...Y cuando llegue el día del último viaje/ Y esté al partir la nave que nunca ha de tornar/ Me encontrareis a bordo ligero de equipaje/ Casi desnudo, como los hijos de la mar - Antonio Machado
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domingo, 17 de agosto de 2014
Capitalismo salvaje II
Fósforo y libertad
Paul Krugman © 2014 New York Times Service.
En el último número de la revista Times, Robert Draper hacía una descripción de los políticos libertarios jóvenes —en términos generales, gente que combina la economía del libre mercado con unas opiniones sociales permisivas— y se preguntaba si iríamos camino de un “momento libertario”. No parece probable. Los sondeos indican que los jóvenes estadounidenses tienden, si acaso, a respaldar más que sus mayores la idea de una Administración más grande. Pero me gustaría plantear una pregunta diferente: ¿la economía libertaria es realista?
La respuesta es que no. Y el motivo puede resumirse en una palabra: fósforo.
Como probablemente hayan oído, la ciudad de Toledo recomendaba hace poco a sus residentes que no bebiesen agua del grifo. ¿Por qué? Por la contaminación provocada por una proliferación de algas en el lago Erie, debida en gran parte a los residuos líquidos de fósforo procedentes de las granjas.
Cuando leí la noticia, me vino algo a la cabeza. La semana pasada, muchos peces gordos del Partido Republicano hablaban en una conferencia patrocinada por el blog Red State; y me acordé de un sermón antigubernamental que soltó hace unos años Erick Erickson, el fundador del blog. Erickson daba a entender que las normas gubernamentales opresivas habían llegado a un punto en el que los ciudadanos podrían sentir el impulso de “encaminarse hacia la casa de un legislador estatal, sacarlo a la calle y darle una buena paliza”. ¿A qué se debía su cólera? A que se habían prohibido los fosfatos en los detergentes para lavavajillas. Después de todo, ¿qué interés podían tener los funcionarios de la Administración en hacer algo así?
Una aclaración: los Estados que están a orillas del lago Erie prohibieron o restringieron en gran medida los fosfatos en los detergentes hace ya mucho, lo que durante un tiempo ha librado al lago del desastre. Pero hasta ahora no se ha podido controlar eficazmente la agricultura, y el lago está agonizando otra vez y harán falta más intervenciones gubernamentales para salvarlo.
La cuestión es que, antes de despotricar contra una injerencia gubernamental injustificada en nuestras vidas, tendríamos que preguntarnos por qué interviene la Administración. A menudo —no siempre, claro está, pero mucho más a menudo de lo que los incondicionales del libre mercado querrían hacernos creer— hay, de hecho, un buen motivo para que el Gobierno tome medidas. El control de la contaminación es el ejemplo más simple, pero no el único.
Los políticos libertarios inteligentes siempre han sido conscientes de que hay problemas que el libre mercado no puede resolver por sí solo, pero sus alternativas a la Administración tienden a ser poco plausibles. Por ejemplo, es célebre el hecho de que Milton Friedman pedía la abolición del Organismo para el Control de Alimentos y Medicamentos. Pero, en ese caso, ¿cómo sabrían los consumidores que la comida y los medicamentos son de fiar? Su respuesta era que recurriesen a la responsabilidad civil. Afirmaba que las grandes empresas tendrían incentivos para no envenenar a la gente por el miedo a las demandas legales.
¿Creen que eso sería suficiente? ¿De verdad? Y, por supuesto, la gente que protesta por una Administración grande también tiende a defender la reforma de las leyes de responsabilidad civil y a atacar a los abogados procesalistas.
Lo más habitual es que los autodenominados políticos libertarios se enfrenten al problema del fracaso del mercado pretendiendo que no existe e imaginando la Administración como algo mucho peor de lo que es. Vivimos en una novela de Ayn Rand, repiten. (No es así). Tenemos más de un centenar de programas de asistencia social diferentes, nos dicen, que están malgastando sumas inmensas en burocracia, más que en ayudar a los pobres. (No los tenemos, y no, no están haciendo tal cosa).
Por cierto, a menudo, me sorprende el modo en que los clichés antigubernamentales pueden imponerse sobre la experiencia cotidiana. Cuando uno habla de la función que desempeña la Administración, siempre hay gente que responde con frases como: “¿Es que quieres que todo funcione como el Departamento de Vehículos Motorizados?”. La experiencia varía; pero mis encuentros con la Comisión de Vehículos Motorizados (CVM) de Nueva Jersey han ido bastante bien en general (mejor que el trato con las empresas de seguros o de televisión por cable) y estoy seguro de que muchos políticos libertarios admitirían, si fuesen sinceros, que su relación con la CVM tampoco ha sido tan mala. Pero a ellos les gustan las leyendas, no los hechos.
Los políticos libertarios también tienden a echar mano de las extrapolaciones. No quieren creer que haya problemas cuya solución exija una intervención gubernamental, así que tienden a dar por sentado que los demás también recurren a razonamientos tendenciosos para respaldar su programa político; que, por ejemplo, cualquiera que se preocupe por los problemas medioambientales está utilizando la táctica del miedo para defender el plan oculto de una Administración grande. Paul Ryan, el presidente del Comité Presupuestario de la Cámara, no solo piensa que vivimos dentro de la trama de La rebelión de Atlas; afirma que todo el alboroto en torno al cambio climático no es más que “una excusa para hacer que crezca la Administración”.
Como he dicho al principio, no hay que fiarse de los comentarios sobre el auge de las ideas libertarias; a pesar del creciente liberalismo social de Estados Unidos, el verdadero poder de la derecha sigue residiendo en la tradicional alianza entre los plutócratas y los predicadores. Pero las visiones libertarias de una economía liberalizada sí que desempeñan una función destacada en el debate político, así que es importante entender que dichas visiones son un espejismo. Por supuesto, algunas intervenciones gubernamentales son innecesarias y desaconsejables. Pero la idea de que tenemos una Administración muchísimo más grande e intrusiva de lo que necesitamos es una fantasía absurda.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008
Traducción de News Clips.
© 2014 New York Times Service.
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