Vistas a la página totales

viernes, 15 de agosto de 2014

Todo lo que hay que saber lo aprendí en el jardín de infantes





Todo lo que hay que saber lo aprendí en el jardín de infantes

 


Todo lo que hay que saber lo aprendí en el jardín de infantes

Todas las primaveras, durante muchos años, me he impuesto la tarea de escribir una declaración de creencias: un Credo. Cuando era más joven, la declaración abarcaba muchas páginas, pues trataba de cubrir todas las áreas, no quería que hubiese cabos sueltos. Más bien parecía un expediente de la Suprema Corte, como si las palabras pudieran resolver todos los conflictos habidos sobre el significado de la existencia.

Desde hace algunos años el Credo es más breve –a veces resulta cínico, otras cómico y por momentos anodino– pero sigo ocupado en él. Hace poco me propuse acortar la declaración de mis creencias a una sola página y expresarlas con palabras sencillas; era totalmente consciente del idealismo ingenuo que eso implicaba.

La inspiración de ser breve me sobrevino en una estación de servicio, donde logré llenar el tanque de mi viejo auto con nafta súper de alto octanaje. Mi viejo amigo no pudo digerirla y se descompuso: comenzó a petardear en las intersecciones y a echar humo al ir cuesta abajo. Comprendí. Mi mente y mi espíritu de vez en cuando se comportan así. Demasiada información elevada, y a mí me da un ataque existencial. Petardeo en las intersecciones, donde es preciso tomar decisiones vitales y sé demasiado o no sé lo suficiente. La vida examinada no es nada sencilla.

Me di cuenta entonces de que ya sé la mayor parte de lo necesario para tener una vida plena; de que la vida no es tan complicada. Lo sé. Y lo sé desde hace mucho, mucho tiempo. Ahora, poner esos conocimientos en práctica… ésa es otra historia, ¿verdad? He aquí mi Credo:

Todo lo que hay que saber sobre cómo vivir, qué hacer y cómo debo ser lo aprendí en el jardín de infantes. La sabiduría no estaba en la cima de la montaña de la universidad, sino allí, en el arenero de la escuela. Éstas son las cosas que aprendí:
Compártelo todo.
Juega limpio.
No pegues.
Vuelve a dejar las cosas donde las encontraste.
Limpia todo lo que hayas ensuciado.
No tomes cosas que no son tuyas.
Pide perdón cuando lastimes a alguien.
Lávate las manos antes de comer.
Sonrójate.
Las galletitas recién hechas y la leche fría son buenas para ti.
Ten una vida equilibrada. Aprende, piensa, dibuja, pinta, canta, baila, juega y trabaja todos los días un poco.
Duerme una siesta todas las tardes.
Cuando salgan al mundo, tengan cuidado con el tránsito, tómense de las manos y manténganse unidos.
Maravíllate. Recuerda la pequeña semilla en el frasco: las raíces bajan, la planta sube y nadie sabe con certeza cómo ni por qué, pero somos así.
Los peces de colores, los hámsters, los ratones blancos e incluso la pequeña semilla en la taza: todos mueren. Y nosotros también.
Recuerda los libros infantiles y la primera palabra que aprendiste, la más grande: Mira.
Todo lo que necesitas saber está allí, en alguna parte. La regla de oro, el amor y la higiene básica. La ecología y la política. La igualdad y la vida sana.

Toma cualquiera de estos ítems, tradúcelo en términos de adultos sofisticados y aplícalo a tu vida familiar, a tu trabajo, a tu gobierno o a tu mundo, y seguirá siendo verdadero, claro y firme. Piensa cuánto mejor sería el mundo si todos –el mundo entero– comiéramos galletitas con leche aproximadamente a las tres de la tarde todos los días y después nos acostáramos a dormir la siesta con nuestra manta preferida. O si todos los gobiernos tuvieran como regla básica guardar las cosas donde las encontraron o limpiar lo que ensuciaron.

Y sigue siendo cierto, no importa la edad, que al salir al mundo, es mejor tomarse de la mano y no separarse.
***

Traducción de la nota original de Robert Fulghum, titulada Credo, y generalmente conocida con el título de esta nota, incluida en el libro homónimo publicado en 1986. Este libro recopila una cantidad de notas tan bellas como esta, hermosas para leer con los hijos a la hora de irse a dormir. También nos dio la idea de hacer con nuestros hijos el ejercicio de escribir aquellas cosas en las que creemos, que ya hemos comenzado a conversar en casa (también comenzamos a calcular cuántos globos se necesitan para hacer un paseo  aéreo en silla de jardín, pero tendrán que leer el libro para entender esto).

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario