas de* fuego, que forman un dosel
sobre su cabeza. El príncipe medita inmóvil, con los brazos cruzados. Quizá no sepa que lo están J o r g e L u i s B o r g e s S i e t e n o c h e s
31
atacando. Piensa en la vida; está llegando al nirvana, a la salvación. Antes de la caída del sol, el
demonio ha sido derrotado. Sigue una larga noche de meditación; al cabo de esa noche, Siddharta
ya no es Siddharta. Es el Buddha: ha llegado al nirvana.
Resuelve predicar la ley. Se levanta, ya se ha salvado, quiere salvar a los demás. Predica su
primer sermón en el Parque de las Gacelas de Benares. Luego otro sermón, el del fuego, en el que
dice que todo está ardiendo: almas, cuerpos, cosas están en fuego. Más o menos por aquella fecha,
Heráclito de Éfeso decía que todo es fuego.
Su ley no es la del ascetismo, ya que para el Buddha el ascetismo es un error. El hombre no
debe abandonarse a la vida carnal porque la vida carnal es baja, innoble, bochornosa y dolorosa;
tampoco al ascetismo, que también es innoble y doloroso. Predica una vía media —para seguir la
terminología teológica—, ya ha alcanzado el nirvana y vive cuarenta y tantos años, que dedica a la
prédica. Podría haber sido inmortal pero elige el momento de su muerte, cuando ya tiene muchos
discípulos.
Muere en casa de un herrero. Sus discípulos lo rodean. Están desesperados. ¿Qué van a hacer
sin él? Les dice que él no existe, que es un hombre como ellos, tan irreal y tan mortal como ellos,
pero que les deja su Ley. Aquí tenemos una gran diferencia con Cristo. Creo que Jesús les dice a sus
discípulos que si dos están reunidos, él será el tercero. En cambio, el Buddha les dice: les dejo mi
Ley.
Es decir, ha puesto en movimiento la rueda de la ley en el primer sermón. Luego vendrá la
historia del budismo. Son muchos los hechos: el lamaísmo, el budismo mágico, el Mahayana o gran
vehículo, que sigue al Hinayana o pequeño vehículo, el budismo zen del Japón.
Yo tengo para mí que si hay dos budismos que se parecen, que son casi idénticos, son el que
predicó el Buddha y lo que se enseña ahora en la China y el Japón, el budismo zen. Lo demás son
incrustaciones mitológicas, fábulas. Algunas de esas fábulas son interesantes. Se sabe que el
Buddha podía ejercer milagros, pero al igual que a Jesucristo, le desagradaban los milagros, le
desagradaba ejercerlos. Le parecía una ostentación vulgar. Hay una historia que contaré: la del bol
de sándalo.
Un mercader, en una ciudad de la India, hace tallar un pedazo de sándalo en forma de bol. Lo
pone en lo alto de una serie de cañas de bambú, una especie de altísimo palo enjabonado. Dice que
dará el bol de sándalo a quien pueda alcanzarlo. Hay maestros heréticos que lo intentan en vano.
Quieren sobornar al mercader para que diga que lo han alcanzado. El mercader se niega y llega un
discípulo menor del Buddha. Su nombre no se menciona, fuera de ese episodio. El discípulo se
eleva por el aire, vuela seis veces alrededor del bol, lo recoge y se lo entrega al mercader. Cuando el
Buddha oye la historia lo hace expulsar de la orden, por haber realizado algo tan baladí. Pero
también el Buddha hizo milagros. Por ejemplo éste, un milagro de cortesía. El Buddha tiene que
atravesar un desierto a la hora del mediodía. Los dioses, desde sus treinta y tres cielos, le arrojan
una sombrilla cada uno.
El Buddha, que no quiere desairar a ninguno de los dioses, se multiplica en treinta y tres
Buddhas, de modo que cada uno de los dioses ve, desde arriba, un Buddha protegido por la
sombrilla que le ha arrojado.
Entre los hechos del Buddha hay uno iluminativo: la parábola de la flecha. Un hombre ha
sido herido en batalla y no quiere que le saquen la flecha. Antes quiere saber el nombre del arquero,
a qué casta pertenecía, el material de la flecha, en qué lugar estaba el arquero, qué longitud tiene la
flecha. Mientras están discutiendo estas cuestiones, se muere. “En cambio —dice el Buddha—, yo
enseño a arrancar la flecha.” ¿Qué es la flecha? Es el universo. La flecha es la idea del yo, de todo
lo que llevamos clavado. El Buddha dice que no debemos perder tiempo en cuestiones inútiles. Por
ejemplo: ¿es finito o infinito el universo? ¿El Buddha vivirá después del nirvana o no? Todo eso es
inútil, lo importante es que nos arranquemos la flecha. Se trata de un exorcismo, de una ley de
salvación. J o r g e L u i s B o r g e s S i e t e n o c h e s
32
Dice el Buddha: “Así como el vasto océano tiene un solo sabor, el sabor de la sal, el sabor
de la ley es el sabor de la salvación”. La ley que él enseña es vasta como el mar pero tiene un solo
sabor: el sabor de la salvación. Desde luego, los continuadores se han perdido (o han encontrado tal
vez mucho) en disquisiciones metafísicas. El fin del budismo no es ése. Un budista puede profesar
cualquier religión, siempre que siga esa ley. Lo que importa es la salvación y las cuatro nobles
verdades: el sufrimiento, el origen del sufrimiento, la curación del sufrimiento y el medio para
llegar a la curación. Al final está el nirvana.
El orden de las verdades no importa. Se ha dicho que corresponden a una antigua tradición
médica en que se trata del mal, del diagnóstico, del tratamiento y de la cura. La cura, en este caso,
es el nirvana.
Ahora llegamos a lo difícil. A lo que nuestras mentes occidentales tienden a rechazar. La
transmigración, que para nosotros es un concepto ante todo poético. Lo que transmigra no es el
alma, porque el budismo niega la existencia del alma, sino el karma, que es una suerte de organismo
mental, que transmigra infinitas veces. En el Occidente esa idea está vinculada a varios pensadores,
sobre todo a Pitágoras. Pitágoras reconoció el escudo con el que se había batido en la guerra de
Troya, cuando él tenía otro nombre. En el décimo libro de La República de Platón está el sueño de
Er. Ese soldado ve las almas que antes de beber en el río del Olvido, eligen su destino. Agamenón
elige ser un águila, Orfeo un cisne y Ulises —que alguna vez se llamó Nadie— elige ser el más
modesto y el más desconocido de los hombres.
Hay un pasaje de Empédocles de Agrigento que recuerda sus vidas anteriores: “Yo fui
doncella, yo fui una rama, yo fui un ciervo y fui un mudo pez que surge del mar.” César atribuye
esa doctrina a los druidas. El poeta celta Taliesi dice que no hay una forma en el universo que no
haya sido la suya: “He sido un jefe en la batalla, he sido una espada en la mano, he sido un puente
que atraviesa sesenta ríos, estuve hechizado en la espuma del agua, he sido una estrella, he sido una
luz, he sido un árbol, he sido una palabra en un libro, he sido un libro en el principio.*’ Hay un
poema de Darío, tal vez el más hermoso de los suyos, que empieza así: “Yo fui un soldado que
durmió en el lecho / de Cleopatra la reina...”
La transmigración ha sido un gran tema de la literatura. La encontramos, también, entre los
místicos. Plotino dice que pasar de una vida a otra es como dormir en distintos lechos y en distintas
habitaciones. Creo que todos hemos tenido alguna vez la sensación de haber vivido un momento
parecido en vidas anteriores. En un hermoso poema de Dante Gabriel Rosetti, “Sudden light”, se lee
“I have been here befare”, “Yo estuve aquí”. Se dirige a una mujer que ha poseído o que va a
poseer y le dice: “Tú ya has sido mía y has sido mía un número infinito de veces y seguirás siendo
mía infinitamente.” Esto nos lleva a la doctrina de los ciclos, que está tan cerca del budismo, y que
San Agustín refutó en La Ciudad de Dios.
Porque a los estoicos y a los pitagóricos les había llegado la noticia de la doctrina hindú: que
el universo consta de un número infinito de ciclos que se miden por calpas. La calpa trasciende la
imaginación de los hombres. Imaginemos una pared de hierro. Tiene dieciséis millas de alto y cada
seiscientos años un ángel la roza. La roza con una tela finísima de Benares. Cuando la tela haya
gastado la muralla que tiene dieciséis millas de alto, habrá pasado el primer día de una de las calpas
y los dioses también duran lo que duran las calpas y después mueren.
La historia del universo está dividida en ciclos y en esos ciclos hay largos eclipses en los que
no hay nada o en los que sólo quedan las palabras del Veda. Esas palabras son arquetipos que sirven
para crear las cosas. La divinidad Brahma muere también y renace. Hay un momento bastante
patético en el que Brahma se encuentra en su palacio. Ha renacido después de una de esas calpas,
después de uno de esos eclipses. Recorre las habitaciones, que están vacías. Piensa en otros dioses.
Los otros dioses surgen a su mandato; y creen que el Brahma los ha creado porque estaban ahí
antes.
Detengámonos en esta visión de la historia del universo. En el budismo no hay un Dios; o
puede haber un Dios pero no es lo esencial. Lo esencial es que creamos que nuestro destino ha sido J o r g e L u i s B o r g e s S i e t e n o c h e s
33
prefijado por nuestro karma o karman. Si me ha tocado nacer en Buenos Aires en 1899, si me ha
tocado ser ciego, si me ha tocado estar pronunciando esta noche esta conferencia ante ustedes, todo
esto es obra de mi vida anterior. No hay un solo hecho de mi vida que no haya sido prefijado por mi
vida anterior. Eso es lo que se llama el karma. El karma, ya lo he dicho, viene a ser una estructura
mental, una finísima estructura mental.
Estamos tejiendo y entretejiendo en cada momento de nuestra vida. Es que tejen, no sólo
nuestras voliciones, nuestros actos, nuestros semisueños, nuestro dormir, nuestra semivigilia:
perpetuamente estamos tejiendo esa cosa. Cuando morimos, nace otro ser que hereda nuestro
karma.
Deussen, discípulo de Schopenhauer, que quiso tanto al budismo, cuenta que se encontró en
la India con un mendigo ciego y se compadeció de él. El mendigo le dijo: “Si yo he nacido ciego,
ello se debe a las culpas cometidas en mi vida anterior; es justo que yo sea ciego”. La gente acepta
el dolor. Gandhi se opone a la fundación de hospitales diciendo que los hospitales y las obras de
beneficencia simplemente atrasan el pago de una deuda, que no hay que ayudar a los demás: si los
demás sufren deben sufrir puesto que es una culpa que tienen que pagar y si yo los ayudo estoy
demorando que paguen esa deuda.
El karma es una ley cruel, pero tiene una curiosa consecuencia matemática: si mi vida actual
está determinada por mi vida anterior, esa vida anterior estuvo determinada por otra; y ésa, por otra,
y así sin fin. Es decir: la letra z estuvo determinada por la y, la y por la x, la x por la y, la v por la w,
salvo que ese alfabeto tiene fin pero no tiene principio. Los budistas y los hindúes, en general, creen
en un infinito actual; creen que para llegar a este momento ha pasado ya un tiempo infinito, y al
decir infinito no quiero decir indefinido, innumerable, quiero decir estrictamente infinito.
De los seis destinos que están permitidos a los hombres (alguien puede ser un demonio, puede
ser una planta, puede ser un animal), el más difícil es el de ser hombre, y debemos aprovecharlo
para salvarnos.
El Buddha imagina en el fondo del mar una tortuga y una ajorca que flota. Cada seiscientos
años, la tortuga saca la cabeza y sería muy raro que la cabeza calzara en la ajorca. Pues bien, dice el
Buddha, “tan raro como el hecho de que suceda eso con la tortuga y la ajorca es el hecho de que
seamos hombres. Debemos aprovechar el ser hombres para llegar al nirvana”.
¿Cuál es la causa del sufrimiento, la causa de la vida, ya que negamos el concepto de un
Dios, ya que no hay un dios personal que cree el universo? Ese concepto es lo que Buddha llama la
zen. La palabra zen puede parecernos extraña, pero vamos a compararla con otras palabras que
conocemos.
Pensemos por ejemplo en la Voluntad de Schopenhauer. Schopenhauer concibe Die Welt ais
Wille una Borstellung, El mundo como voluntad y representación. Hay una voluntad que se encarna
en cada uno de nosotros y produce esa representación que es el mundo. Eso lo encontramos en otros
filósofos con un nombre distinto. Bergson habla del élan vital, del ímpetu vital; Bernard Shaw, de
the life force, la fuerza vital, que es lo mismo. Pero hay una diferencia: para Bergson y para Shaw el
élan vital son fuerzas que deben imponerse, debemos seguir soñando el mundo, creando el mundo.
Para Schopenhauer, para el sombrío Schopenhauer, y para el Buddha, el mundo es un sueño,
debemos dejar de soñarlo y podemos llegar a ello mediante largos ejercicios. Tenemos al principio
el sufrimiento, que viene a ser la zen. Y la zen produce la vida y la vida es, forzosamente, desdicha;
ya que ¿qué es vivir? Vivir es nacer, envejecer, enfermarse, morir, además de otros males, entre
ellos uno muy patético, que para el Buddha es uno de los más patéticos: no estar con quienes
queremos.
Tenemos que renunciar a la pasión. El suicidio no sirve porque es acto apasionado. El
hombre que se suicida está siempre en el mundo de los sueños. Debemos llegar a comprender que el
mundo es una aparición, un sueño, que la vida es sueño. Pero eso debemos sentirlo profundamente,
llegar a ello a través de los ejercicios de meditación. En los monasterios budistas uno de los
ejercicios es éste: el neófito tiene que vivir cada momento de su vida viviéndolo plenamente. Debe J o r g e L u i s B o r g e s S i e t e n o c h e s
34
pensar: “ahora es el mediodía, ahora estoy atravesando el patio, ahora me encontraré con el
superior”, y al mismo tiempo debe pensar que el mediodía, el patio y el superior son irreales, son
tan irreales como él y como sus pensamientos. Porque el budismo niega el yo.
Una de las desilusiones capitales es la del yo. El budismo concuerda así con Hume, con
Schopenhauer y con nuestro Macedonio Fernández. No hay un sujeto, lo que hay es una serie de
estados mentales. Si digo “yo pienso”, estoy incurriendo en un error, porque supongo un sujeto
constante y luego una obra de ese sujeto, que es el pensamiento. No es así. Habría que decir, apunta
Hume, no “yo pienso”, sino “se piensa”, como se dice “llueve”. Al decir llueve, no pensamos que la
lluvia ejerce una acción; no, está sucediendo algo. De igual modo, como se dice hace calor, hace
frío, llueve, debemos decir: se piensa, se sufre, y evitar el sujeto.
En los monasterios budistas los neófitos son sometidos a una disciplina muy dura. Pueden
abandonar el monasterio en el momento que quieran. Ni siquiera —me dice María Kodama— se
anotan los nombres. El neófito entra en el monasterio y lo someten a trabajos muy duros. Duerme y
al cabo de un cuarto de hora lo despiertan; tiene que lavar, tiene que barrer; si se duerme lo castigan
físicamente. Así, tiene que pensar todo el tiempo, no en sus culpas, sino en la irrealidad de todo.
Tiene que hacer un continuo ejercicio de irrealidad.
Llegamos ahora al budismo zen y a Bodhidharma. Bodhidharma fue el primer misionero, en
el siglo sexto. Bodhidharma se traslada de la India a la China y se encuentra con un emperador que
había fomentado el budismo y le enumera monasterios y santuarios y le informa del número de
neófitos budistas. Bodhidharma le dice: “Todo eso pertenece al mundo de la ilusión; los
monasterios y los monjes son tan irreales como tú y como yo.” Después se va a meditar y se sienta
contra una pared.
La doctrina llega al Japón y se ramifica en diversas sectas. La más famosa es la zen. En la zen
se ha descubierto un procedimiento para llegar a la iluminación. Sólo sirve después de años de
meditación. Se llega bruscamente; no se trata de una serie de silogismos. Uno debe intuir de pronto
la verdad. El procedimiento se llama satori y consiste en un hecho brusco, que está más allá de la
lógica.
Nosotros pensamos siempre en términos de sujeto, objeto, causa, efecto, lógico, ilógico, algo
y su contrario; tenemos que rebasar esas categorías. Según los doctores de la zen, llegar a la verdad
por una intuición brusca, mediante una respuesta ilógica. El neófito pregunta al maestro qué es el
Buddha. El maestro le responde: “El ciprés es el huerto.” Una contestación del todo ilógica que
puede despertar la verdad. El neófito pregunta por qué Bodhidharma vino del Oeste. El maestro
puede responder: “Tres libras de lino.” Estas palabras no encierran un sentido alegórico; son una
respuesta disparatada para despertar, de pronto, la intuición. Puede ser un golpe, también. El
discípulo puede preguntar algo y el maestro puede contestar con un golpe. Hay una historia —desde
luego tiene que ser legendaria— sobre Bodhidharma.
A Bodhidharma lo acompañaba un discípulo que le hacía preguntas y Bodhidharma nunca
contestaba. El discípulo trataba de meditar y al cabo de un tiempo se cortó el brazo izquierdo y se
presentó ante el maestro como una prueba de que quería ser su discípulo. Como una prueba de su
intención se mutiló deliberadamente. El maestro, sin fijarse en el hecho, que al fin de todo era un
hecho físico, un hecho ilusorio, le dijo: “¿Qué quieres?” El discípulo le respondió: “He estado
buscando mi mente durante mucho tiempo y no la he encontrado.” El maestro resumió: “No la has
encontrado porque no existe.” En ese momento el discípulo comprendió la verdad, comprendió que
no existe el yo, comprendió que todo es irreal. Aquí tenemos, más o menos, lo esencial del budismo
zen.
Es muy difícil exponer una religión, sobre todo una religión que uno no profesa. Creo que lo
importante no es que vivamos el budismo como un juego de leyendas, sino como una disciplina;
una disciplina que está a nuestro alcance y que no exige de nosotros el ascetismo. Tampoco nos
permite abandonarnos a las licencias de la vida carnal. Lo que nos pide es la meditación, una
meditación que no tiene que ser sobre nuestras culpas, sobre nuestra vida pasada. J o r g e L u i s B o r g e s S i e t e n o c h e s
35
Uno de los temas de meditación del budismo zen es pensar que nuestra vida pasada fue
ilusoria. Si yo fuera un monje budista pensaría en este momento que he empezado a vivir ahora, que
toda la vida anterior de Borges fue un sueño, que toda la historia universal fue un sueño. Mediante
ejercicios de orden intelectual nos iremos liberando de la zen. Una vez que comprendamos que el
yo no existe, no pensaremos que el yo puede ser feliz o que nuestro deber es hacerlo feliz.
Llegaremos a un estado de calma. Eso no quiere decir que el nirvana equivalga a la sensación del
pensamiento y una prueba de ello estaría en la leyenda del Buddha. El Buddha, bajo la higuera
sagrada, llega al nirvana, y, sin embargo, sigue viviendo y predicando la ley durante muchos años.
¿Qué significa llegar al nirvana? Simplemente, que nuestros actos ya no arrojan sombras.
Mientras estamos en este mundo estamos sujetos al karma. Cada uno de nuestros actos entreteje esa
estructura mental que se llama karma. Cuando hemos llegado al nirvana nuestros actos ya no
proyectan sombra, estamos libres. San Agustín dijo que cuando estamos salvados no tenemos por
qué pensar en el mal o en el bien. Seguiremos obrando el bien, sin pensar en ello.
¿Qué es el nirvana? Buena parte de la atención que ha suscitado el budismo en el Occidente
se debe a esta hermosa palabra. Parece imposible que la palabra nirvana no encierre algo precioso.
¿Qué es el nirvana, literalmente? Es extinción, apagamiento. Se ha conjeturado que cuando alguien
alcanza el nirvana, se apaga. Pero cuando muere, hay gran nirvana, y entonces, la extinción.
Contrariamente, un orientalista austríaco hace notar que el Buddha usaba la física de su época, y la
idea de la extinción no era entonces la misma que ahora: porque se pensaba que una llama, al
apagarse, no desaparecía. Se pensaba que la llama seguía viviendo, que perduraba en otro estado, y
decir nirvana no significaba forzosamente la extinción. Puede significar que seguimos de otro
modo. De un modo inconcebible para nosotros. En general, las metáforas de los místicos son
metáforas nunciales, pero las de los budistas son distintas. Cuando se habla del nirvana no se habla
del vino del nirvana o de la rosa del nirvana o del abrazo del nirvana. Se lo compara, más bien, con
una isla. Con una isla firme en medio de las tormentas. Se lo compara con una alta torre; puede
comparárselo con un jardín, también. Es algo que existe por su cuenta, más allá de nosotros. Lo que
he dicho hoy es fragmentario. Hubiera sido absurdo que yo expusiera una doctrina a la cual he
dedicado tantos años —y de la que he entendido poco, realmente— con ánimo de mostrar una pieza
de museo. Para mí el budismo no es una pieza de museo: es un camino de salvación. No para mi,
pero para millones de hombres. Es la religión más difundida del mundo y creo haberla tratado con
todo respeto, al exponerla esta noche.
Para descargar el libro gratis en pdf
Hagan clic en el siguiente enlace: http://biblio3.url.edu.gt/Libros/borges/Siete_noches.pdf
Hayv Kahraman - Pintura Persa
Haiv Kahraman ( Hayv Kahraman ) - artista iraquí moderno, diseñadora y escultora . Nacido en 1981 en Bagdad. A los 11 años , se mudó con su familia a Suecia. En 12 años , comenzó a pintar. Estudió en Italia y Suecia. Actualmente vive en Estados Unidos, San Francisco.
Hayv Kahraman participó en numerosas exposiciones individuales y colectivas en Inglaterra, Francia, España , EE.UU. , Bélgica , Emiratos Árabes Unidos , Grecia , Italia, Alemania , Irak , Qatar , Turquía , Suecia.
Kahraman en la creatividad influenciada miniaturas persas , la pintura del Renacimiento , la pintura china , el arte nouveau y la ilustración de moda . Ella tiene una composición hermosa y perturbadora. La belleza elegante de las mujeres iraquíes , su tensión y desprendimiento interior crea una atmósfera dramática . Y, sin embargo , no aparta la vista de estas bellezas dóciles y apacibles.
jueves, 10 de abril de 2014
Una mosca en una botella de Coca Cola
"Los medios españoles defienden los golpes de Estado en Latinoamérica"
El documentalista Javier Couso presenta en Madrid, arropado por Pablo Iglesias y Olga Rodríguez, el documental 'Una mosca en una botella de Coca-Cola', que analiza el trato que reciben los gobiernos latinoamericanos por parte de la prensa de nuestro país.
Público.es
"La gente tiene que saber quién está detrás de los medios", afirmó hoy Javier Couso durante la presentación en Madrid del documental Una mosca en una botella de Coca-Cola, con el que pretende desvelar los intereses económicos de las empresas de comunicación españolas, de sus propietarios y de sus grandes anunciantes en América Latina, cuyos gobiernos democráticos reciben a su juicio un trato informativo sesgado y desestabilizador. "La mayoría de los medios defienden los golpes de Estado", añadió en referencia a los sufridos por gobernantes de países latinoamericanos como Venezuela, donde según el documentalista "no hay movilizaciones espontáneas sino un proyecto de injerencia con actores claros que actúan en otras partes del mundo".
El cortometraje documental, con guion de Pablo Iglesias, refleja cómo los grupos de comunicación acaparan los medios con mayor difusión y cómo estos han pasado a manos de bancos y fondos de capital riesgo, presionados a su vez por los anunciantes, grandes corporaciones con presencia en América Latina. "Todos están controlados, aunque afortunadamente todavía quedan contrapesos", apuntó Couso en referencia a cabeceras alternativas, que estuvieron presentes en el acto, desarrollado en el Centro de Abogados de Atocha.
Moderado por Luis Nieto, coordinador del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL), el debate posterior a la proyección contó con la intervención de Olga Rodríguez, quien subrayó que "el poder financiero se siente dueño y propietario de la información". La periodista, al igual que el resto de los oradores, abogó por una redistribución de la propiedad de las empresas de comunicación. "Hay que terminar con el elitismo", afirmó Rodríguez. "Para tener una democracia participativa hay que democratizar la propiedad de los medios".
Iglesias abogó por la "expropiación" como "manera de garantizar que exista la democracia, que significa arrebatar el poder a la mayoría que lo acapara para repartirlo entre todo el mundo". El presentador de La Tuerka consideró que "no pueden ser un privilegio de los multimillonarios", aunque matizó que "los medios no tienen que estar en poder del Estado ni de un partido político sino en manos de la gente".
En el documental (que termina con el "exprópiese" de Hugo Chávez, el difunto expresidente de Venezuela, cuyo embajador en Madrid, Mario Isea Bohórquez, asistió a la proyección) intervienenPascual Serrano, Ignacio Escolar, Iñaki Gabilondo, Casimiro García-Abadillo, Juan Carlos Monedero, Jaime González y la propia Rodríguez, que explicó cómo los periódicos y televisiones han desasistido la información internacional al retirar a muchos corresponsales, lo que ha provocado que "las dos grandes agencias internacionales uniformicen la información y se rompa la multiplicidad de miradas". El resultado es "orwelliano y frustrante", apuntó la especialista en Oriente Próximo, quien criticó la imposición "de la equidistancia y la neutralidad en el periodismo, pues sitúa al mismo nivel al opresor y al oprimido".
Couso, que aboga por la regulación de los medios, se preguntó "cómo se van a autorregular los señores que quieren dominar el mundo y convertirnos en esclavos". También criticó que, mientras "las multinacionales corrompen la información y censuran mediante la publicidad", los medios españoles ocultan cómo "los gobiernos soberanos [de América Latina] agarran el toro por los cuernos", lo que según él "no es censura sino todo lo contrario".
Lo sería, según él, la que practican multinacionales como la que da título al documental, una producción de CMI para OMAL-Paz con Dignidad. Una mosca en una botella de Coca-Cola viene a decir que en Estados Unidos es posible criticar a su presidente, pero jamás informar de que alguien ha encontrado un insecto dentro de una botella del multinacional refresco.
Profecía - Rafael de León
" PROFECÍA " Rafael de León - Sevilla 1908 - Madrid 1982
Me lo contaron ayer
las lenguas de doble filo,
que te casaste hase un mé
y me quedé tan tranquilo.
Otro cualquiera en mi caso,
se hubiera echao a llorá,
yo, crusándome de brasos
dije que me daba iguá.
Y ná de pegarme un tiro
ni liarme a mardisiones
ni apedrear con suspiros
los vidrios de tus barcones.
¿Que t'has casao? ¡Buena suerte!
Vive sien años contenta
y a la hora de la muerte,
Dios no te lo tenga en cuenta.
Que si al pie de los artares
mi nombre se te borró,
por la gloria de mi mare
que no te guardo rencor.
Porque sin sé tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
yo fui quien más t'ha querío,
con eso tengo bastante.
las lenguas de doble filo,
que te casaste hase un mé
y me quedé tan tranquilo.
Otro cualquiera en mi caso,
se hubiera echao a llorá,
yo, crusándome de brasos
dije que me daba iguá.
Y ná de pegarme un tiro
ni liarme a mardisiones
ni apedrear con suspiros
los vidrios de tus barcones.
¿Que t'has casao? ¡Buena suerte!
Vive sien años contenta
y a la hora de la muerte,
Dios no te lo tenga en cuenta.
Que si al pie de los artares
mi nombre se te borró,
por la gloria de mi mare
que no te guardo rencor.
Porque sin sé tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
yo fui quien más t'ha querío,
con eso tengo bastante.
* * *
—¿Qué tiene er niño, Malena?
Anda como trastornao,
tié la carilla de pena
y el colorsillo quebrao.
Y ya no juega a la tropa,
ni tira piedras al río,
ni se destrosa la ropa
subiéndose a coger níos.
¿No te parese a ti extraño,
no ves una cosa rara
que un chaval de dose años
lleve tan triste la cara?
Mira que soy perro viejo
y estás demasiao tranquila.
¿Quieres que te dé un consejo?
Vigilia, mujé, ¡vigila!
Anda como trastornao,
tié la carilla de pena
y el colorsillo quebrao.
Y ya no juega a la tropa,
ni tira piedras al río,
ni se destrosa la ropa
subiéndose a coger níos.
¿No te parese a ti extraño,
no ves una cosa rara
que un chaval de dose años
lleve tan triste la cara?
Mira que soy perro viejo
y estás demasiao tranquila.
¿Quieres que te dé un consejo?
Vigilia, mujé, ¡vigila!
Y fueron dos sentinela
los ojitos de mi mare.
—Cuando sale de la escuela
se va pa los olivare.
—Y ¿qué busca allí? —Una niña,
tendrá el mismo tiempo que él.
José Migué, no le riñas,
que está empesando a queré.
Mi pare ensendió un pitillo,
se enteró bien de tu nombre,
te regaló unos sarsillos
y a mí un pantalón de hombre.
los ojitos de mi mare.
—Cuando sale de la escuela
se va pa los olivare.
—Y ¿qué busca allí? —Una niña,
tendrá el mismo tiempo que él.
José Migué, no le riñas,
que está empesando a queré.
Mi pare ensendió un pitillo,
se enteró bien de tu nombre,
te regaló unos sarsillos
y a mí un pantalón de hombre.
Yo no te dije «te adoro»
pero amarré en tu barcón
mi laso de seda y oro
de primera comunión.
Y tú, fina y orgullosa,
me ofresiste en recompensa
dos sintas color de rosa
que engalanaban tus trensas.
—Voy a misa con mis primos.
—Bueno, te veré en la hermita.
Y qué serios nos pusimos
al darte el agua bendita.
Mas luego en el campanario,
cuando rompimos a hablar:
—Dise mi tita Rosario
que la sigüeña es sagrá,
y el colorín, y la fuente,
y las flores, y el rosío,
y aquel torito valiente
que está bebiendo en el río;
y el bronse de esta campana,
y el romero de los montes,
y aquella línea lejana
que la llaman... ¡horisonte!
¡Todo es sagrao: tierra y sielo
porque así lo quiso Dió!
¿Qué te gusta más? —Tu pelo.
¡Qué bonito me salió!
—Pues, ¿y tu boca, y tus brasos,
y tus manos reonditas,
y tus pies fingiendo el paso
de las palomas suritas?
Con la puresa de un copo
de nieve te comparé;
te revestí de piropos
de la cabesa a los pié.
A la vuerta te hise un ramo
de pitiminí,presioso
y a luego nos retratamos
en las agüitas de un poso.
Y hablando de estas pamplinas
que inventan las criaturas,
llegamos hasta tu esquina
cogíos por la sintura.
Yo te pregunté: —¿En qué piensas?
Tú dijiste: —En darte un beso.
Y yo sentí una vergüensa
que me caló hasta los huesos.
De noche, muertos de luna,
nos vimos por la ventana.
—¡Chssss! Mi hermaniyo está en la cuna,
le estoy cantando la nana.
pero amarré en tu barcón
mi laso de seda y oro
de primera comunión.
Y tú, fina y orgullosa,
me ofresiste en recompensa
dos sintas color de rosa
que engalanaban tus trensas.
—Voy a misa con mis primos.
—Bueno, te veré en la hermita.
Y qué serios nos pusimos
al darte el agua bendita.
Mas luego en el campanario,
cuando rompimos a hablar:
—Dise mi tita Rosario
que la sigüeña es sagrá,
y el colorín, y la fuente,
y las flores, y el rosío,
y aquel torito valiente
que está bebiendo en el río;
y el bronse de esta campana,
y el romero de los montes,
y aquella línea lejana
que la llaman... ¡horisonte!
¡Todo es sagrao: tierra y sielo
porque así lo quiso Dió!
¿Qué te gusta más? —Tu pelo.
¡Qué bonito me salió!
—Pues, ¿y tu boca, y tus brasos,
y tus manos reonditas,
y tus pies fingiendo el paso
de las palomas suritas?
Con la puresa de un copo
de nieve te comparé;
te revestí de piropos
de la cabesa a los pié.
A la vuerta te hise un ramo
de pitiminí,presioso
y a luego nos retratamos
en las agüitas de un poso.
Y hablando de estas pamplinas
que inventan las criaturas,
llegamos hasta tu esquina
cogíos por la sintura.
Yo te pregunté: —¿En qué piensas?
Tú dijiste: —En darte un beso.
Y yo sentí una vergüensa
que me caló hasta los huesos.
De noche, muertos de luna,
nos vimos por la ventana.
—¡Chssss! Mi hermaniyo está en la cuna,
le estoy cantando la nana.
«Quítate de la esquina,
chiquillo loco,
que mi mare no quiere
ni yo tampoco».
chiquillo loco,
que mi mare no quiere
ni yo tampoco».
Y mientras que tú cantabas
yo, inosente me pensé
que nos casaba la luna
como a marío y mujé.
yo, inosente me pensé
que nos casaba la luna
como a marío y mujé.
¡Pamplinas! ¡Figurasiones
que se inventan los chavales!
Después la vida se impone:
tanto tienes, tanto vales;
por eso, yo al enterarme
que llevas un mes casá,
no dije que iba a matarme,
sino que me daba iguá.
Mas como es rico tu dueño,
te vendo esta profesía:
tú, por la noche, entre sueños
soñarás que me querías,
y recordarás la tarde
que mi boca te besó
y te llamarás «¡cobarde!»
como te lo llamo yo.
Y verás, sueña que sueña,
que me morí siendo chico
y se llevó la sigüeña
mi corasón en su pico.
Pensarás: «no es sierto ná,
yo sé que lo estoy soñando»;
pero allá en la madrugá
te despertarás llorando,
por el que no es tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
sino el que más te ha querío.
Con eso tengo bastante.
Por lo demás, tó se orvía.
Verás cómo Dios te manda
un hijo como una estrella;
avísame de seguía,
me servirá de alegría
cantarle la nana aquella:
que se inventan los chavales!
Después la vida se impone:
tanto tienes, tanto vales;
por eso, yo al enterarme
que llevas un mes casá,
no dije que iba a matarme,
sino que me daba iguá.
Mas como es rico tu dueño,
te vendo esta profesía:
tú, por la noche, entre sueños
soñarás que me querías,
y recordarás la tarde
que mi boca te besó
y te llamarás «¡cobarde!»
como te lo llamo yo.
Y verás, sueña que sueña,
que me morí siendo chico
y se llevó la sigüeña
mi corasón en su pico.
Pensarás: «no es sierto ná,
yo sé que lo estoy soñando»;
pero allá en la madrugá
te despertarás llorando,
por el que no es tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
sino el que más te ha querío.
Con eso tengo bastante.
Por lo demás, tó se orvía.
Verás cómo Dios te manda
un hijo como una estrella;
avísame de seguía,
me servirá de alegría
cantarle la nana aquella:
«Quítate de la esquina,
chiquillo loco,
que mi mare no quiere
ni yo tampoco».
chiquillo loco,
que mi mare no quiere
ni yo tampoco».
Pensarás: «no es sierto ná,
yo sé que lo estoy soñando».
Pero allá en la madrugá
te despertarás llorando.
yo sé que lo estoy soñando».
Pero allá en la madrugá
te despertarás llorando.
Porque sin sé tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
yo soy... quien más t'ha querío...
¡Con eso tengo bastante!
ni tu novio, ni tu amante,
yo soy... quien más t'ha querío...
¡Con eso tengo bastante!
-Fotografía : Danieladrián
Suscribirse a:
Entradas (Atom)